El Proyecto Gran Simio organizó en 2020 y 2022, los primeros 2 concursos artísticos orientados a visualizar la realidad que atraviesan las poblaciones de grandes simios a nivel mundial. Esto es gracias al apoyo, dedicación e interés de autores que de manera altruista nos comparten sus textos, fotografías, dibujos y otras formas de arte para que esta idea se haya convertido en un éxito, resultando en la publicación de 2 libros. Sobre el PGS El Proyecto Gran Simio NO pretende que se considere a chimpancés, gorilas, orangutanes y bonobos como HUMANOS, que NO son, sino como HOMÍNIDOS que SÍ son. Si la cercanía genética entre el hombre y los demás simios es grande, aún lo es mayor entre estos y otros homínidos como los neandertales, habilis, erectus, etc. Por lo tanto, ya que los grandes simios son tan HOMÍNIDOS como los neandertales, erectus, etc, el Proyecto Gran Simio solo pretende que se les trate y se les reconozca derechos como se los reconoceríamos a estos si no se hubiesen extinguido.

Concurso de Cuentos 2022

 Cuentos Adultos 

Primer Premio

La guerra de los bonobos

  —¡Joodé… cómo nieva! Como siga así, esta noche vamos a quedar incomunicados.

—Sobreviviremos. Antes caían nevadas más gordas y aquí seguimos.

—¿Os acordáis? Nos tirábamos dos meses incomunicados y lo veíamos normal.

—Bueno, no tan incomunicados. Siempre pudimos salir a pie. Con riesgo de resbalar y caer al precipicio, pero podíamos bajar.

—Incomunicados quedábamos, que el médico no asumía riesgos para subir.

—Éramos más jóvenes.

—Éramos niños. Y trotábamos por las peñas.

—Los niños nunca ven el peligro. Por eso corríamos por el desfiladero.

—No recuerdo que nos riñeran los mayores.

—Yo tampoco recuerdo que se despeñara nadie.

—Cuando pienso en aquellos años me parecen como si fueran de otra vida.

—Hoy en día, si hace falta, viene el helicóptero a sacarnos. 2

—Si está despejado.

—Ese aparato sí da miedo, y no el asomarte al precipicio y bajar corriendo por el talud.

—Bueno, que ahora tampoco estamos para correr entre peñas.

—Ahora porque somos viejos. Pero los chavales de hoy día tampoco serían capaces de hacerlo.

—Para nosotros era un entretenimiento.

—Un juego.

—Un entrenamiento.

—Pero para los chavales de hoy el juego es estar sentado toda la tarde frente a una pantalla.

—Están entretenidos.

—Como nosotros con el fútbol.

—Pero es que cuando éramos chavales no teníamos tele para ver el fútbol.

—Nuestras diversiones eran otras.

—Correr, saltar, nadar, trepar, lanzar y pelear…

—Las de toda la vida. Desde que el hombre camina a dos patas.

—Lo dirás por ti.

—El qué… 3

—Que yo tengo piernas, no patas.

—Aahjá…

—Jajá… Tienes razón. Todos tenemos piernas.

—Pues a los críos de ahora les sobran.

—Total, para estar sentados una tarde como la de hoy…

—Lo que vamos a hacer nosotros, no te jode. Yo no pienso salir. Si el Mari no nos echa…

—¿Y adónde vais a ir si os echo?

—A casa.

—No tenéis pantallas.

—Nunca las hemos necesitado. Una tarde como la de hoy, que no se ve dos en un burro, contábamos cuentos.

—Los críos de hoy día necesitan verlos. Si se los cuentas se aburren.

—No te creas. El fin de semana pasado estuve en casa de mi hija.

—Cierto. ¿Cómo te fue?

—Fui a cuidar al nieto, que ellos tenían una cena. Lo pasé bien con el chaval.

—Él en su pantalla y tú en la tuya, viendo el fútbol.

—Qué va… Eso os quería decir: pidió un cuento. El crío me pidió que le contara un cuento. 4

—¿Y cuál le contaste?

—Eso es otro cuento.

—Pues cuenta… Como esto siga así, de aquí no vamos a poder salir ni para ir a casa. Mira cómo ventisquea.

—¿De verdad queréis que os lo cuente?

—Natural…

—Pues fue un cuento que me inventé sobre la marcha.

—Tú siempre has tenido arte contando historias.

—¿No le contarías una de aparecidos?

—No, pero… casi. Veréis… Llegué el viernes. La cena la tenían de sábado. Así que pasé un día aclimatándome, que dicen ahora, aunque sea para hacerte al confort de una casa y a sus ritmos. Por la mañana quise leer la prensa pero mi yerno no compra periódicos. Los lee por Internet. Así que me puso en la pantalla. Es fácil de manejar una vez que sabes qué quieres leer y te sale el periódico ante las narices. Para leer algunos diarios hay que estar suscrito, que sería como comprarlo. Bueno, se me pasaron más de dos horas volando. Te pones delante de la pantalla y le das a una bolita, y pulsas unos interruptores que hay en el mando de la bolita, y vas leyendo. Muy fácil. Una vez que pegué un repaso a la prensa regional, quise leer más. Está todo ordenado por temas.

—Si te tiras allí una semana, vuelves hecho uno de ellos. 5

—Le perderemos si vuelve.

—Pues no creo… Aquí la vida es más dura, pero amena. Allí la vida es aburrida pero más fácil.

—Na… tú eres de la montaña. En la ciudad aguantarías veinte días, hasta que se te acabara la novedad.

—El caso es que en esa Internet también hay revistas.

—¿De chichis?

—Hombre, seguro, que ahí hay de todo, pero no se lo iba a pedir al yerno. Tenía interés en revistas de caza, por ver lo que se decía. Y de naturaleza. Por leer algo, como cuando aquí estamos sin gana de hacer nada y venimos a leer las revistas viejas del Mari.

—Hay que poner Internet en el bar, Mari. Si hay chichis gratis…

—Gratis, el aire. Y de momento. Qué va a ser eso de Internet gratis.

—No, no lo es. Que hay que comprar un montón de cosas: la máquina que lo encuentra todo, la pantalla, la bolita con los pulsadores, y las teclas para escribir, y luego pagar para que te llegue el Internet, y también pagar para leer en Internet… Y tener electricidad. Y aprender a buscar, que hay que saber cómo. Sólo le falta hablar.

—Cualquier día… 6

—De momento le dices al Internet lo que quieres con unas teclas parecidas a las de las máquinas de escribir, pero bastantes más. Todo es fácil.

—A ver, que nos perdemos en dibujos y está ya oscureciendo. Ibas a contarnos el cuento que le has contado al nieto. No nos vas a decir que lo leíste de la Internet esa.

—No, no. Es a lo que iba. No recuerdo cómo, porque hay ciertas palabras en la pantalla que si pulsas sobre ellas con los interruptores te van saliendo otras revistas.

—Pero cómo sabes dónde pulsas… ¿con las teclas de escribir?

—No… en la pantalla hay una flecha que la ves pero que no estorba. Con la bola vas moviendo esa flecha y la pones sobre las fotos o las palabras resaltadas, luego pulsas uno de los interruptores. Es todo muy fácil. Es más fácil aprender a hacerlo que contarlo.

—Pues sí que es complicado.

—Al grano, Eulogio. Al cuento que has contado al chaval.

—Bueno, pues por la mañana leí un artículo sobre la diferencia entre chimpancés que me dio grima. Unos son los chimpancés de toda la vida y los otros son más pequeños y más negros. Son todos chimpancés pero actúan de manera diferente. Acabé leyendo todas aquellas tonterías, pero se veía a la legua que eran bobadas capciosas. Arteras y torticeras, que decía don Honorio, el maestro.

—¿Y para qué lo leíste, pues? 7

—¿Y adónde iba a ir? Si salgo solo por la ciudad lo mismo me pierdo.

—De eso nada, que el sol siempre sale por levante.

—Eso sí, pero todos los bloques son iguales. O casi… caminas como en un laberinto.

—Pues te fijas.

—Ya, pero es que esto de las pantallas te atrapa la atención. Aunque sea leer majaderías.

—¿Y quién escribió esa sarta de majaderías, si puede saberse? ¿Y qué es?

—Una mujer. Qué más da el nombre. Ponle un nombre español de mujer; pon que se llama Carmen… Ser… na, qué va a ser. Una rompehuevos de estas que todo lo tergiversan. Empezaba hablando de las diferentes formas de comportamiento social entre unos y otros chimpancés, y acababa diciendo sandeces como que algunos hemos heredado la forma de ser de los chimpancés de toda la vida y otros la de los negros y pequeños. Les decía nuestros primos, pero ni pertenecimos al mismo tronco.

—Será una Carmen aburrida de su vida gris. Si la ponemos a faenar en estas huertas para poder comer, verías cómo no tiene tiempo para pensar tonterías… y menos para escribirlas. Al cabo de un mes de comer lo que saca de la tierra, se olvida hasta de la Internet esa. Qué gente más palurda. Mira que estudian y son catetos. 8

—El caso es que me di cuenta de que la tipa hacía correlación entre los monos esos y la sociedad actual. Para ella lo bueno era lo que hacían los chimpancés pequeños y negros: son bisexuales, vegetarianos, integradores, matriarcales, conciliadores y siempre están follando.

—Ah… por fin hemos llegado a lo importante.

—Pero no le contarías al chaval un cuento de folleteo, Eulogio.

—No, que va. Todo eso me dio la idea para el cuento. Pero veréis… Había una parte en la que decía que los chimpancés lo resolvían todo a garrotazos. Decía algo así como que los chimpancés recurren al poder para resolver las cuestiones de sexo, y los otros, espera…, los… bonobos, recurrían al sexo para resolver las cuestiones de poder. Era una idea bonita, pero no puede trazarse semejanza entre colonias de monos y la psicología de los humanos al punto de decir que unos somos chimpancés y otros bonobos.

—Vaaya… Ahora a los simpáticos chimpancés les ha caído la crítica social encima. Antes los brutos eran los gorilas. Ahora que han aparecido estos otros monos negros y pequeños que follan tanto, ahora esos son los buenos y sociables y los chimpancés los brutos del garrote. Pero la historia es la misma de siempre. A saber qué le has contado al crío, Eulogio.

—Pues algo que le gustó. A quienes no gustó fue a los padres cuando contó mi cuento el domingo comiendo. Menos mal que yo ya me iba para llegar aquí al oscurecer. 9

—Jodé… Has pervertido al niño.

—Eso espero, que ya está bien con tanta ñoñería y tanta sensiblería. Tenemos una sociedad dengue y gazmoña, señores.

—Y de eso fue el cuento, a que sí. Conociéndote…

—Pues de eso fue el cuento. Pero yo no sigo si Mari no pone más café en la lumbre y si tú no arrimas más leña al fuego.

—Y tú qué… que no vas a hacer nada o qué.

—Yo… os voy a contar un cuento.

—Eso siempre se te ha dado bien, Eulogio. Espera un poco que pongo el agua a hervir. Hay más leña en el arcón, Efrén. Arrímala, que se vaya… a-cli-ma-tan-do.

—Bueno… Pues os voy avanzando lo que decía el artículo de la revista para que entendáis qué le conté al nieto. Que al chaval sólo le he contado el cuento para que extraiga él la enseñanza, sin explicaciones.

—Ve contando, que voy a por la manga.

—Un cuento que necesita de instrucciones está mal contado.

—El artículo al principio parecía serio, pero de ciencia sólo tenía la apariencia. Contaba la situación de ambas colonias. Parece ser que cuando se formó el río Congo las dos clases de chimpancés quedaron separadas. Unos están en la margen izquierda y otros en la derecha. 10

—Seguro que los bonobos esos están en la margen izquierda, por lo que cuentas…

—Pues no recuerdo si lo decía…

—Pues entonces será que están en la derecha y no les interesaba la analogía cruzada. Esta gente del comedero político siempre igual, falseando la realidad, remodelándola para acoplarla a las necesidades de su catecismo. Son todos iguales.

—Don Honorio decía: "Antes había verdades y mentiras; ahora hay verdades, mentiras y estadísticas". Si llega a vivir la realidad actual hubiera tenido que inventar otra categoría.

—Ya le han dado nombre: le dicen "el relato". Una mentira salpimentada para parecer verdad.

—Ya, y cuanto más la repitas, más verdad parecerá.

—Eso es de Goebbels, que sería nazi pero no tonto. Los saberes se pierden, hasta los de la manipulación de las masas.

—Eso me pareció ese artículo. Puro relato masticado y digerido para mentes catetas de ciudad. Y eso que nosotros somos de pueblo.

—De pueblo no, de aldea… y de montaña.

—Y a mucha honra. Ya está el café.

—Pues acabo con los antecedentes y empiezo con el cuento que conté al nieto. El río Congo había separado a ambas poblaciones de chimpancés, y han evolucionado sin relación entre ellos. Los 11

chimpancés son agresivos y los bonobos pacíficos, siempre en palabras de la sinsorga que firmaba el artículo.

—¿El Congo no es el río de Konrad Lorenz en El corazón de las tinieblas?

—De Joseph Conrad, quieres decir…

—Ah… siempre me lío. Lorenz es el etólogo, sí.

—Oye, si me vais a estar cortando no os lo cuento.

—Pero si todavía no has empezado… y ahí fuera ya ha anochecido.

—Está oscuro por la ventisca, pero a ver la hora… En casa de tu nieto aún se verá el parque.

—Naturaleza enlatada es lo que tienen en las ciudades.

—Bueno, pues sentaos que os cuento el cuento.

—¿Pero te vas a acordar de cómo le contaste el cuento?

—Por qué lo dices.

—Porque sólo lo has contado una vez.

—Bah… Me lo vuelvo a inventar.

—Arrima un tuco tú que estás más cerca y empieza a contar, que si merece la pena yo no te voy a interrumpir.

—Veamos cómo empecé… 12

»Urc era un chimpancé joven cuando esta historia comienza. Vivía en el margen derecho del río…

—¿Urk con ka o Urc con ce?

—Urc con ce.

—Ah, entonces era un chimpancé español.

—Oye, de verdad, ¿eh? Lo dejo y echamos un subastao…

—¡Calla, hombre! Tú sigue contando…

—Pues Urc aún era joven cuando su padre, el todopoderoso Goliat…

— !!!… ¡Qué…? No he hablado.

—Cuando Goliat murió en un enfrentamiento con un clan rival… (…)

—¡Qué no he dicho nada!

—Creí que me ibas a decir que los chimpancés no forman clanes sino tribus.

—No sé. Igual sí, pero sigue contando mientras voy a por unas gotas.

—La batalla había sido cruenta, pero los asaltantes no habían podido hacerse con el territorio de la tribu de Urc. Habían peleado fieramente, saltando de árbol a mato, devastando la floresta de hojas, lianas y ramascos. Incluso habían empuñado palos a modo de 13

garrotes para defenderse. Del clan de Urc habían muerto dos machos, su padre y un chimpancé viejo con el que se habían cebado, y una hembra tratando de defender a su cría. La reyerta había sido salvaje y había puesto en fuga a cualquier ave y mamífero que hubiera en ese paraje. El griterío fue ensordecedor, tanto de la manada asaltante como de los defensores que tan caro vendieron la protección de su territorio. Pero cuatro machos incursores habían muerto y sus cadáveres, en el suelo de aquel claro en la jungla, estaban siendo desmembrados por los vencedores. Urc miraba el cuerpo inerte de su padre. La mirada le iba del cuerpo del gran jefe Goliat al palo que tenía en la mano. De la punta aún goteaba sangre. Había vaciado la cuenca de un ojo rival. Cuando el enemigo huyó despavorido, en el furor que produce la fiebre de la refriega, Urc buscó el ojo vaciado como trofeo de guerra, pero no bien lo encontró se lo metió en la boca y lo comió. Nunca supo cómo le había sacado el ojo. Los chimpancés no entrenan las técnicas guerreras como los humanos. Simplemente avanzó el palo a la cabeza del enemigo y acertó. La batalla había durado unos pocos minutos, y tuvo varios frentes abiertos. Mientras se defendía, Urc había visto a un compañero de juegos golpear a un agresor con unas piedras. No se las había arrojado, sino que en el cuerpo a cuerpo le había golpeado una y otra vez en la cabeza con ellas. El enemigo quedó aturdido, grogui, y cayó desde veinte metros de altura, partiéndose el cuello. Ellos no sabían de medicina, pero el enemigo estaba muerto, con grandes heridas en la cabeza, junto al cadáver del padre de Urc. Ignoraban cuándo se produciría el siguiente ataque, pero instintivamente supieron que su grey necesitaba elegir otro jefe. Urc 14

no parecía estar en condiciones de elegir a nadie, y pasaba la mano tiernamente por los hombros de su padre, como queriendo despertarle del sueño en el que se hallaba. Pero nada podría despertar de nuevo al gran jefe. Lo había perdido para siempre y Urc, de alguna manera totalmente primitiva, sabía que no volvería a correr otra cacería para matar crías de leopardo junto a él. La tribu de Urc, una vez desmembrados los rivales, como si quisieran evitar que volvieran a ponerse en pie para seguir pelando, eligieron un nuevo jefe reunidos en la copa de una caoba. Y eligieron a Urc. No me preguntes cómo se lo comunicaron porque los chimpancés no hablan como los humanos, pero seguro que tienen un lenguaje para comunicarse cosas tan simples como "tú jefe". Cuando Urc fue consciente de que le correspondía asumir el liderazgo del grupo arrojó el palo con la sangre seca del enemigo a un remanso del río y agarró la quima partida de un árbol. Ahora esgrimía un garrote que llevó siempre consigo como protección y como recuerdo de la batalla en que había perdido a su padre.

»En la otra margen del río Congo vivía una colonia de bonobos. Los bonobos son también chimpancés. Pero hace dos millones de años, cuando se formó esta gran arteria fluvial en África, los bonobos quedaron separados de los chimpancés. O los chimpancés de los bonobos. Dos millones de años no es mucho tiempo en términos evolutivos, pero es más que suficiente para que se diferencien los comportamientos sociales de ambas especies. Rit era una hembra bonobo que vivía en paz con su clan en la ribera izquierda del río Congo. Un río muy peligroso, infestado de cocodrilos, un río 15

caudaloso y profundo. En el clan de la sociedad bonobo donde vivía Rit no se conocía la guerra, ni siquiera la riña. Los bonobos no se invadían. Cuando un bonobo se acercaba a otro clan, era rápidamente aceptado y agasajado. Había veces que llegaban varias colonias, explorando el territorio, y todas eran asumidas por el clan anfitrión. Se besaban unos a otros, se abrazaban y compartían la comida. Hay quienes dicen que los bonobos sólo comen vegetales, pero como no son tontos, ingieren otros tipos de proteínas que complementan su dieta. Les gusta comer las termitas que extraen de los termiteros. Podríamos decir que Rit vivía en un paraíso. Era muy amiga de muchos machos jóvenes, con los que jugaba y reía, se abrazaba y besaba. Incluso se acariciaban continuamente y se quitaban unos a otros parásitos y suciedades. Los machos eran igual que Rit, todo juguetones y besadores, siempre alegres. Por supuesto ningún bonobo había visto nunca cómo se saltaba un ojo de su cuenca. Nunca peleaban. Y cuando disputaban sobre algo, no reñían, sino que jugaban a acariciarse y ganaba el que mejores caricias daba a su rival.

—Pues sí que tuviste tacto para decir que la Rit esa era más promiscua que la Blancanieves, con los siete enanitos para ella sola.

—No seas bruto, Efrén. Qué le iba a decir al crío si tiene nueve años.

—Si le explicas qué es follar sí que lo perviertes.

—Si sale al abuelo no hará falta que nadie le explique nada. 16

—Mira a ver si queda un chin de café para mí. Gracias. Continúo si os parece. Pero arrima un leño que esto se está quedando desangelado.

—Es que la que hay montada fuera enfría el ambiente aquí dentro. Escucha cómo rueda el trueno.

—Está lejano… Pero si viene para aquí la tormenta vamos a pasar una noche toledana.

—Continúa, Eulogio.

—Rit era feliz con sus muchas madres y sus muchos padres, porque en su tribu todos los bonobos adultos se encargaban de todos los hijos del clan, y los alimentaban. Cada hembra sabía quiénes eran sus hijos, pero ellas alimentaban a los que tenían cerca sabedoras de que otras madres harían lo mismo con los suyos. Pero Rit estaba creciendo y ya era una chimpancé joven muy bonita que tenía muchos pretendientes. Todos los machos jóvenes jugaban con Rit, y la besaban y la acariciaban y ella reía y jugaba con las flores que otros jóvenes le daban. Alrededor de Rit todos se besaban y se acariciaban. Allí nadie discutía, allí nadie peleaba. El río Congo aseguraba que los bonobos no fueran molestados por otras razas de chimpancés, todas más pendencieras que los bonobos. No es que los bonobos fueran tontos, es que eran felices. Y lo compartían todo, maridos y mujeres, primos y primas, tíos y tías, y hasta las abuelas se animaban a participar del jolgorio general. Los bonobos no tienen que planificar, porque comen frutas a todas horas que cogen de los árboles cuando tienen hambre. Y para capturar termitas no tienen 17

que emprender expediciones de caza. Son muy sociables, pero no trabajan en común, como tienen que hacer los chimpancés de la margen derecha cuando van a cazar crías de leopardo. Los chimpancés colaboran entre todos por el bien común matando a sus depredadores antes de que crezcan. Los bonobos conviven entre todos en una fiesta continua pero no colaboran entre sí para obtener ningún fin, porque ya son felices.

»Ocurrió años después de que Urc asumiera el liderato que llegó una gran gran sequía. Duró varios años. Las provisiones de frutas no disminuyeron porque dada la profundidad del río Congo, la humedad está extendida por toda aquella cuenca, y las raíces de los árboles beben del río aunque estén lejos de él. El primero en mostrar los estragos de la sequía fue el propio río, padre de la fauna y la flora de todos estos parajes. Las aguas descendieron, al principio poco a poco, pero a los tres años lo hicieron drásticamente. Los animales podían seguir viviendo, los cocodrilos quedaron recluidos en grandes y profundas charcas, y estaban bien alimentados porque los herbívoros se vieron obligados a recurrir a ellas para beber. Pero los parientes pobres de los humanos son inteligentes y supieron evitarlos. Lo que sí ocurrió es que, como el lecho del río no es uniforme a pesar de su profundidad, fueron quedando lagunas y charcas a lo largo de su curso, y por entre ellas se abrieron vías de paso por las que se podría cruzar. Al principio era un riesgo porque los propios cocodrilos saltaban de unas a otras, pero a medida que las aguas fueron menguando, las grandes charcas se distanciaron, ensanchándose las rutas de cruce. 18

»Llevaban cinco años de pertinaz sequía cuando la tribu de Urc fue atacada por enésima vez. Durante años Urc había liderado a su clan, no siempre en tareas defensivas, aunque controlaban un enclave idílico, sino también en incursiones preventivas a fin de despejar áreas limítrofes para expulsar tribus rivales, que eran rivales por el mero hecho de ser vecinos. Los bonobos hubieran intercambiado besos y caricias, pero los chimpancés, gobernados por otro carácter, no toleraban vecinos sospechosos. Y cualquier chimpancé en el vecindario era sospechoso.

»Urc ya era un gran general respetado por toda su tribu. Pero en esta ocasión varios clanes rivales habían unido fuerzas y atacaron a la tribu de Urc desde diferentes frentes.

—Pero si le has dicho al crío que para los chimpancés cualquier tribu en las inmediaciones es una tribu rival, cómo se van a aliar entre tribus de chimpancés vecinas…

—Eso mismo dijo mi nieto.

—Avispado el crío.

—Y qué le respondiste…

—Que a la fuerza ahorcan. Los dominios de Urc eran cada vez más extensos porque su tribu era cada vez más grande debido a la bonanza de nacimientos, de forma que empezó a serles complicado defender tanto territorio. Consumían más recursos de los que podían controlar, y al ampliar sus dominios y echar a los vecinos, estos se vieron obligados a contraatacar. 19

—Mera estrategia militar.

—Cuestión de logística también…

—Sí, pero no quise introducir al crío en estas ideas que igual se me venía arriba. Ya tuve bastante con las miradas de mi yerno durante la comida del domingo. Al fin y al cabo es su hijo y yo estaba de visita en su casa.

—¿Tu yerno lleva coleta?

—Moñito.

—Ya me estaba pareciendo a mí.

—Quia… Estabas haciéndoles un trabajo que no te pagaron y el crío es tu nieto, así que algo podrás opinar en su educación.

—Yo también lo veo como tú, pero no creo que eso se pueda defender en una discusión. Y es que no quería llegar a discutir. Me excusé diciendo que "sólo fue un cuento", y que "el crío le ha echado mucha imaginación".

—Si un abuelo no va a poderle contar cuentos a su nieto, para qué coño se es abuelo.

—Pues si queréis os termino el cuento.

—Venga, dale.

—Y tú dale al coñac. Venga, Eulogio. Cuenta. 20

—El ataque fue sorpresivo, coordinado y golpeó en varios frentes. Los chimpancés de Urc se replegaron. Las hembras que no tenían crías a su cuidado en ese momento se destacaron agresivamente, acorralando a los invasores. Pero les superaban en número. Esta vez, a pesar de que mataron a una decena de enemigos, la tribu de Urc sufrió bajas sensibles. Murieron cinco machos de la alta jerarquía en la tribu, murieron siete hembras, y murieron seis crías que fueron despedazadas. El arbolado quedó pelado, el griterío ahuyentó hasta a los leopardos más bizarros, los cadáveres de unos y otros caían de las copas como fruta madura. Urc terminó con tres rivales. A uno le partió la mandíbula con el garrote que había aprendido a usar de múltiples formas durante las razias pasadas. Cuando lo tenía aturdido y girado lo desnucó de un terrible garrotazo. A otro le golpeó la cabeza hasta sacarle la sesera. Con el cadáver de su enemigo caliente comió de sus sesos. Al tercero lo derribó desde una gruesa rama y al precipitarse al vacío quedó ensartado en unos bambúes que buscaban la luz emergiendo desde el suelo. Pero tuvo que ver cómo un enemigo le arrancaba la cabeza de cuajo a uno de sus hijos, cría de pocos meses, que había sido arrebatado de la grupa de su madre. No pudo acudir en su ayuda porque fue obstaculizado por otra horda combativa y agresiva a la que se vio obligado a hacer frente. Lesionó a varios de ellos, sin poderlos matar, y él mismo sufrió varias contusiones y laceraciones en su cuerpo, su cabeza y sus extremidades. Se vio obligado a huir, a replegarse, junto con el grueso de su manada, que tras el combate se vieron desalojados de sus dominios. 21

»Quedaron arrumbados contra la peligrosa linde del río. Tal y como había comenzado el ataque, de repente cesó. Cesó la barahúnda, y quedaron recluidos en una zahúrda, inhabitable e insostenible. No les quedó más remedio que emprender la retirada y pasar al otro lado por una de las crestas otrora sumergidas en el río.

»Caminaban a cuatro patas, abatidos, vacilantes, cabizbajos… derrotados. Urc arrastraba más que portaba su cachiporra, su bastón de mariscal vencido, exánime… sometido por primera vez en su vida. El río Congo a esa altura de su curso tiene, tenía en su momento de máximo esplendor, una anchura de cinco quilómetros. Tardaron en cruzar más dos de horas, y cuando los supervivientes de la tribu llegaban a la margen izquierda, el sol ya se había puesto por donde siempre lo hace. La tropa se refugió en un cedro venido a menos desde la entrada de la sequía en la zona.

»En la alborada del día siguiente les despertó un jolgorio en un follaje vecino. Aún no habían tenido tiempo de asumir la pérdida del territorio…

—¡Un momento! ¿Dijiste "en un follaje vecino"? ¿Le dijiste al niño "en un follaje vecino"?

—Sí… creo que sí. El crío está en quinto y ya debería conocer y usar palabras como fronda y follaje.

—Ya, pero tú sabes que el jolgorio que había en el follaje vecino no era un follón, que era una orgía mona. 22

—Bueno, ¿y qué? Cuando crezca recordará estas dobles intenciones, y las ironías.

—Imagina que les dice a sus padres que los monos follaban entre las hojas.

—Es lo que dijo durante la comida.

—No jodas… ¿Lo entendió mal o jugó con las palabras?

—No quise saber si el crío sabe para qué quiere el pito. Esas cosas son delicadas de tratar en familia. Ni comí el postre que perdía el tren.

—Sigue, Eulogio, que me está pareciendo que las dos historias son igual de buenas.

—Al bando de Urc les despertó un jolgorio entre el follaje vecino. Ni siquiera habían tenido tiempo de ver cómo redimir su derrota. La batahola que escuchaban concitó toda su atención. Los machos se prepararon para una nueva pelea en terreno desconocido. Las hembras formaron en torno a las crías, dispuestas a defender hasta la muerte la vida de sus retoños. Las crías miraban con grandes ojos cómo se alejaban las espaldas de los machos de su manada, armados de varas, piedras y cachiporras. Entre la acacia solitaria y la floresta vecina se medirían unos ochenta metros. Cruzar el descampado que les separaba a la luz opalescente que en los cielos alboreaba era una temeridad. Pero si había un contingente preparándose para echarlos, no encontrarían dónde refugiarse. De momento no podían 23

volver a cruzar la barrera del río, y era mejor atajar al nuevo enemigo antes de que se agrupara.

»Y como no tenían facilidad para pactar, era un "o ellos o nosotros". Así, preparados para lo que hubiese, incursionaron en la pequeña landa cansados y aturdidos. Rit los oteó. Vio llegar una fila de chimpancés más grandes, grandes machos, y se alborotó toda. Entró en un frenesí que hizo que los demás bonobos dejaran sus andanzas y escarceos y observaran con atención. Al grupo de Urc el súbito silencio que siguió a la algarada les afiló los nervios. Formaron a lo ancho una media luna. Los bonobos los miraban por entre la espesura con deleite, porque nunca habían reparado en esos enormes especímenes de chimpancé. Los veían cansados. Tal vez hubieran hecho una larga travesía. Las hembras bonobo más veteranas, de alguna manera sólo inteligible por estos primates, dieron la orden de salir a recibirlos y agasajarlos. Descendieron los machos jóvenes al claro, varios llevaban frutas en sus manos. También podían caminar torpemente a dos patas, igual que la tribu de Urc. Pero los bonobos eran claramente más pequeños. Su cultura integradora les empujaba a trabar contacto con estos parientes desconocidos. Pero algo parecido a la prudencia les mantenía timoratos.

»Poco a poco fueron acercándose. Los de Urc aguardaban silenciosos, con las cachiporras caídas. Percibían a esos otros chimpancés como si fueran alevines. Permitieron que se acercaran con las frutas en la mano. Cuando estuvieron a distancia de dos brazos los bonobos ofrecieron sus presentes. La banda de Urc no 24

sabía muy bien cómo reaccionar y se miraban entre ellos. Urc, en el centro, estiró la mano para coger unas okras que se le ofrecían. Miró los frutos en su mano libre y los mordisqueó. Enseguida los demás aceptaron diferentes frutos tropicales, entre ellos algún banano. La actitud del grupo incursor se relajó. Detrás de los bonobos las hembras comenzaron a descender, acompañadas de los machos viejos que con ellas habían quedado. Generaban un bullicio contenido. Los machos que habían salido a recibir al grupo de Urc comenzaron a animarse. Los recién llegados comían con ganas los presentes con que eran agasajados. Los bonobos se acercaron más a los chimpancés, y un macho joven intentó besar a Urc. La cachiporra partió rauda de abajo hacia arriba y cogió desprevenido al bonobo. Varios dientes salieron despedidos y golpearon en la cara del bonobo que estaba a la derecha. El siguiente cachiporrazo, dado de arriba abajo, le reventó el cráneo. Los demás chimpancés no se hicieron de rogar y se desembarazaron de sus pares con la misma rapidez. Las hembras bonobo, sorprendidas, quedaron petrificadas a medio camino entre el lugar del encuentro y la arboleda protectora. No atinaban a ponerse a salvo, mirando incrédulas cómo eran masacrados sus congéneres. La hueste de Urc les dio alcance, las golpearon, mataron a sus crías, las violaron. Las hembras chimpancé, que vieron todo desde el cedro, bajaron en ayuda de sus machos mientras acababan con la vida de los bonobos que, sobrecogidos y obnubilados por la morbosidad de la sarracina que contemplaban por primera vez, eran incapaces de ponerse a salvo. Y mientras sus machos violaban a las hembras bonobo que atraparon, las chimpancés atacaron a las que escapaban aturdidas. Rit fue 25

golpeada, violada y golpeada por un lugarteniente de Urc, y luego, mientras lloraba y daba vueltas, fue despedazada por las hembras chimpancé. La manada de Urc se quedó a vivir en el territorio conquistado.

» (…).

—¿Y así acabaste el cuento al crío?

—Cuando terminé, el chaval estaba excitado. No sé qué habrá soñado esa noche, pero espero que haya entendido el mensaje.

—Los romanos lo resumían con si vis pacem, para bellum.

—Eso es… El mensaje no es que debamos atacar, porque la banda de Urc acabó derrotada después de varias refriegas. El mensaje es que no debemos ser blandos creyendo que todo el mundo es igual. Si somos tiernos, otros que no lo sean nos masacrarán.

—¿Pero tu hija es de esta patulea de hombres femeninos y mujeres andróginas?

—Creo que está hecha un lío. Vive en la ciudad. Y el exceso de civilización los hace blandos. Ha olvidado los rigores de estos inviernos y que es necesario luchar hasta contra los elementos para sobrevivir.

—Más que el exceso de civilización, lo que los molifica y amuela es la falta de contacto con la realidad. Con la realidad del planeta. Los humanos no estamos preparados para vivir en enjambres. La ciudad elimina el contacto con la naturaleza. En un parque no se abrirá 26

nunca un desfiladero como el que nos protege y nos aísla en una noche como esta.

—Hoy aquí estarían cagaditos. Sin tele y sin Internet. Escuchando cuentos como este que nos ha contado Eulogio, cuentos que te hacen entender que somos lo que somos a pesar de lo que somos.

—Sí… los humanos tenemos esa palabra que decía don Honorio y que tú recuerdas siempre. ¿Cómo es?

—Resiliencia.

—Eso mismo. Si no tuviéramos capacidad de adaptación a los factores extremos seguiríamos allí, entre bonobos y chimpancés. Nuestra especie salió al mundo y lo ocupó. No veo a un bonobo viviendo en la tundra.

—Ni aquí arriba, donde la tierra entra en el cielo.

—Bueno, pues igual va a haber que irse a la cama que la tormenta ha rodado hacia el este. Y ya no nieva tanto. A ver cómo amanece. Hasta mañana Mari.

—Bueno, yo también me retiro, espera Eulogio que vamos juntos.

—Pues yo en el bar solo no me quedo. Hasta mañana a los dos. 

Luis R. Miguez – España

 

Segundo Premio

Reflexiones del viejo primate gibralteño

 

(Este cuento va dedicado y deseo sea un homenaje a los que son conocidos como monos de Gibraltar y constituyen la piedra angular de la vida en ese Peñón que es la Roca)

 Subido en una alta piedra con sus peladas posaderas firmemente asentadas en esa lítica manifestación y oteando hacia el Estrecho se halla quien por su aspecto deja manifestar que es el mono más viejo de los que forman la colonia de Gibraltar. Desde allí lanza esta soflama llena de sentenciosas palabras en una jornada de ardiente y caluroso viento de Poniente:

 “No es que sea el último mono, pero soy el mayor de los macacos y el más anciano de los que viven en este emblemático Peñón, por eso, creo que me encuentro capacitado, dada la experiencia de los años y como jefe y portavoz de esta manada, para expresar nuestras reivindicaciones. No deben olvidar los conquistadores y los que se creen amos de este bello paraje, que parece isla siendo tómbolo, que nosotros somos los auténticos aborígenes de este lugar; nuestra especie es la que habita este Peñón desde los albores de la humanidad y por ello, a la hora de hablar de sufragios o plebiscitos de algún tipo, los que debemos contar somos nosotros los monos, pues si este Gibraltar tiene moradores de todo el mundo, los que verdaderamente somos partícipes en su destino somos los primates . El mismo Hércules cuando pasó haciendo aquellos trabajos nos respetó y nos consideró los señores de esta atalaya. Ustedes no nos han de considerar como un atractivo turístico, un reclamo para distraer al visitante, si siguen con esa recalcitrante postura harán hablar al más afásico de los chimpancés. No nos tengan como un número circense más, ni Gibraltar es carpa de circo ni nosotros los monos estamos para ser utilizados de ese modo. Este bello Gibraltar es escenario sí, pero de grandes y trascendentales hechos históricos. Nuestros ojos mucho han visto y nuestros oídos escucharon desde los sonidos terribles de las bombas a los gratos y festivos fuegos de artificio. Y siempre callados aunque no ha faltado quien, antes que yo, ha lanzado algún grito pero, no sé si el Levante o el Poniente los han silenciado al confabularse con los dominantes.

 Los turistas además de llevarse el típico souvenir, la botella de licor y el cartón de tabaco tampoco se van si hacernos una visita y, con su móvil hacerse una foto con nosotros. Ni este servidor ni ninguno de mis congéneres queremos servir de espectáculo para ser el hazme reír de los que, por pasar alegres el tiempo de vacación y ocio, vienen hasta aquí para gastarnos bromas y algunas muy pesadas y, para colmo, hasta burlarse de los que consideran pobres e infelices monitos. Recuerden que somos muy importantes, casi me atrevo a asegurar que enseña de esta Roca y nunca nos vendemos ni, por favor, intenten comprarnos con una presada de cacahuetes. Entiendo que les cause sorpresa que hable y de este modo, porque creen que esa cualidad es exclusiva de ustedes, pero ya los monos nos hemos cansado de almacenar grandes pensamientos y los hemos verbalizado e incluso nos hallamos dispuestos a sacar los dientes. Han de saber que si Gibraltar debe pertenecer a alguien es a nosotros, los simios. Somos una raza que anda por el mundo en singular diáspora, dispersos se encuentran muchos ejemplares, dignos representantes del mono de Gibraltar, con permiso de los demás congéneres, el más prestigioso del continente europeo y del mundo.

 Humanoides, del rango y categoría que sean (monarcas, ministros, presidentes de gobierno, líderes de cualquier tipo), formáis parte de ese espécimen, esa variante nuestra que se denomina “zoon politicón” pero, muy ávidos de empoderaros y saciar, lo que les resulta muy difícil de aplacar, esa sed terrible de materialismo. Para conseguirlo no dudan en hacer que vuestro látigo de poder estalle en el aire amenazando con crear un ambiente de terror y miedo o se descargue sobre los lomos peludos de los simios. Nosotros los monos sufrimos de las terribles consecuencias de que ustedes, los que se autodefinen racionales y solamente consideran como única razón la suya; en su desmedida ambición, no respetan que este planeta plural tiene también otros residentes, precisamente, sin ánimo de jactarnos, unos muy veganos y esos somos los monos de Gibraltar o de cualquier parte del orbe.

 Les recuerdo a los mandatarios políticos de que para tener el domino total de Gibraltar hay que mantener contenta a nuestra colonia, por eso siempre estaremos con el que legisle leyes animalistas y no de la espalda a monos y los animales todos. No nos consideren solamente un señuelo seguro para atraer turistas y que dejen libras, euros o cualquier otra moneda a nuestra costa.

 Estamos cansados de ser utilizados. Les hago saber que el Peñón es nuestro y no interpreten que ustedes nos dan protección o asilo en la Roca. Nos sentimos totalmente decepcionados de que abusen y confundan amabilidad con hacer lo que ustedes, humanos, en plan de mofa y sarcasmo, llaman “hacer el mono”. Ser simpático no es ser tonto y, eso sí que no, ¡eh!, ese calificativo peyorativo no es para nosotros, ya que, si nos provocan, a violentos no nos ganan y, en llegando a las manos, si hemos de emprender por nuestros derechos una guerra, aquí no faltan piedras para arrojarlas a los que robar quieran nuestra libertad. En la discusión verbal nos ganarán pero en dar palos y morir por nuestros derechos el mono no está solo. Sería una guerra entre parientes lejanos, auténticos hermanos, y para llegar a firmar la paz no nos vengan con plátanos ni bananas, solamente necesitamos leyes justas que den a los simios el sitio merecido en el mundo.

 Al mínimo grito nuestro se persona aquí dando un vozarrón y agarrado a la liana más fuerte y larga, la solidaridad de los macacos, el Tarzán moderno acompañado por Chita convertidos en adalides de nuestra causa y entonces, toda esta película que ustedes se montan será un filme en el que los protagonistas victoriosos serán los sentimientos de todos los que se identifican y ven abanderados a los monos.

 No ambicionamos nada, no reclamamos aguas jurisdiccionales, ni franjas de tierra, exclusivamente queremos esta Roca, nuestro más seguro pedestal, prueba de ello es que fisiológicamente estamos conformados para hacer vida en los roquedos; es más, algunos de nuestros congéneres que viven en zoos han pedido estar siempre sobre alguna peña, lugar en el que lloran la pena de no estar en esta Roca de las rocas. Detestamos los aguiluchos que vienen a nidificar a este sitio y, cuando sus pollos son adultos vuelan y se olvidan de su lugar de nacimiento, porque solamente quieren dinero y altos vuelos. Este buque pétreo, el que está fondeado permanentemente en esta Bahía, no es un festivo crucero en el que los monos somos mascotas de tripulantes y viajeros. En este singular iceberg rocoso, ejemplar único en el mundo, es el entorno donde algún día retornarán cual golondrina peregrina todos los macacos que siguen siendo explotados por los muchos circos sin carpa del mundo pero, lo más decepcionante es que seamos víctimas de ello los que residimos en nuestra casa; una cosa es ser amable y hospitalario y otra, por cierto muy distinta, ser tratado por el mono tonto de turno.

 Desde los albores de la historia imperios y pueblos diversos pretendieron la posesión de este Gibraltar y los únicos dueños, que somos nosotros, siempre lo hemos callado ya que esta Roca es la cuna del macaco. Si entre nosotros nos desparasitamos y no dejamos que garrapata o pulga nos coma la sangre tampoco es de recibo que estemos presos en nuestro mismo dominio. El Peñón será el hogar de los macacos pero nunca el presidio donde llore sus cuitas el último mono.

 Espero que por estas reflexiones en voz alta no me confundan con un simio loco que desvaría y ha perdido el juicio diciendo insensateces por culpas de las fuertes levanteras.

 Esta es la voz de los sin voz, la que parece de auténtica ficción siendo la más grande realidad. En la vida es toda al revés , el amo preso en su misma casa y, el que debería ser su fiel servidor, convertido en cruel tirano y, para más inri, dice que nos protege. ¿Qué clase de tutela es la que ejerce quien no nos deja gozar de nuestros derechos? ¿Cuándo tendremos más dedos de frente y seremos libres en nuestro propio hogar? Seguro que todo llegará y el mono será el único dueño de este Peñón aunque aquí vivan razas y etnias de todo el mundo.”

Calló la voz del simio apagada por las sirenas de los buques, el sol, como avergonzado, se ocultó tras los montes y un denso manto de niebla cubrió a Gibraltar por entero y aquel simio se retiró a dormir sin siquiera escuchar el eco de su discurso.

Al otro día amaneció y, para no romper la monotonía de los gorilas, todo volvió a ser igual. En los despachos de los congresos los hombres siguieron con sus disputas de que bandera debe ondear en la Roca mientras los monos, con sus ojos inquietos como alfileres que buscan acerico, observan como siguen viniendo turistas y nunca más se supo del macaco viejo ni nadie preguntó por él, pues todo aquel que levanta con sus palabras aires de libertad, el que busca lo más normal, le llaman loco; de seguro que a ese viejo primate lo trataron así y ya navega enjaulado lejos de su hogar camino del exilio por querer soliviantar los ánimos. Pero la verdad siempre llegará y no faltará quien, en su recuerdo y memoria, levantará la voz y esta vez todos a una abrirán sus pechos demostrando que son seres vivos y no figuras decorativas.

 Por ellos y para ellos digamos:

 -“¡Abramos nuestros pechos y no enterremos los sentimientos bajo la losa de los pechos .No cerremos verjas y saquemos ese simio que llevamos oculto en nuestros adentros , el que dice verdades como templos y, por ser mono lo tenemos en la celda del olvido. Escuchemos el latir de nuestro corazón que golpea a los humanos pechos, son sus golpecitos los de las manitas de ese pequeño y gran simio que genera vida. Lo merecen todos ellos, los que facilitaron el primer paso de los homínidos, los que fueron y serán corazón y pulmón de la vida de los que hoy habitamos este planeta y nos olvidamos de los que dieron y darán todo, todas las categorías de primates.”!

José Reinaldo Pol García - España

 

Tercer Premio

Pintador de almas

No era un espejo común, había sido embadurnado con pintura añeja y colorida, se notaba que el autor de esta obra había sido un gran artista. Su creación vertía vida tanto a Simios como a Humanos, la perspectiva era exquisita. No sabía si estaba contemplando una pintura, un espejo, un paisaje o la esencia viva de un creador extraordinario:

Lo cierto era que, desde cierto ángulo, un artífice inimaginable cegaba de belleza. A veces, una silueta humana se posaba y parecía caminar como en un cine mudo, cristalino y surrealista, cargando a un simio pequeñito y gordito. Otras veces, una sombra simiesca, simpática y sin pancita, eso sí, muy, muy, muy grande, cargaba a un humano diminuto y endeble, minuto a minuto. ¿Qué estaba pasando? ¿Qué historia se conjugaba? ¿Acaso era amistad? ¿Evocaba un tiempo en que los Simios y Humanos convivían en paz?

Continué estimando cada imagen que se desencadenaba más y más rápido con el pasar de los segundos, efímeros, aunque de recuerdos eternos. Casi olvidaba respirar y mis pensamientos no podían creer que esto fuera real. Quizás soñaba, tal vez fantaseaba, pero, en verdad mis ojos se perdían en siluetas e imágenes maravillosas:

Acababa de sumergirme, al menos visualmente, en el florecimiento de dos aldeas hermosas como hermanas: una de simios y otra de humanos, ambas separadas por la lejanía de una maleza frondosa, colorida, azulada y calmada, que sólo el tiempo podría reunir. Nacían simios por ahí y, por allá, los humanos edificaban casas rústicas. Corrían simios hacia allá y, más para acá, los humanos soñaban con volar. Sin embargo, un día, tanto Humanos como Simios tuvieron la misma visión y el mismo presentimiento: que muy pronto conocerían lo desconocido y que esto cambiaría sus vidas para siempre.

Sobrevino lo siguiente, algo que comenzó como un susurro breve y que luego desencadenó un huracán inmenso de emociones: los aldeanos Simios notaron que la fruta empezaba a escasear, pero el agua era abundante. Por su lado, los aldeanos Humanos descubrieron que la comida era próspera, aunque el agua se estaba agotando. La única opción para ambas sociedades, de un pasado que pronto estaría remarcado, era explorar los territorios subyacentes. Lo cual, eventualmente, conduciría a que ambas especies se encontraran cara a cara y confrontaran sus sueños y temores.

Los Simios soñaban con encontrar y perderse en el paraíso de la fruta y la pureza, y los Humanos con hallar el manantial que quitaba la sed. Ambas representaban sus fantasías de esperanza. No obstante, a lo que vamos, los Humanos construyeron arcos y flechas para enfrentar el peligro que probablemente se cerniría sobre los lugares lejanos. En cuanto a los Simios, reunieron las últimas bananas frescas que les quedaban y las guardaron en morrales tejidos con hilos de bambú, luego las cargaron y se encaminaron sobre la maleza (trepando y gritando sobre los árboles, en realidad cantaban salvo que los Humanos no entendían su lenguaje).

Los Humanos se adentraron más y más entre la maleza, la cortaron como si no tuviera vida y continuaron avanzando en busca de su sueño; los Simios se aproximaron más y más hacia la comunidad extraña a ellos, iban felices, muy felices, aunque pronto… algo los abrumaría…

En un abrir y cerrar de ojos el encuentro ocurrió… quizás el tiempo se detuvo para ambas especies o tal vez ellas congelaron el tiempo, o sus pupilas dilatadas y muecas no eran las señales del pavor que surge de la enemistad breve…. los Humanos, aterrados hasta lo más profundo de su ser, contemplaron cómo los Simios se balanceaban entre los árboles y cómo los árboles se dejaban domar por ellos, así que, completamente asustados y titubeantes, apuntaron sus arcos hacia la especie que desconocían… fue instantáneo, pareció que el tiempo no se dejó avanzar, fue alarmante, muy desconcertante. Los Simios abrazaron a sus hijos y contemplaron cómo aquellos árboles que valoraban tanto en su hogar habían sido transformados en arcos y flechas. El dolor que sintieron fue inmenso, aun así… el dolor de comprender que podrían no regresar a salvo los hizo detenerse y mirar fijamente a los Humanos.

Las respiraciones se detuvieron y los miedos danzaron, un sudor extremo los atacó con un compañero llamado temblor. De repente, ocurrió la situación que los mantuvo en tensión por un rato:

Un niño Simio (o Simio en su niñez, si quieren entenderlo) notó, mientras estaba en brazos de su madre que… un niño Humano tenía un par de frutas que jamás había degustado: fresas rojas y con apariencia mágica. Entonces, el niño Simio cantando (gritando para los humanos) se lanzó sobre el niño Humano. De modo que, los Humanos apuntaron las flechas hacia la criatura inofensiva. Sin embargo, el niño Humano, que sólo veía en el niño de la especie diferente a un amigo desconocido, gritó con su voz inocente y corrió para encontrarse con el Simio pequeño, peludo y también gritoncillo.

¡Puff! Este sonido marcó la explosión de flechas que se dispararon hacia el Simio pequeño, no obstante, también se encaminaban hacia el otro pequeño.

—¡No! —gritó la mamá del niño.

—¡Wo! —exclamó la mamá del Simio.

Las madres presurosamente, ante el silencio de lo que podría convertirse en una muerte segura, corrieron para salvar a sus hijos de aquellas flechas sin sentimientos.

Los niños se encontraron frente a frente. Se miraron absortos como si el destino quisiera que fueran amigos. Se gritaron como compañeros, hasta se sonrieron. Sobraron las palabras, sus gestos corporales les permitían entenderse. Así que el Simio pequeño se inclinó ante el Humano de corta edad y este último hizo lo mismo. Ambos extendieron la mano derecha al mismo tiempo, pero, cuando el niño Humano estaba por regalar las fresas rojas y el niño Simio por compartir algunas de las últimas frutas de su aldea… ¡las flechas descendieron!

Retumbó el suelo denso y el viento pareció aullar… después, el silencio se devoró las palabras y los sonidos de todos; las madres sollozaron lentamente, finalmente todo había pasado: debido a que el viento bramaba como nunca, las flechas habían explotado en el aire sin lastimar a nadie. A pesar de esto, los niños ya se encontraban comiendo frutas como si nada malo se hubiera querido desquitar con ellos.

El niño Humano pronto tuvo sed; el niño Simio pronto tuvo más hambre y; los hombres se acercaron mucho más para contemplar lo que pudo haberse transmutado en una tragedia. ¿Acaso muchas guerras no inician con una muerte? ¡Muerte, que bueno que no estabas presente!

El niño Humano le brindó más comida al niño Simio y éste… sacó un morral de bambú lleno de agua para corresponder al gesto amable.

Fue entonces cuando, se iluminaron los ojos de aquella comunidad de Humanos. Se inclinaron casi respetuosamente hacia los Simios, ofrecieron parte de su comida y la especie no Humana señaló el sendero frondoso, verde y brillante que los conduciría hacia el manantial que anhelaban, aunque no curaba la sed pues esta no es una enfermedad sino una necesidad con la que nacen los seres vivos. Asimismo, los Humanos indicaron el camino correcto que llevaría a los Simios hacia el valle de las frutas hasta ahora inusuales por ellos. De este modo, el silencio se rompió totalmente. Un ocaso colorido emergió con frenesí desde lo alto, lo que marcó el final del encuentro entre ambas especies. Los Humanos corrieron desesperadamente hacia el agua, nunca dejaron de apuntar, mientras los Simios se desplazaron raudamente por los árboles sin soltar a sus hijos.

A medida que las especies se perdía de vista, el cielo parecía extraviar la suya pues comenzaba a nublarse y ceder paso a la oscuridad.

A partir de este momento, la pintura o espejo artístico se transmutaba, a ratos, en figuras coloridas, abigarradas y desconocidas. Y algunas veces, era posible apreciar dibujos que mostraban el pasar de los años de estas comunidades de seres vivos. Estos dibujos guardaban un pequeño secreto que sólo podían ver aquellos cuya agudeza visual todavía estuviera intacta: los niños continuaron encontrándose, en secreto, en una frontera que el paso de los años se edificó para separar a ambas comunidades. El niño Humano le llevaba un cántaro de agua al niño Simio y, este, le llevaba fresas rojas al otro niño. Su primer encuentro los había convertido en amigos inseparables. Al parecer, su amistad duradera quedaría reflejada o atrapada en este espejo fantasioso. ¡Quién sabe! ¿A lo mejor, alguno de estos niños había otorgado vida al espejo? Lo cierto es que, probablemente, la silueta humana que se posaba y caminaba a través de un cine mudo, cristalino y surrealista, cargando a un simio pequeñito y gordito…. era el niño Humano y … la sombra simiesca, simpática y sin pancita, eso sí, muy, muy, muy grande, que cargaba a un humano diminuto y endeble, minuto a minuto… era el niño Simio que había crecido.

No obstante, la siluetas, dibujos e imágenes expresaban un hecho que muchos creen imposible: se puede convivir respetuosamente con otras especies. Supongo que aún debe ser mayormente posible entre sociedades de la misma especie.

Víctor Hugo Pérez Pérez – México

 

Mención de Honor

Incendio en la jungla

Amanecía en los Montes Azules del Congo. Lentamente, el astro rey comenzaba a elevarse en el horizonte, iluminando la mañana con sus rayos dorados. Wanda, una de las hembras jóvenes del harén, abrió los ojos; al estirar las patas para desperezarse despertó a Titán, el enorme gorila espalda plateada, quien levantó la cabeza y, entre bostezos, comentó:

―Aunque mi olfato no es muy bueno, huelo humo… creo que hay un incendio. Querubín, la más pequeña de sus crías, se levantó de un salto del regazo de su madre, soltó la fruta que estaba comiendo y, apuntando con su pequeño dedo pulgar hacia el este, comenzó a gritar:

―¡Sí, es cierto... miren... allá... puedo ver una enorme columna de humo!

Titán, de inmediato, se puso de pie y le ordenó a Wanda llamar a sus otras crías y al resto de la manada. Cuando todos estuvieron reunidos, exclamó:

―¡Debemos dirigirnos, lo antes posible, a la zona del incendio para auxiliar a todos quienes la habitan! ¡Corran la voz por los alrededores!

Arabella, la ardilla, que estaba escuchando desde la rama de un árbol gritó:

―¡Espérenme… yo iré con ustedes para ayudar!

Ottis, el hermano mayor de Querubín la interpeló, sonriendo irónicamente:

―¡¿Cómo vas a ayudar tú, si apenas mides unos pocos centímetros?! Los otros gorilas comenzaron a burlarse, pero Wanda, molesta, refunfuñó:

―¡Silencio… no debemos menospreciar a nadie ya que, por pequeña que sea, seguro habrá algo que pueda hacer para colaborar! Ottis, Querubín y los demás integrantes del clan callaron, agacharon las cabezas y continuaron su camino.

Arabella, que había hecho caso omiso a los comentarios de Ottis, ya estaba volando hacia otro árbol para contarle lo que estaba sucediendo a Rocco, el macho dominante de una familia de chimpancés. Este, de inmediato, ordenó

a una de sus hembras avisarle a todo el clan. Evy, muy asustada, comenzó a saltar de rama en rama, chillando y gritando:

―¡Hay varios incendios cerca del Lago Alberto! ¡Rocco dice que tenemos que ir cuanto antes para ayudar a quienes están en peligro!

Zimba, un jabalí enorme que estaba buscando comida oyó los gritos de Arabella y corrió a reunir a su manada para informarles acerca de lo que estaba pasando.

―¡Sí, hemos olfateado humo proveniente de los alrededores del Lago Alberto! ―gritaron algunos―. Los demás, sin hacer comentarios, se encaminaron hacia el lugar, con Zimba al frente.

El grupo, liderado por el clan de gorilas, y seguido por la familia de jabalíes y la de chimpancés comenzó a movilizarse. Muchos vecinos de la zona, al verlos y enterarse de lo que estaba sucediendo, se les iban uniendo. Pronto se formó una larga columna de habitantes de los Montes. A pesar de su gran aprensión al fuego, todos querían ir en ayuda de aquellos que se encontraban en peligro. Entre ellos estaba, incluso, Hércules, el viejo gorila cojo, a quien unos cazadores furtivos le habían disparado, intentando atraparlo. Tuvo la suerte de escapar y logró recuperarse de sus múltiples heridas, pero quedó lisiado de una pata.

Cuando la caravana se acercaba a la orilla del río, ante ella emergió un enorme hipopótamo, rodeado por sus cuatro hembras. Cerca de allí, en medio del fango, había varias crías revolcándose y jugando, vigiladas atentamente por sus madres. Se trataba de Nerón y su familia. Al percatarse de lo que estaba ocurriendo, de inmediato se unieron al grupo.

Asimismo, desde diferentes puntos, decenas de tortugas se movían con lentitud, siguiendo las instrucciones de las águilas culebreras, quienes habían percibido los incendios y, rápidamente, se encaminaron al lugar; su misión era sobrevolar el grupo y señalarles por dónde podían acercarse sin poner en peligro sus vidas. Por su parte, una manada de antílopes, alertados por la ardilla Arabella, corrían, conscientes de que llegarían antes y podrían hallar los caminos más seguros para avanzar y aproximarse al lugar. Esa información le sería de

gran utilidad a la enorme columna de animales que, a medida que avanzaba, lo hacía más lentamente y con dificultad a causa del humo que les impedía ver.

Una vez que el grupo se encontró cerca del primer incendio, Titán, quien iba al frente de la caravana, se detuvo, y levantando los brazos bramó:

―¡Amigos, antes que nada quiero agradecer que todos hayan venido, algunos desde muy lejos, para ayudar a nuestros hermanos en este trance tan difícil! ¡Todos sabemos cuánto le tememos al fuego, pero cuando alguno de nosotros está en peligro, dejamos de lado los miedos y corremos adonde haya que ir, sin pensar en que ponemos en riesgo nuestras propias vidas! ¡Así somos y así nos comportamos… siempre estamos presentes cuando nos necesitan! ¡Y ojalá que esto sirva de ejemplo para la totalidad de seres que habitan el planeta! ¡Les aseguro que si todos se ayudaran entre sí el mundo sería un lugar mejor!

Cuando terminó su arenga, el gorila espalda plateada comenzó a dar indicaciones: encomendó a los chimpancés encargarse de recolectar una gran cantidad de caparazones de tortuga las cuales, aparentemente, habían perecido por haber inhalado humo durante el incendio. Enterrarían sus cuerpecitos y utilizarían los cuencos para llenarlos con agua del río y verterla sobre el fuego. Por su parte, los elefantes deberían cargar sus trompas con el líquido elemento y lo arrojarían, todos juntos, sobre las llamas. De esa manera, la cantidad de agua sería mayor y, por lo tanto, más eficaz para combatir el fuego.

Las boas, por tener la piel muy fría y soportar mejor las temperaturas elevadas, se ofrecieron para acercarse a las llamas, envolver con sus anillos a algunos animales pequeños y alejarlos hasta un punto en el cual los mandriles estarían esperando para trasladar a aquellos que estuvieran más débiles hasta la orilla del río, donde los hipopótamos los auxiliarían.

Por su parte, los pelícanos graznaron:

―¡Nosotros también podemos transportar agua en los sacos de nuestros picos!

Las crías de Nerón, con sus característicos silbidos exclamaron, burlándose de ellos:

―¡Pero la cantidad de agua que ustedes pueden cargar en esas bolsas es mínima!

Titán, quien los estaba escuchando, bramó:

―¡Silencio!... ¡Todos los que estamos aquí, seamos grandes o pequeños, podemos aportar algo que, por mínimo que sea, podría significar mucho!

¡Lamentablemente, ―continuó diciendo― muchos seres humanos, ya sea por egoísmo, codicia o ambición, dañan al planeta de diversas formas: con la explotación minera; la tala de los bosques; el envenenamiento de la tierra con insecticidas; la extracción de energía geotermal; el relleno de los embalses con agua; la extracción de gas y petróleo! ¡Esas actividades provocan incendios, inundaciones, terremotos, tsunamis y otros desastres, destruyendo las vidas de sus semejantes y también las de muchas especies de animales y plantas! ¡Estas catástrofes se podrían evitar si todos nos preocupáramos más en cuidarnos a nosotros mismos y a los demás habitantes del orbe!

Poco después comenzó a llover, lo que ayudó a que el fuego se extinguiera por completo. Para ese momento y gracias a la ayuda de sus congéneres, muchos de aquellos que habían quedado atrapados en medio de las llamas ya habían logrado salir sanos y salvos. Muchos otros, en cambio, habían perecido; algunas madres, incluso, se habían inmolado para proteger a sus cachorros, o intentando ayudar a las crías de sus semejantes.

En el camino de regreso a su hogar Titán y su clan encontraron, cerca de la margen del río, un campamento arrasado por el fuego. A pocos metros se hallaban los cadáveres de tres hombres. Al verlos, el astuto gorila se dio cuenta de que ellos eran los presuntos responsables de la tragedia. «Seguramente vinieron aquí a cazar a nuestros hermanos, encendieron una fogata y eso fue lo que provocó el incendio», masculló.

Se detuvo, y dirigiéndose a sus pequeños, les dijo:

―Hijos: por favor, ayúdenme a excavar la tierra y abrir tres fosas, tan grandes y profundas como nos sea posible. A pesar de que, seguramente, estas personas vinieron aquí a hacernos daño, nosotros no les guardamos rencor. No creemos que sean malos, sino que no se les enseñó a respetar ni se les dijo que

nunca se debe dañar a ningún ser vivo, cualquiera sea la especie a la que pertenezca.

Luego, con voz trémula y lágrimas en los ojos, susurró:

―Sus padres y familiares deben estar muy preocupados por ellos y nosotros no queremos, y no permitiremos, que sus cuerpos queden tirados aquí, sin darles sepultura.

Una vez que terminaron de cavar las fosas, Titán levantó los cadáveres y los colocó dentro. Finalmente, toda su familia ayudó a echarles tierra encima, cubriéndolos completamente. Querubín, quien era muy listo dijo:

―Deberíamos colocar cruces sobre las tumbas, como hacen los humanos, para que quienes vengan a buscar a estos hombres se den cuenta de que están enterrados aquí. Podríamos confeccionarlas con pedazos de madera atados con lianas.

Wanda, orgullosa de que a su cría más pequeña se le hubiera ocurrido semejante idea, comenzó a buscar trozos de ramas. Ottis, por su parte, encontró algunas enredaderas para sujetarlas. Armaron tres cruces y las colocaron encima de las sepulturas.

Luego de cumplir con su cometido Titán y su familia emprendieron el regreso a su hogar. Él caminaba delante, pensativo. Wanda, junto a sus hijos, Ottis, Querubín y sus hermanos, así como las demás hembras del clan con todas las crías, lo seguían. Ese había sido para todos, pero especialmente para los más pequeños, el más difícil, pero seguramente también, el día en el que habían aprendido la lección más importante de sus vidas.

Betty Rodríguez Alberte – Uruguay

 

Mención de Honor

La gran familia de la selva

Al tiempo que la luna, lentamente, comenzaba a asomar su rostro por el horizonte, un manto negro caía sobre el bosque impenetrable de Bwindi. Los sonidos de la jungla, poco a poco, se iban apagando, pero aún se podían escuchar esporádicos gritos de lechuzas y aullidos de lobos, así como algún que otro chillido de monos bebés hambrientos, reclamando las tetas de sus madres. Los demás animales, en su mayoría, ya se habían retirado a sus guaridas para pasar la noche resguardados de los depredadores nocturnos.

De pronto, en la penumbra del atardecer se escuchó algo parecido al sonido de un tambor; era Arquímedes, el enorme gorila espalda plateada, golpeándose el pecho con las manos para llamar la atención de su hembra. Agatha había salido a buscar a sus crías. Athos era hijo de la pareja, mientras que a los gemelos Portos y Aramis los habían adoptados luego de que unos cazadores furtivos asesinaran a su madre y se llevaran a su padre.

Los tres cachorros estaban distraídos jugando cerca del río Ishasha. Sus padres temían que, aprovechando el manto de oscuridad que pronto cubriría la jungla apareciera, sorpresivamente, algún cocodrilo buscando comida y les hiciera daño. Ellos eran pequeños aún y no sabrían cómo defenderse del temible depredador acuático.

Al escuchar el llamado de su madre las crías se apresuraron a regresar al hogar; estaban hambrientos y se alegraron mucho al verla, ya que eso significaba que tenían la cena asegurada. Agatha había recogido raíces, brotes, tallos, flores, caracoles y algunas larvas. Luego de cenar, la familia se acostó en el nido que Arquímedes había armado para ellos.

Cuando los primeros rayos de sol comenzaron a asomar por el horizonte el clan despertó. Estiraron los brazos y, lentamente, se levantaron. De pronto, uno de los cachorros comentó:

―¡Creo haber oído algo, pero no sé de qué se trata! Los demás callaron y prestaron atención. Entonces papá gorila dijo:

―Me parece que son disparos de escopeta y suenan cerca de aquí. ¡No se muevan ni hagan ruido! ¡Yo saldré a investigar! Arquímedes se descolgó del árbol y se escabulló entre los arbustos para dirigirse al lugar desde donde provenían los tiros.

Mientras el jefe de familia estuvo ausente, tanto la madre como las crías permanecieron quietecitos y en absoluto silencio. Luego de unos cuantos minutos Arquímedes regresó.

―¿Qué sucedió? ―preguntaron, a coro, los tres pequeños.

―Traigo malas noticias ―contestó el padre―, un grupo de cazadores estaba siguiendo a Sansón; uno de ellos le disparó y, según me informaron, está mal herido... ¡debemos ir en su ayuda!

La familia, de inmediato, salió del nido; sin hacer ningún ruido se fueron guiando por el olfato para llegar al lugar donde se encontraba la manada de Sansón. Al llegar pudieron ver a un grupo muy grande rodeando a su líder, seguramente con la intención de protegerlo. Arquímedes se abrió paso entre el tumulto y pudo acercarse a su congénere, quien estaba recostado sobre la hierba, sangrando abundantemente.

Cuando le preguntó qué había sucedido, Sansón contestó que, de madrugada, en el momento que empezaba a salir el sol, el grupo sintió un crujir de ramas y en cuestión de segundos una lluvia de disparos comenzó a caer sobre ellos. Dalila, una de sus hembras, intentó proteger al clan y les ordenó a todos que se alejaran. El macho alfa, al ver a su familia en peligro, se adelantó y enfrentó solo a los cazadores; fue entonces cuando recibió varios disparos. A pesar de sus terribles heridas, logró alejarse, pero no pudo correr mucho; poco después cayó de rodillas y tuvo que recostarse sobre el pastizal.

Arquímedes estaba furioso con los “hombres malos” que cazaban y mataban animales. En algunas ocasiones solo lo hacían por diversión, pero la mayoría de las veces su propósito era ganar dinero. En el caso de los gorilas cortaban sus cabezas, manos y pies; si se trataba de felinos, los despojaban de sus pieles; luego lo subastaban todo. También atrapaban monos o pájaros para venderlos a turistas que deseaban tenerlos como mascotas. Incluso había quienes los adquirían con la intención de adiestrarlos y hacerlos trabajar en espectáculos circenses. ¡Era algo verdaderamente horroroso! ¡Y él no estaba dispuesto a permitir que eso continuara!

El enorme gorila espalda plateada sabía que era una presa muy codiciada por los cazadores y que, si lograban atraparlo, ya fuera vivo o muerto, obtendrían mucho dinero por él. Pensando en eso se le ocurrió un plan para darles una buena lección a esos individuos quienes, en lugar de trabajar para ganar dinero honestamente, preferían obtenerlo quitándole la vida a animales inocentes, que no dañaban a nadie.

Arquímedes llamó a todos aquellos que integraban la gran familia de la selva y que quisieran formar parte de su plan; les propuso reunirse ese mismo día, al atardecer, en las proximidades del río. A la hora señalada todos los machos alfa y las matriarcas de los clanes estaban presentes para escuchar lo que tenía para decir. Cuando comenzó a contarles lo que se le había ocurrido, por sus gestos pudo notar que muchos estaban aterrorizados. Era evidente que temían que los cazadores los lastimaran o mataran, ya fuera a ellos o a sus familias, por lo que no querían tener un enfrentamiento con esos individuos.

El plan de Arquímedes, en realidad, no involucraba demasiado al resto de sus congéneres. Él iba a ser quien tuviera un papel preponderante, mientras que los demás solo lo ayudarían a elaborarlo y serían su respaldo. La idea que se le había ocurrido era preparar una trampa para atrapar a los cazadores quienes, prácticamente, día por medio llegaban a hacerles daño.

Arquímedes propuso hacer un enorme agujero en un claro de la selva y cubrirlo con arbustos, ramas y palos; de esa forma no se vería desde lejos. Una vez hecho esto esperarían a que los cazadores vinieran buscando una presa; en ese momento él aparecería entre los árboles para que los hombres lo pudieran ver, haría que lo siguieran hasta el lugar donde estaba el hoyo y lo bordearía, para luego exhibirse del otro lado. Entonces, al intentar acercarse para atraparlo, los individuos caerían en la trampa.

Cuando terminó de relatar su plan, la mayoría de los animales dijeron estar de acuerdo, pero hubo otros a quienes no les parecía una buena idea.

─¡¿Y si te hieren?! ─preguntó Clelia, la elefanta, con su barrito tan peculiar.

─¡También podrían atraparte! ─chilló Camelot, el viejo babuino.

─¡O quizás te disparen para después capturarte y llevarte a un circo! ─gritó el monito rojo Blu-Blu.

─¡No se preocupen tanto, que nada me va a suceder! ¡Yo sé lo que hago! ─gruñó, sonriendo, el confiado Arquímedes.

De inmediato todos se pusieron a trabajar, lo primero que hicieron fue buscar un buen lugar; encontraron una zona abierta, en medio de los árboles y cerca del arroyo. Los leones y demás animales con garras comenzaron a horadar la tierra para hacer el pozo. Mientras tanto, los orangutanes y gorilas, como eran fuertes y podían montarse a los árboles, cortaban gruesas ramas, las más pesadas las tiraban al suelo para que los elefantes las levantaran con sus trompas y las transportaran hasta el sitio donde sus compañeros estaban cavando. Por su parte, los monos y chimpancés se encargaban de recoger troncos pequeños y gajos. Esos elementos serían utilizados para ocultar el agujero que, poco a poco, se iba haciendo más profundo.

Una vez que el hoyo estuvo hecho, todos los animales, ya fueran grandes o pequeños, cada uno en la medida de sus fuerzas, ayudaron a cubrirlo completamente con ramas, tallos, hojas y todo lo que habían podido conseguir. Cuando terminaron y pudieron observar lo bien que había quedado, estaban tan felices que algunos se pusieron a saltar, otros danzaban, y quienes podían, daban volteretas en el aire, aplaudiendo y felicitándose por el trabajo realizado.

─¡Esto sí que es una belleza! ─gritó el monito rojo Blu-Blu.

─¡Somos unos genios! ─chilló Camelot, el viejo babuino, que no había hecho casi nada porque estaba prácticamente ciego y apenas podía caminar.

Por su parte, la elefanta Clelia movía su trompa de un lado a otro, como dudando, mientras comentaba en voz baja:

─Mmmm… ¡esto puede terminar muy mal! Pero nadie la escuchaba porque todos estaban seguros de que el plan de Arquímedes sería un éxito

rotundo y terminarían atrapando a los cazadores, les darían una buena lección y lograrían que nunca volvieran a lastimar a ninguno de los hermosos animales, quienes vivían tranquilos, sin dañar a nadie, en la selva, que era su hogar y les pertenecía, porque ellos habían nacido y vivido siempre allí.

Al poco tiempo de finalizar su trabajo y festejar, un manto negro cayó sobre la jungla. Cada uno de sus habitantes se fue retirando a su madriguera para descansar y esperar a que llegara el nuevo día. Todos estaban muy nerviosos pensando en lo que sucedería en el correr de la siguiente jornada, por lo que casi nadie logró conciliar el sueño. En cuanto el primer rayo de sol despuntó sobre el horizonte, se levantaron y, poco a poco, se fueron acercando al lugar donde se encontraba el enorme hoyo. Como todos sabían que los cazadores no debían verlos, cada quien se escondió en un lugar diferente, que había sido acordado el día anterior.

Pasaron varias horas y cuando los animales ya estaban a punto de retirarse oyeron un crujido de ramas; todos se pusieron alerta. Los monos, de inmediato, treparon a las ramas más altas de los árboles.

─¡Ahí están! ─chillaron todos a la vez, ─¡son ellos, los cazadores! ¡Es un grupo grande; traen enormes rifles y escopetas! En ese momento se escuchó a Arquímedes gruñendo:

─¡Hagan silencio! ¡No deben darse cuenta de que estamos aquí, esperándolos! De inmediato, todos enmudecieron; lo único que se podía oír era el sonido de los machetes abriéndose paso entre la tupida maleza.

De pronto, y sin que nadie se diera cuenta, Arquímedes dio un salto y se golpeó el pecho con tanta fuerza que se oyó a varios kilómetros a la redonda. Los cazadores se detuvieron, asustados. Esperaron unos segundos hasta escuchar un segundo rugido. Entonces el explorador les dijo, en voz baja:

─Ese debe ser el gorila espalda plateada que estamos buscando; me parece que se dirige al este. Debemos avanzar lentamente y, sin hacer ruido, desplazarnos en esa dirección; allí con seguridad lo atraparemos. Todos asintieron con la cabeza y con mucho cuidado, en fila india, se encaminaron hacia el punto indicado por el guía.

Mientras tanto, Arquímedes se acercaba a la parte abierta de la selva, donde sabía que se encontraba el hoyo. Cada tanto emitía un gruñido para que los cazadores supieran dónde se hallaba y pudieran seguirlo. En pocos minutos llegó al lugar y esperó, escondido detrás de unos árboles que circundaban la meseta. En cuanto divisó al primer hombre se lanzó a toda velocidad hacia adelante y, bordeando el agujero, corrió a esconderse detrás de unos matorrales; desde allí observó cómo los cazadores, intentando seguirlo, llegaban a la orilla del pozo y, uno tras otro, iban cayendo dentro.

Cuando los animales vieron que no quedaba ningún hombre a la vista porque todos habían caído en la trampa, corrieron hacia el agujero y, desde el borde, contemplaron a los cazadores, amontonados uno encima del otro, gritando e insultando a Arquímedes por haberlos engañado. Entretanto, toda la familia animal se deleitaba viéndolos atrapados y sin ninguna posibilidad de salir del profundo hoyo.

En ese momento comenzaron las discusiones respecto de qué debían hacer con ellos. Todos estaban muy enojados, por lo que la mayoría pensaba que merecían ser castigados por sus acciones y manifestaban su agresividad de formas diferentes; la idea de los orangutanes era dejarlos abandonados dentro del pozo; los monitos chillaban muy fuerte, alegando que ellos se encargarían de taparlos con tierra; los leones decían que debían comérselos; los hipopótamos querían pisotearlos para que los elefantes los engancharan con sus trompas y los tiraran al río; las serpientes pretendían morderlos para inyectarles su veneno. Las ideas eran muchas y todas diferían entre sí. Parecía que nadie podía ponerse de acuerdo en qué era lo que tenían que hacer con los “cazadores cazados”.

Entonces se oyó resonar el fuerte gruñido de Arquímedes. Él era quien había hecho el plan para atrapar a esos individuos y se sentía el líder de los clanes allí reunidos. Y en realidad lo era, por ser muy inteligente y tener las ideas muy claras. En ese momento todos enmudecieron, esperando escuchar lo que tenía para decir.

─Nosotros integramos la hermosa familia de los animales y vivimos en la selva porque es nuestro hogar; nos alimentamos de lo que ella nos ofrece, pero lo más importante es que la totalidad de los miembros de este enorme y variado clan somos buenos ―manifestó―. Mientras su líder decía esto el silencio era total; todos lo respetaban muchísimo y nadie se atrevía a contradecirlo.

Una vez concluido su discurso, Arquímedes dejó de hablar por un instante, mientras observaba las reacciones de sus camaradas. Luego de unos minutos, preguntó:

─¿Alguien tiene algo que decir? No se oía volar una mosca. De pronto, una tímida voz se elevó entre la multitud, era el monito rojo Blu-Blu.

─¡Nuestro líder tiene razón! ─dijo─, ¡nosotros no somo como los cazadores, nunca le hemos hecho daño a nadie y nunca lo haremos! ¡Si lo hiciéramos seríamos iguales a ellos! ¡Y ninguno de nosotros quiere eso! ¡¿No es así?! Los demás gritaron a coro:

─¡No, claro que no queremos eso! ¡Nosotros nunca seremos iguales a ellos!

Arquímedes, que se había mantenido en silencio, retomó la palabra y dijo:

─¡Así debe ser! ¡Estoy muy orgulloso de todos ustedes, mi grande y querida familia de la selva! ¡Ya les dimos una lección a estos hombres! ¡Es hora de ayudarlos a salir del pozo y dejarlos en libertad! Estoy seguro que de ahora en adelante ninguno de ellos volverá a cazar o matar y les enseñarán a sus hijos y amigos que no está bien hacerlo! De inmediato, con su líder a la cabeza, la familia animal se dispuso a sacar a quienes habían caído en el hoyo para permitirles que regresaran a sus hogares, esperando que le contaran a todo el mundo que Arquímedes, por medio de sus acciones y a través de sus sabias palabras, les había enseñado la lección más importante de sus vidas: “nunca se debe dañar a ningún ser vivo, sin importar a qué especie pertenezca, ya que todos los animales nacen iguales ante la vida y tienen los mismos derechos a la existencia”.

Betty Rodríguez Alberte – Uruguay

 

Mención de Honor

Primitivo

         Su hijo amaneció decaído. Le acarició el cuerpo para que reaccionara animado como siempre. Pero solo dio unos manotazos. Lo dejó sobre la cama de hojas y se deslizó de una rama a otra hasta alcanzar el siguiente árbol. Bajó por el tronco y ya en el suelo se dirigió hacia unas plantas para sacar frutos. En otras ocasiones aquello le había sanado a ella de dolores en el estómago. Esperaba que funcionase igual con su hijo. En tanto, en el cielo se acercaban nubes amenazadoras, oscuras, cargando un vendaval. Algo pasaba en la selva. Ella lo intuía. Algo inusual en su clima pero no tenía una respuesta clara. Subió a un árbol y de nuevo se deslizó de rama en rama, tranquila, pero con determinación. Al llegar hasta su cama de hojas le dio los frutos a su hijo. Este los devoró al comienzo con parsimonia y luego observó a su madre con agradecimiento. Tomó un dedo de la mano de esta y lo chupó. Ella advirtió que el pequeño, con cuidados, podría volver a recobrar sus energías. Las horas pasaron, el sol fue devorado por las nubes y las gotas, una tras otra, golpearon las hojas de los árboles creando una orquesta oculta pero que se hacía sentir por doquier. De pronto, se escuchó un ruido. Era hondo, hueco. Hizo temblar su pecho. Las aves de la selva volaron en un mar de gritos. Recordó un sonido semejante pero había sido hacía años, cuando aún se aferraba al cuerpo de su madre. Solo recordaba que luego de esos sonidos no volvió a ver a otros pequeños con los que jugaba.

         Abrazó a su hijo y miró de un lado a otro. Escuchó unos gritos pero esta vez no parecían pertenecer a las aves de la selva sino a otros, quizás de su mismo grupo. Sin soltar a su pequeño, que observaba moviendo la cabeza de un lado a otro, sin entender nada, saltó hacia una rama contigua y de ahí se aferró a la de otro árbol. Los sonidos huecos y pesados estaban más cerca. Escuchó voces. Voces que le recordaban escenas misteriosas de sus años en que era pequeña. Voces que articulaban sonidos de una forma clara, incluso hermosa, pero violenta, dura, fuerte. Detrás suyo, el tronco del árbol recibió un impacto. Ella percibió la real amenaza y apuró su carrera entre las ramas hasta llegar donde su hijo. Hizo que este se aferrara a su cuerpo. Los sonidos huecos ahora eran acompañados por un olor desagradable, a quemado. Las nubes no tuvieron misericordia y bañaron la selva con un manto de agua, pesada. Debería haber estado junto a su hijo durmiendo sobre su cama de hojas, guarecidos de aquello, pero los ruidos, las voces, el olor desagradable no les dejaban tranquilos. Estuvo a punto de resbalar pero se sostuvo con dificultad en una rama. Las hojas estaban resbalosas. De repente, algo se desquebrajó y ella quedó colgando. Su pequeño intentaba aferrarse a ella lo más que podía. No obstante, decaído como estaba, parecía soñar despierto, quizás con otra selva, con un lugar más tranquilo. Un grupo de seres apareció bajo ellos. Tenía ganas de gritarles que no les hicieran nada, ¿pero cómo poder imitar la extraña forma de comunicarse de esos animales? Ella colgaba de una rama y su hijo, a su vez, colgaba del pelaje de su madre. Casi con una delicadeza misericordiosa, uno de los hombres cuidó de no dispararles al cuerpo pero sí de romper la rama. El sonido hueco rompió con violencia la rama y cayeron. Los hombres no se preocupaban de ella; de inmediato fueron en busca de su hijo. Este quedó entremedio de unas plantas. Lo tomaron de un brazo. El pequeño hizo un gesto demandando a su madre. Ella se levantó del suelo confundida. Le dolía la cabeza, estaba mareada. Al ver a su hijo llamándola intentó ir lo más rápido posible pero uno de esos animales extraños se puso frente a ella y le cortó el paso apuntándole con un arma. Era la que creaba el sonido hueco. La lluvia no le dejaba ver bien. Los hombres miraron a su hijo, lo zamarrearon de un lado a otro para luego meterlo dentro de un saco. Ella emitió un ruido. Quiso verse amenazante. Los hombres rieron. La apuntaban con sus dedos. Uno se le acercó con un saco grande para echarla dentro pero ella esquivaba todos los movimientos. Solo tenía deseos de rescatar a su hijo. No podía dejarse vencer. De pronto, entre los árboles apareció una bestia extraña. Nunca había visto algo así. Rugía y sobre ella iba un hombre que la controlaba. Echaron arriba de esa cosa a su hijo en el saco. Los demás también subieron a la bestia andante. Una vez todos arriba de ella, rugió y con una velocidad tremenda se perdió en la selva.

         Ella volvió a subir a un árbol. Desde ahí, con fuerza, se tiró de rama en rama; de pronto parecía que los alcanzaba. Los hombres le apuntaron e hicieron sonar sus armas creando aquel sonido hueco. Se cansó, resbaló, cayó al suelo. La lluvia tapó su cuerpo uniéndolo con la tierra, como si el planeta entero quisiera enterrarla. Su hijo; ella lo necesitaba. Y él la necesitaba a ella. Estaba enfermo y ella ahí, en el suelo. Hizo un esfuerzo más. Se levantó y siguió en búsqueda del pequeño. Las nubes aparecieron en el horizonte aún más cargadas.

         ¿Cuánto tiempo pasó? Solo sabía que varias veces había visto a la luz intercambiar roles con la oscuridad. Se sentía cansada. Pero aun así, no cesaba en su búsqueda. De repente llegó a su nariz un olor a quemado. Era fuerte y parecía dominar una amplia zona. Siguió avanzando entre los árboles que cada vez menguaron más. Divisó que a corta distancia había un peladero. Llegó hasta el último árbol. Bajó de él. Frente suyo un calvero ocupaba una zona extensa; había árboles quemados que se cruzaban entre sí en el suelo, conviviendo con tocones de otros ejemplares talados. Las cenizas inundaban aquel cementerio. Recorrió con temor cada rincón, con la esperanza de encontrar a su hijo. Emitió unos sonidos. Nadie contestó. De pronto, se detuvo. Frente a ella había un cuerpo quemado. Era un animal grande, más o menos de su mismo tamaño. Lo tocó repetidas veces. Lo dio vuelta. Como cuando bebía agua y esta le devolvía su rostro, asimismo aquel cuerpo la reflejaba a ella con exactitud. Era de su misma especie. Y no solo un cuerpo. Eran varios. Con una sensación horrible dentro de sí, vio a grandes y pequeños muertos, carbonizados, repartidos por doquier. Revisó si alguno de estos últimos era su hijo. Ninguno. Pero verlos ahí era como ver al suyo. No había ni un ruido. Ni aves, ni monos, nada. El calvero, con su oscuridad, teñía como un moretón la tierra. De repente, más allá, escuchó murmullos y gemidos de dolor, últimos estertores de una tragedia. Pero se decidió a seguir avanzando, ya no se podía hacer nada. Caminó y caminó por largas jornadas hasta que el peladero dio paso a unos extraños árboles que jamás había visto en su vida. Se trataba de palmeras. Y era una selva entera de ellas.

                                         ________________________________

         -Habitantes de Borneo. Sean ustedes bienvenidos a la inauguración de nuestro nuevo centro comercial, el sueño de este gobierno, el símbolo del progreso y la modernidad, el lugar que dará cientos de cupos de trabajo. ¡Aplaudan, por favor, aplaudan!

         El hombre estaba vestido con una chistera larga negra y una levita roja, a la manera de los presentadores de un circo. Micrófono en mano, sobre el escenario, hablaba emocionado de las bondades de la nueva construcción. El edificio era el más grande en la historia de Borneo. Y los ciudadanos estaban entusiasmados. Sentados en sillas dispuestas al aire libre, veían entretenidos el show de inauguración.

         -A continuación- anunció el presentador- venidas del colegio A22, se hacen presentes nuestras pequeñas porristas. ¿No es adorable?

         Una niña de unos seis años se acercó al escenario con un pompón en cada mano.

         -Nosotras estamos muy felices por el nuevo centro comercial. Ojalá mis papás me compren muchas cosas aquí- dijo.

         -¡Qué linda! ¿No es un amor?

         El público celebró los dichos de la niña con aplausos y expresiones de ternura. Enseguida apareció en el escenario un grupo entero de porristas. Con un baile perfecto, aprendido en semanas de preparación, más una coreografía llena de rigor y disciplina, las niñas sacaron ovaciones espontáneas. Luego, otro grupo de niños contó, mediante un show de disfraces, la historia de Indonesia, desde su independencia hasta la creación del centro comercial. También hubo la lectura de una poesía donde se enfatizaba que “La nueva construcción devuelve la fe en la humanidad”. Asimismo un grupo de policías, pertenecientes a la sección cultural del cuerpo, ofreció un canto gregoriano en honor del centro.

         -¡Yo sé que se están entreteniendo!- exclamó el presentador- ¡Pero también sé que quieren emocionarse! Y por ello hago un llamado urgente a que suba hasta aquí el hombre que dio vida a esta monumental obra- la gente hizo exclamaciones de júbilo- ¡Con ustedes, dejo en el escenario a George Paulmann, el empresario del pueblo!

         Las personas se levantaron de sus asientos y rompieron en aplausos. De repente, surgieron fuegos artificiales salidos desde el mismo centro comercial. Dos helicópteros sobrevolaron el cielo con carteles que decían El futuro es ahora. Paulmann subió al estrado.

         -Estoy tan dichoso de estar frente a ustedes- dijo. El presentador se sentó a sus pies y desde ahí observaba con las manos sujetándose el rostro- Este país tuvo que ver correr sangre, malversaciones, corrupción y cuanto acto inmundo para poder presenciar al fin, el símbolo del futuro- con la mano apuntó al edificio- Por primera vez la humanidad podrá gastar su dinero en un centro comercial construido en plena selva. O sea, estamos ante la representación más grande de la innovación. Pero esta magna obra no hubiese sido posible si no hubiera estado presente nuestro querido aceite de palma, el principal producto de exportación del país y que ha financiado esta belleza.

         El presentador, desde su posición, llamó la atención del público para que se fijase en cómo una selva entera de palmeras rodeaba al centro comercial. La gente murmuró entre sí comentando este importante detalle.

         -Y siguiendo con algo relacionado. Quiero también agradecer a los inversionistas que confiaron en mi proyecto. Me refiero a las siguientes empresas- Paulmann alargó su mano e indicó hacia una fila donde había sentados diferentes personalidades, cada una acompañada con la mascota de su empresa.

         -¡Empresas de café Starfucks!- entonces subió al estrado un hombre saludando junto a la mascota: alguien disfrazado de envase de café en el que se leía el lema ¿Quieres ser alguien? Bébeme.

         -¡Empresas de maquillaje, Irreal!- la mascota era una mujer de edad avanzada en bikini, con estrías y celulitis, pero que en su rostro usaba un maquillaje potente que la hacía ver con rostro de bebé. Además usaba peluca de payaso.

         -¡Y empresas Combustin!- saludó a todos un hombre bañado en aceite con un cartel que simulaba la parada de un autobús.

         -Todos ellos son grandes consumidores de aceite de palma y por ello merecen nuestro respeto y agradecimiento- dijo Paulmann.

         Las personas aplaudieron por largos segundos. Hubo llantos de emoción y mucha ansiedad pues luego del espectáculo se abrirían las puertas del centro comercial para que todos entraran a comprar.

         -¡Oigan, miren eso!

         A un tiempo, el público entero, incluyendo a quienes estaban arriba del escenario, observó hacia donde una joven indicaba. Como perdido, confundido por el bullicio del gentío, o incómodo ante tanta muchedumbre, un orangután hizo su aparición deambulando sin sentido. Al ver a una niña que aferraba entre sus brazos un peluche, se abalanzó hasta ella y agarró el juguete.

         -¡Auxilio! ¡Ayuda!- gritó la madre- ¡esta bestia asquerosa le quiere hacer daño a mi niña!

         Paulmann hizo un movimiento de cabeza hacia un grupo de hombres ataviados con uniformes y armas. De inmediato, estos entraron en escena. Golpearon al orangután y lo agarraron de sus extremidades. El animal, sin embargo, no se mostró agresivo con los hombres sino que insistía en querer tomar al peluche que la niña tenía entre sus brazos. El orangután emitió un gemido.

         -¿Qué haremos con ese animal?- preguntó Paulmann entre dientes.

        El presentador le dirigió una sonrisa.

                                       _____________________________

         El mall rezumaba gente, los comerciantes recibían a cada visitante con su mejor sonrisa, los guardias vestidos para una postal posaban junto a los visitantes que se sacaban selfies junto a ellos. Y aunque el patio de comida era el sitio más frecuentado, había un sector que le hacía la competencia: dentro de una enorme vitrina, un orangután adulto, vestido con pañales, iba de un lado a otro, desesperado, confundido ante las risas y flashes.

         -¡El ser humano ha evolucionado!- exclamó el presentador, quien estaba fuera de la vitrina. Esta vez no tenía su chistera ni su levita, sino un gorro metálico reluciente y su ropa ahora hacía la idea que era un astronauta del futuro- ¿Saben lo que es la evolución?

         Adultos y niños se observaron entre sí, intrigados por no tener una respuesta satisfactoria.

         -Pues no se preocupen, ¡nosotros les enseñaremos!- dijo el presentador.

         De inmediato, desde una puerta roja en el escenario tras los vidrios, apareció un hombre disfrazado de Charles Darwin. Hizo un baile breakdance que encantó al público. El orangután le miró sin entender. Observó a las personas como preguntando qué estaba pasando. Su rostro era tan ingenuo que sacó risas, sobre todo de los niños que disfrutaban del espectáculo mientras una modelo en bikini, llamada Génesis, les vendía papas fritas y helados en un carrito. Luego de su baile, “Darwin” rodeaba al simio y mirando a este y luego al público, repetidas veces, se llevaba las manos a la cabeza. Entonces una pantalla que colgaba en el centro se encendió y mostró con letras grandes lo siguiente: El hombre primitivo nunca vio edificios, bancos, ni centros comerciales. Una lástima por él. Seguido de esto, Darwin tomó al orangután y lo llevó hasta una cápsula repleta de botones y manivelas de artificio. Lo encerró ahí, mientras el animal seguía con su rostro de confusión. Darwin gesticuló con las manos a la vez que en la pantalla se leyó: ¡Hagamos evolucionar al hombre primitivo! Darwin movió una manivela y la cápsula se llenó de un humo blanco que incluso salió fuera de la vitrina haciendo toser a alguno de los niños. Se escuchó un grito provenir del receptáculo.

         Luego de unos segundos, Darwin apretó varios botones y con ello abrió la cápsula. Ante la sorpresa de todos, salió de ella un robot. La máquina era enorme, tenía forma humana y saludó al público con una mano. Las personas no perdieron tiempo y grabaron todo en sus celulares y tabletas. El robot le dio su mano a Darwin. Este respondió al saludo para luego darle un afectuoso abrazo.

         -¡Viva la evolución!- exclamó el presentador.

         El orangután apareció dentro de un lugar estrecho y oscuro. Golpeó una y otra vez para que le sacasen de ahí. No podía medir el tiempo ya que no veía el cambio de la luz con la oscuridad. Así, no sabía cuánto tiempo había transcurrido. De pronto, escuchó unos ruidos. Lo que le contenía se desquebrajó gracias a unas manos. Vio una luz y tras ella a dos hombres. Sin embargo, al salir, apareció dentro de una jaula.

         -Lo hiciste bien. Mañana te espera otro show- le dijo un cuidador.

         El animal movió los brazos indicando hacia el exterior.

         -¿Quieres salir?- le preguntó el otro cuidador- Lo siento, linda. No podrás.

         Entonces, el primer hombre sacó de una bolsa de basura un peluche. Al verlo, el orangután se desesperó.

         -¡Ya, ya! Por eso te lo traje. Porque sé que te gustan.

         Se lo tiró al suelo y ella lo recogió con ansiedad. Se fue hacia una esquina de la jaula y ahí se quedó, encogida, abrazada al peluche, dándole caricias y mimos.

         -A veces parece como si fueran humanos- dijo un cuidador.

         -Sí, es cierto. Pero no te encariñes mucho con el mono este. Dicen que lo van a vender en unos días más.

         -¿Y a quién?

         -A los del prostíbulo.

         Ambos cuidadores se quedaron en silencio unos segundos.

         -¿Tú lo harías con este mono?- preguntó uno.

         El otro le contestó con un gesto. Luego, los dos observaron al animal con una sonrisa.

Rodrigo Guillermo Torres Quezada – Chile

 

Mención Especial

El hormiguero

Dos chimpancés saltaban de árbol en árbol en busca de alimento. Estaban hartos de mascar hojas y les apetecía comer algo especial, pero después de varias horas no habían tenido suerte. A punto estaban de regresar a su casa cuando descubrieron el arbusto perfecto para hurgar en un termitero y darse un banquete.

—Tú carga con las ramas gruesas para remover la tierra, que yo llevaré las finas y flexibles para meterlas en los agujeros— dijo uno de los chimpancés al que unos científicos que visitaban la comunidad de vez en cuando lo habían bautizado como Sesudo.

—Si nos cruzáramos con una razia de hormigas guerreras... muerden duro, pero saben mucho mejor que las termitas—dijo Bruto, el otro chimpancé.

Una vez tenían las herramientas preparadas, comenzaron la exploración del terreno. Tan concentrados estaban que no se dieron cuenta de que invadían el territorio de un grupo de monos verdes hasta que escucharon sus gritos sobre sus cabezas.

—Ya están estos colas largas haciendo ruido —dijo Bruto—. No hay quien los aguante.

Los chimpancés iniciaron la retirada, más preocupados por el hambre que por la amenaza de los monos, cuando descubrieron al fin un hormiguero enorme, bien nutrido de suculentas hormigas.

—Estos primates no me van a estropear el almuerzo —dijo Bruto mirando a los monos verdes—. Subamos y los hacemos callar de una vez.

—Seremos más grandes y fuertes, pero ellos son más numerosos y conocen mejor estos árboles —dijo Sesudo relamiéndose frente al hormiguero—. Además, la selva es enorme. Ya encontraremos otro hormiguero donde no nos moleste nadie.

En ese momento, una lluvia de semillas y trozos de madera golpearon la espalda de Bruto.

—¡Nos atacan! —gritó, y de un salto escaló el tronco de un árbol para luchar contra los monos.

Sesudo se mantuvo inmóvil, asustado por el alboroto.

—¿Dónde estás? ¡Ayuda! —gritó Bruto. Estaba rodeado de unos diez monos que saltaban a su alrededor cada vez más cerca. Mostraban los dientes y daban saltos frenéticos.

Por fin, Sesudo reaccionó al llamado de su amigo y fue a su rescate agitando los largos brazos y gritando tan alto como pudo. Bruto aprovechó la sorpresa para descender al suelo y alejarse del campo de batalla.

—Hay que buscar refuerzos y machacarlos. Es indigno que unos monitos feos y ruidosos hayan vencido a unos Grandes Simios como nosotros.

—¿Y... para qué... cansarse con esto? —dijo Sesudo, que aún no había recuperado del todo el aliento tras la carrera —. Yo tengo hambre, y eso es lo que me importa.

Bruto no dijo más porque él también tenía hambre.

—Bueno, ¿entonces qué hacemos? La comida está ahí, esperando. ¿De verdad que vamos a dejar  esta oportunidad porque unos colas largas nos tiren palos?

—Es una posibilidad.

—¡Es de cobardes!

—¡Exacto! —dijo Sesudo dando un salto e incorporándose sobre sus dos patas traseras—. ¿No somos nosotros más inteligentes que ellos? Pues hagámosles pensar que nos han vencido, y ya verás que sin violencia podremos llenarnos las panzas de ricas hormigas.

Sesudo explicó pacientemente a su amigo el plan, y cuando consiguió convencerle de que era mejor que pelearse a mordiscos, se alejaron del lugar cabizbajos y en silencio.

Los monos verdes celebraron la retirada con gritos de alegría que se pudieron escuchar a muchos kilómetros de distancia.

—Como tu plan salga mal vamos a ser el hazmerreír de toda la selva.

—Tranquilo, amigo. De algo tiene que servirnos el parentesco con los seres humanos.

Los chimpancés se separaron y, cada uno por un flanco, regresaron al territorio de los monos verdes. Caminaban con sigilo, siguiendo una ruta irregular, y cada ciertos metros lanzaban un grito de guerra. Como los aullidos llegaban de diferentes lados, los monos verdes pensaron que un gran número de Chimpancés los tenían rodeados. El pánico los dominó y huyeron en estampida.

—¡Qué te dije! Mejor usar la cabeza, ¿ no te parece?

Sesudo daba saltos de alegría alrededor de su amigo.

—Sí, sí, muy bien. Ahora vamos a comer, que me rugen las tripas... ¡Y a ti también!

—No son mis tripas —respondió Sesudo con voz temblorosa—. Ese ruido es... ¡de un leopardo!

Sobre una rama, acechaba una pantera parda, ojos amarillos y colmillos preparados para atacar.

Al descubrir al felino, Bruto escaló el árbol más cercano con el mismo ímpetu con el que atacó a los monos verdes y se refugió en las ramas altas justo antes de que comenzara la cacería. El leopardo saltó al suelo tras

Sesudo quien, menos ágil que su amigo, corría todo lo rápido que le permitían sus cuatro patas.

—¡Aquí arriba! —gritaba Bruto mientras le lanzaba al leopardo palos y trozos de corteza—. ¡Gato feo, déjalo en paz!

Sesudo estaba a un zarpazo de distancia de convertirse en comida cuando, en un último esfuerzo, consiguió agarrarse a unas ramas bajas e iniciar la escalada. El Leopardo quiso imitarle pero el árbol cedió a su peso y así terminó la persecución: Sesudo y Bruto alejándose de rama en rama y el leopardo, muy enojado, lanzando un rugido terrible que dejó la selva enmudecida para el resto del día.

—Seremos parientes de los seres humanos —dijo Sesudo cuando se sintieron a salvo—, pero en estas ocasiones me alegro mucho de seguir siendo un simio.

—Hoy parece que nos quedamos sin comer —dijo Bruto todavía pálido del susto—. Aunque esta carrera me ha abierto aún más el apetito. Vayamos donde los otros chimpancés, a ver si han tenido más suerte.

—¡No! —gritó Sesudo. Y se levantó sobre sus dos patas traseras para colgarse de una rama superior—. Ese hormiguero es nuestro, y después de tanto esfuerzo no podemos dejarlo ahí para que se lo coman otros. ¡Tenemos que volver!

—¿Se te ha olvidado que casi te conviertes en comida para gatos? Yo ese lado de la selva no lo vuelvo a pisar hasta que lleguen las lluvias y limpien mi rastro por completo.

—¿No tienes hambre? —preguntó Sesudo con seriedad.

—Tengo hambre, pero también tengo miedo. Y, además, ¿no decías tú que la selva es enorme?

—La selva es enorme, pero los peligros están en todos lados. Tal vez encontremos otro hormiguero. Pero, ¿y si hay humanos cazadores cerca y nos atrapan? ¡O peor! Chimpancés de otro grupo con las mismas intenciones que nosotros. Da igual dónde vayamos, siempre algo malo nos puede ocurrir.

—Visto de ese modo... —Bruto se rascó la cabeza algo confundido—. Pero ¿y qué hacemos con el leopardo? Engañar a los monos es una cosa, pero esquivar a un bicho como ese ya no me parece tan fácil.

—Como siempre, hay que usar la cabeza ante la fuerza bruta. Sígueme, que te lo explicaré en el camino.

Regresaron con sigilo a las inmediaciones del hormiguero, y mientras uno cavaba un agujero con una astilla de bambú y lo cubría de ramas y hojas, el otro vigilaba para que no les sorprendiera algún peligro. Una vez terminaron, Bruto se colocó delante de la trampa y Sesudo comenzó a hacer ruidos que atrajeran al felino. No tuvieron que esperar demasiado antes de que apareciera el fiero animal, relamiéndose los bigotes.

—¡Minino bonito, estoy aquí!

Sesudo estaba muy nervioso, le temblaban las patas y se sentía inseguro cuando se balanceaba para saltar de un árbol a otro. Bruto tampoco lo estaba pasando bien y, ahora que se acercaba el momento, la idea de su amigo no le parecía tan buena.

Sesudo dirigió con sus saltos y gritos al leopardo hasta donde estaba Bruto.

Como esperaban, el leopardo se abalanzó sobre el chimpancé en cuanto lo descubrió sentado en el suelo. Entonces, Bruto saltó al otro lado del agujero y cerró los ojos a la espera del zarpazo de la bestia.

—Yo solo quería comerme una hormiga —fue lo último que pensó.

Sin embargo, el plan de Sesudo, una vez más, funcionó a la perfección. El leopardo pisó sobre la trampa y cayó en el agujero. Fue tal el golpe que perdió el conocimiento, y durante muchos minutos pareció una escultura disecada.

Bruto abrió lentamente los ojos y comprobó dándose palmadas en la cara que estaba sano y salvo.

—¡Lo conseguimos! —gritó Sesudo desde las alturas—. Ahora, vamos a comer antes de que se despierte.

Bruto era incapaz de decir nada. Miró al leopardo y de repente se sintió muy cansado y débil.

—Ahora sí que tengo hambre —fue primer pensamiento.

Los dos chimpancés se dirigieron al hormiguero ilusionados por el festín que se iban a dar, pero lo que encontraron fue una montaña de tierra deshecha y pisoteada, y ni rastro de los insectos. Sin duda, otros se habían llenado la panza mientras ellos luchaban contra el leopardo.

—¿Alguna otra de tus ideas humanas? —dijo Bruto apretando las mandíbulas.

Sesudo, también de mal humor, se encogió de hombros.

—Sí, marcharnos de aquí y comer otra cosa.

—Eso es lo que haría cualquier animal —dijo Bruto, ya interesado en las hojas tiernas de un árbol joven que no sabían nada mal.

Y Sesudo, balanceándose sobre su amigo gritó:

—¡Exacto! Los humanos son tan animales como nosotros.

Erick Cid González – España

 

Mención Especial

El mono araña

Era de pelaje oscuro, tamaño medio y bastante delgado. Creían, que lo habían traído directamente de la selva amazónica brasileña, pero venía directamente desde el Perú.

Había estado encerrado durante más de tres meses. Detestaba su jaula, de fierro macizo, con barrotes muy duros. A pesar de ser una caja grande, este mono araña creía que no debía estar en cautiverio.

Era aún muy joven para escapar de los suyos. Comía más de tres veces al día, a veces  plátanos y otras, manzanas o maní. Gustaba colgarse de los barrotes superiores, o saltar entre las paredes de la jaula. Poseía una larga cola, con la que a veces, se afirmaba de los costados.

Había sido traído hasta acá, a bordo de un avión. Por desgracia, era el único de su clase que viajaba en esas condiciones. Ahí, encerrado y sin luz, debía soportar las largas horas de viaje que hacían de un país a otro, para traficar ilegalmente animales.

Los cazadores querían venderlo a mercados extranjeros. No les importaba, al decir verdad, qué destino le depararía; si lo mataban por su piel, su carne o tal vez, si era pieza de un museo o parte de un zoológico. Lo cierto es que les había costado trabajo cazarlo.

Este mono, aún era pequeño. A pesar de su tamaño medio, se veía joven aún. Muchos pensarían que era mejor dejarlo en libertad, pero estos hombres con tal de conseguir dinero fácilmente, preferían venderlo a un gran precio.

 Gritaba y gritaba desde su jaula. Aunque los cazadores no deseaban prestarle atención, se percataban de sus deseos de querer escapar de ésta y volver a la selva amazónica peruana, desde donde originalmente vendría.

 Finalmente, cuando llegaron a Colombia, vendieron este mono a un gran precio. Ya no era parte de sus presas. Había sido vendido a un zoológico, donde pasaría a ser la nueva atracción de la gente.

 A los dos días, ya estaba en otra jaula, aunque en mejores condiciones. Ya no viviría sucio, ni con corontas o cáscaras en el piso, oscuro y encerrado en un pequeño espacio. También, tendría agua para beber, barras para colgarse y más área donde vivir. A pesar de eso, los días pasaban y pasaban, mientras que los encargados del recinto se preguntaban por qué este pequeño mono no era feliz en su nuevo hogar.

 No habrán transcurrido más de tres meses, y a pesar de haber sido visto por mucha gente, este mono araña, ya crecido y adulto, aún recordaba la selva peruana de la cual provenía. Esa, donde los árboles eran altos y estaban en abundancia, o donde había fruta en exceso para comer, o tal vez, las ramas y las hojas eran su hogar, dulce hogar.

 La gente tiraba monedas al interior de la jaula, por ver a este simio hacer alguna acrobacia. Colgarse de las barras, saltar entre los barrotes, mover la cola o comer maní. Sin embargo, él se quedaba sentado, quieto, al centro de su jaula, ahí en el piso, esperaba a que la gente se marchase sin decir nada.

Con las manos, cogía las monedas pequeñas, las que llevaba a su boca para masticar, las que no lograba ni siquiera romper. Hacía lo mismo con el maní.

 Ya al cuarto mes, este simio siguió mostrando nostalgia por su querida y extrañada selva, a lo que los cuidadores del zoológico se preguntaban por qué mejor no lo devolvían a los cazadores que lo habían traído hasta ahí.

Tras varios intentos de búsqueda, el zoológico no logró dar con el paradero de estos hombres, quienes traficaban animales ilegalmente, y luego, se daban a la fuga.

Los cuidadores, entretanto, trataban bien a este mono, el que había llamado la atención del público, con sus gritos, sus colgadas y la forma de comer maní. Pensaban que, tal vez no se adecuaba al nuevo hogar.

- “Habrá que esperar hasta que se acostumbre, pues es el único de su especie que tenemos acá” – decían – “Tal vez, no acostumbra a estar enjaulado. La libertad, nadie la cambia por nada. Con el tiempo, se hallará” 

Felipe Andrés Vergara Unda – Chile

 

Mención Especial

La miel encantada

Daniel estaba sentado, tranquilo y sosegado. Había descubierto hace días un agujero en el jardín en el que yacía un frasco envuelto en papel de seda. Daniel estaba muy pensativo, estaba acariciando la posibilidad de regresar al jardín y desenvolver el frasco para saber que era lo que contenía. Después de tanto pensar decidió que lo haría, que iría hasta el jardín para averiguarlo.

Atravesó la verja de la entrada y penetró en el exterior, se dirigió sin titubear al lugar indicado y cogió el objeto, lo desenvolvió y sorprendido descubrió que se trataba de simple miel, al principio se desilusionó bastante pero después se animó un poco, resolvió preparar panqueques y comerlos. Sus padres no regresarían hasta las diez de la noche así que no había inconveniente alguno. Sus manos de once años empezaron a preparar la merienda y después contento, empezó a comer, su hermana pequeña, se acercó a la cocina, tenía muy buen olfato y exigió, con balbuceos, que ella también quería participar del festín, Daniel sonrió, la sentó en la silla de bebés y le sirvió panqueques. Empezaron a comer y poco después, los dos empezaron a sentirse algo extraños, una luz los hizo cerrar los ojos y cuándo los abrieron, dos duendecillos estaban sentados comiendo panqueques frente a ellos.

- Ricos pero algo les falta, quizás un poco más de harina - comentó uno dirigiéndose al otro.

Daniel estaba asombrado de ver a aquellas criaturas comiéndose sus panqueques.

- ¿Quiénes son ustedes? - preguntó -. ¿Están disfrazados?

- ¿Disfrazados? ¿Nosotros? ¡Qué ocurrencia! Somos duendes de carne y hueso, si es así como se dice, no entiendo a qué viene tanta sorpresa, se supone que nos han llamado para algo.

- ¿Para qué? - inquirió Daniel.

- Pero es que nosotros no tendríamos cómo saberlo, se supone que ustedes son los que nos han llamado.

- Nosotros no los hemos llamado.

- ¿No nos han llamado? ¿Nos habremos equivocado, Harry?

- Probablemente - contestó Harry mordisqueando un poco de panqueque.

- Pero cada vez que alguien prueba la miel encantada es porque nos está llamando para algo, para resolver algún problema o simplemente para pedir un deseo.

- Yo…Yo comí la miel encantada - dijo Daniel -. Pero no sabía que eso los hacía venir.

- Ahora que lo pienso, quienes suelen llamarnos son animales pero no hay problema con que te hayas equivocado.

- ¿Se irán?

- Aquí no tenemos nada que hacer.

- Pero ¿no dijeron que se podía pedir un deseo?

- Sí, así es.

- ¿Yo podría pedir un deseo?

- Supongo que sí, ¿tú que piensas, Harry? ¿Podrían ellos pedir un deseo?

- Probablemente - al parecer, la única palabra que conocía ese tal Harry era “probablemente”.

- Bueno, niño, entonces pide un deseo.

- Me gustaría… ¡Ir a un mundo de simios! ¡Amo con toda mi alma esos animales! Me encantaría conocer un poco más de ellos, son animales muy hermosos.

- ¡Uno, dos y tres! ¡Deseo cumplido!

En ese momento apareció un agujero en el suelo, como un portal y los duendes les indicaron a los niños que entren por allí. Al cabo de poco, estaban cayendo verticalmente.

Cuando aterrizaron, todo era increíble, “épico” era la palabra adecuada para describir aquel paisaje. “El mundo de los simios” Un mundo lindo y lleno de aventuras.

Los duendes fueron recorriendo con los niños el pequeño mundo, llegaron juntos a una zona en la que había una pequeña jungla, los árboles estaban talados y los animalitos tenían cara de tristeza.

- Me parece fatal que haya gente que tale árboles de la nada, por cada árbol que talan, deberían sembrar uno más. Están maltratando el ecosistema de estos animales - exclamó Daniel.

- Probablemente - contestó Harry.

Después de haber visto el maltrato por parte de los hombres hacia el hábitat de los simios Daniel se quedó pensativo. Los simios eran animales inteligentes, hábiles y muy queridos por todos, pero ¿por qué razón los árboles estaban talados si no existían humanos en aquel mundo?

La respuesta era sencilla:

¡Hay aquí duendes malos! Ellos talan los árboles, son desconsiderados, nosotros no podemos hacer más que seguir haciendo campañas para salvar a los simios, espero que algún día esos duendes reflexionen y cambien su forma de ser. Te contaré algo, Dani; Los simios son animales brillantes, pueden hacer miles de cosas, son muy tiernos y son omnívoros.

¿Qué fue lo que dijiste? – consultó Daniel.

¿La palabra omnívoros? Significa que son individuos que comen de todo, claro, mientras ese “todo” sea comida.

Los dos duendes siguieron con el recorrido. A las afueras había una especie de capa o vidrio a través del cual se vislumbraba el espacio exterior y todos y cada uno de los planetas, era maravilloso.

Recorriendo el lugar, llegaron al final, era hora de partir, Daniel estaba algo triste pero bastante excitado por todo lo que sus ojos habían visto. Los duendes los condujeron hasta otro agujero muy similar al de la ida y se lanzaron por allí. Cuándo llegaron ya era de noche, Daniel consultó el reloj ¡Las diez menos cuarto! ¡Qué rápido había pasado el tiempo!

- Bueno, adiós - dijo uno de los duendes -. Ha sido maravilloso conocerlos.

- ¿Alguna vez nos volveremos a ver? - preguntó Daniel.

- Probablemente - dijo Harry y todos se echaron a reír.

Los padres de Daniel llegaron y los duendes desaparecieron, Los progenitores preguntaron qué habían hecho en la tarde y Daniel y su hermana se guiñaron el ojo mutuamente. El pequeño niño había aprendido muchas cosas sobre los simios, se sentía un explorador, y es que, los simios son animales adorables y versátiles, hay que cuidarlos para mantener su maravillosa especie, ¡seamos responsables y muy cuidadosos! FIN

Rafaella Milagros Tapia Cachay – Perú

 

Mención Especial

Los tres simios

Hace algún tiempo, tres simios se pasaban de árbol en árbol, cantando contentos y su vida era mágica, ninguno de ellos sentía temor ya que su hogar era lo más bello.

Cada mañana tenian una nueva aventura, no se cambiaban por nadie sentían mucha dicha y fortuna y miraban el sol brillar en el inmenso cielo, la lluvia de vez en cuando los refrescaba y ellos no paraban de cantar, era una bendición para estos aventureros poder su garganta refrescar, y envolverse en ese fantástico cuento, donde su hogar era un lecho de armonía. Cada noche se sentaban juntos a observar la hermosa luna que los envolvía en un profundo sueño.

Ellos veian volar los pajaros con libertad en el cielo y en ocasiones deseaban tener alas para poder hacer lo que hacían ellos, cada uno de los tres simios se decía asi mismo, que a través del tiempo irían construyendo un legado, como también lo habían hecho sus ancestros.

La selva es un territorio que tiene alma y vida, ellos lo han ido descubriendo, y saben que cada criatura que existe, merece mucho respeto, los tres simios, han ido creando un camino, para demostrarle al mundo entero, que el hombre con su egoísmo está destruyendo su vividero.

Es por eso que estos tres simios han sido ejemplo, mostrándonos sus travesuras y aventuras que han vivido a través  del tiempo, pero también quieren darnos una lección, para que hagamos caso algo que hoy en dia esta sucediendo. Ellos no quieren que más humanos sigan llegando a su hermoso lecho, ya que esto los esta colocando en un peligroso riesgo, ellos quieren seguir estando libres como el viento, los tres simios lo saben y hoy no lo están diciendo, que los dejemos en paz que ellos están contentos.

Que no podrían estar separados, porque irían muriendo lento, solo la lluvia reclama con ese terrible llanto, que cada vida cuenta, y que los tres simios están cantando, ellos reclaman sus leyes y la libertad de sus paisanos, para que no sientan pena y la alegría vuelva a cobijarlos, pongámonos la mano en el pecho, que en esta historia se está contando lo que los simios reclaman, su hogar se esta marchitando.

Mas bien seamos parte de su futuro y que cada unos de ellos vuelva a sentir la verdadera libertad, por que con ese fin fue que Dios les dio la vida, este es el momento no hay que dar marcha atrás, dejemos que todos ellos puedan volver a soñar con ese mágico instante donde solo gobierna la paz, los tres simios hoy son voceros de ese sueño llamado libertad, porque ellos son los tres pioneros, que a través de este cuento nos están mostrando la cruda realidad.

Unidos venceremos para poderlos ayudar  y apreciemos la belleza extraordinaria que cada uno de ellos tiene,  los tres simios se la pasan en la selva cantando dando esperanza a aquel que esta caído y no quiere continuar, porque este mundo los llena de alegría y su corazón se vuelve a renovar.

El amor es una gota de confianza, que va creciendo con el tiempo, es una rosa que nace en el jardín de los ensueños, los protagonistas de este cuento no se daran por vencidos, porque es mas grande el sueño que los tres han construido. Son la esperanza para un pueblo que esta caído, y que su corazón esta muriendo por el maltrato y el olvido, estos tres simios de pequeños también fueron separados de sus padres y puestos en el olvido pero hubo alguien que quiso darles una oportunidad para que no sufrieran, lo que sus padres habían tenido que pasar.

Por eso ellos insisten, y no dejaran que acaben con la selva, los tres simios se resisten ya que pronto lo conseguirán, y no volverán a sentirse cohibidos, porque nadie podrá volver a alejarlos de su hogar, esta aventura que comenzó como un juego, esta dando resultados y son muchos los que serán beneficiados, gracias a estos tres valientes amigos, que a la vez son como verdaderos hermanos, luchando por una causa justa, a la cual los habíamos condenado, ahora se mantienen mucho mas felices que en un principio.

Por que han logrado concientizar a la mayoría de los seres humanos,  que estaban cegados por el odio y la tiranía, que los tenia como esclavos, traficando con animales inocentes, que lo único que han deseado es estar en paz. Por eso hoy un grito se escucha de hermandad, las selvas han salido de nuevo victoriosas, un nuevo giro se dara a este magnifico escenario, que sabe apreciar la belleza de todo lo que Dios ha creado.

Por eso con fe y alegría los tres simios lo siguen cantando, que con su hermosa travesia a todos han ido alegrando,  es una agradable noticia que los tiene emocionados, porqué lograron cambiar la vida de todos sus hermanos  y podrán seguir paseando de árbol en árbol, transmitiendo sonrisas y su voz al cielo regalando.

Porque nada hay oculto entre el cielo y la tierra, todo se sabe tarde o temprano, es la ley de la vida dar amor y alegría,y en esta historia encontramos fantasia, llenándonos de paz y sabiduría, estos tres hermanos nos enseñaron el valor de la vida, y que ningún ser vivo debe ser esclavo de nadie, mas bien cada uno debe de estar en sintonía con la naturaleza  y así vamos culminando esta preciosa historia, que deja una profunda enseñanza que ojala siga siendo transmitida de generación en generación apreciando el valor de la vida, la amistad y la hermandad que acompañadas por el verdadero amor, son capaces de vencer el egoísmo que puede albergar el corazón, y no siendo mas  nos despedimos con amor y mucho cariño, los tres simios que no nos dimos por vencidos, para poder conseguir un futuro mejor  y que cada dia en la selva suene un canto de amor por aquellos seres que aun viven y por los que nos dijeron adiós.

Eder Anthony Calvache Sandoval – Colombia

 

Mención Especial

Nuestro entorno

Gorilas, chimpancés, bonobos y orangutanes habitaban las laderas de “El paraíso”; donde habita una familia feliz, el padre Don Gorilón, la madre Doña Gorilita y sus tres preciosas hijas: Lili, Mimi y Lulú. Vivian no lejos del rio, que los invitó a compartir la belleza del paisaje, durante sus largos países en las lianas de los árboles. El gran jefe, tenía una empresa de limpieza llamada “el gorila feliz”, aprovechaba las frutas más maduras para sustento de su familia y contrataba trabajadores migrantes de otros lares que no llenaban sus expectativas, por ser inseguras con cazadores inescrupulosos, no había garantía del sustento las sus familias y se rociaba tóxicos sobre las plantas, además con mucha competencia de espacio y alimentos, con humanos y depredadores. Pero los peores eran humanos que cazaban congéneres vivos para llevarlos, quien sabe dónde, torturarlos, mutilarlarlos, realizar experimentos en laboratorio y talvez aplicarles venenos mortales, con maltrato, discriminación y los encarcelaban inmisericordemente.

El paraíso de Don Gorilón y familia era seguro, pequeño, pero él pensaba que poseer un trabajo estable, compartir la comida, brindar seguridad a las familias e instrucción a los niños era la fuente de la felicidad, pero decía “la felicidad no es para siempre” así que la migración es innata en toda la escala animal,  como un derecho inalienable, buscando un mejor porvenir, entonces habría que pensarlo, migrar a los lugares con población  y comodidades como los humanos, que al final, ellos también se podrían considerar casi humanos ya que existen emociones como amor y apego, celos, envidia,  vergüenza, disposición  al aprendizaje: manual, verbal, de signos y la mueca que podemos interpretar como risa, al parecer similar a la del ser humano, lo que significaría : inteligencia y razonamiento  mínimos, autoconciencia y respuesta, autocontrol y expresión regulada, lo que resulta en comunicación con otros seres y con  el medio ambiente, valoración de su propia existencia, apego, curiosidad, satisfacción e insatisfacción con su entorno, pensamiento en el  cambio, capacidad y  voluntad para el para hacerlo. Entonces se preguntaba: los humanos fueron gorilas o nosotros fuimos humanos?

¿Quién se parece a quién?, ¿Los seres humanos a los homínidos o a la inversa? Si se toma como base la genética, las diferencias podrían ser pequeñas. La Revista Nature (2012) revela que simios y humanos comparten 98% de material genético. En el caso de los chimpancés, es menor del cinco por ciento.

Y ¿Cuál podría ser la causa de esta diferencia? Si recordamos que todo cambia, se desarrolla, evoluciona o involuciona, se puede crear o destruir, a diferencia de la teoría de Lavoisier. Hace millones de años el planeta Faetón, el llamado planeta 5º. de nuestro sistema solar, entre Marte y Júpiter, debido a su inestabilidad gravitacional y cósmica, agravada por el LHB (Ultimo bombardeo intenso) desparece, dejando una estela de radiaciones, meteoritos y material planetario que fue absorbido, en parte por el sol. Todo ello repercute en la joven tierra y sus primitivos habitantes, quienes después de laborioso desarrollo de sus especies inician su adaptación, sufren las consecuencias del fenómeno cósmico, (meteoritos, cambio de rotación, clima, radiación ionizante y no ionizante) desapareciendo algunas, mutando otras o recibiendo dosis radiactivas no conocidas que mellaron las estructuras genéticas de algunas especies. Por ejemplo, los felinos, especies expuestas ya no crecieron como el gato salvaje o doméstico, los dinosaurios venidos de los peces o las aves, desaparecieron, algunos humanos venidos de los peces se estancaron en su desarrollo como los sirenios, y los simios que al parecer se desarrollaban progresivamente, adaptándose al medio ambiente, recibieron altas cargas de radiación TCC (trans conductual cerebral), que probablemente mella en el ADN, por tanto, todas las estructuras del ser. ¿O sería a la inversa? Los humanos primitivos recibieron altas dosis de radiación TCC y se estimularon algunas zonas del organismo, se atrofiaron otras o se modificaron, sin poder al momento indicar si esa transformación es transitoria o definitiva.

Por ello, es nuestro deber velar para que se mantenga el equilibrio ecológico de flora y fauna y especialmente la protección de nuestros grandes antepasados, los simios, para el compartir el desarrollo, logros y fracasos de la historia  y no dejarlos a una muerte lenta y enterrar la historia.

¿Qué medidas tomar? Primero estar conscientes de todos riesgos graves, luego reclamar los derechos humanos y animales; gestionar y abogar por que se proporcione un lugar digno para todos, espacios para trabajar, vivir en paz con posibilidad de un desarrollo y superación integral guardando el ecosistema y poder velar porque el derecho humano y animal, sea efectivo, así se mantendrá un balance del ecosistema.

Fernando Robles Arzú – Guatemala


Mención Especial

Sin la ayuda de Dios

Cuando míster Tomas Horton arribó al Instituto Biotecnológico contratado por el profesor Hollande, este ya había renunciado a las conclusiones que la vasta experiencia como adiestrador de simios de su visitante podría aportarle. No obstante, impulsado por sus escrúpulos británicos y aún sin convicción, lo llevó ante el sujeto de sus estudios, cuidando de no especificar en qué consistiría su trabajo o lo que esperaba del mismo.

─ Notable, realmente notable.

Comentó sin énfasis mister Tomas, al ver avanzar hacia él a un chimpancé que caminaba erguido como un hombre, sosteniendo con sus propias manos una cadena que pendía del collar que ofendía su garganta.

─ Un excelente trabajo de adiestramiento.

─ No ha sido nunca adiestrado ─ aclaró con fastidio el profesor.

─ Sin embargo es sólo un simio más ─ respondió con cierta dosis de rencor míster Tomas.

─ Sí, pero este deambulaba de esa manera con su clan en la selva en la cual fue capturado.

─ ¿Cómo llegó hasta usted? ─ preguntó el adiestrador, dejando muy en claro que todo cuanto se le dijera caería sin remedio en el pozo de la indiferencia.

─ No es mío, en sesenta días deberé devolverlo, ese es el tiempo del que dispone para llegar a una conclusión. Sólo le encargo que de ser posible evite la crueldad.

─ ¿Cuál es su nombre, profesor?

─ Guillermo Hollande.

─ El del mono, no el suyo.

 

Sorprendido en una obviedad, el profesor prefirió omitir que no lo tenía para

improvisar con malicia.

─ Su nombre es Tom.

Otra cosa llamó la atención del entrenador, la altura del animal, erguido como estaba medía casi un metro setenta. No era un gorila, pero con esa altura, tampoco era un mono.

─ ¿Toda la familia era así de alta? ─ preguntó el entrenador.

─ No, él es, en promedio, veinticinco centímetros más alto que todos ─ respondió Hollande.

Lo que más llamó la atención del entrenador fue la extrema mansedumbre de Tom, tanto que al tercer día concluyó en desechar la cadena y luego el collar; llegado a esto, fue inevitable que acabara tomándolo de la mano para hacerse acompañar según las necesidades de su estudio. Después observó la tendencia a escuchar las explicaciones a sus demandas mirándolo a los ojos antes de cumplirlas, cosa que lograba sin el mínimo error y prescindiendo de las repeticiones. No obstante, era muy evidente que todo lo hacía sin entusiasmo, esto a pesar del generoso sistema de premios que tan excelente resultado le había dado hasta el presente a míster Tomas; en resumen: el mono estaba triste.

Si bien míster Tomas no era un hombre ilustrado jamás fue necio ni falto de sensibilidad, al menos la imprescindible para interactuar con animales. Por lo cual decidió ser práctico y lo llevó al veterinario, podría ser que la tristeza se debiera a un malestar físico.

En el consultorio había un espejo, y, al advertirlo, míster Tomas, se sustrajo del reflejo para dejar a Tom a solas con su imagen: el animal tocó el vidrio con el índice de la mano derecha a la altura de la cara, luego su propia mejilla; entonces ocurrió lo inesperado, extendió la mano izquierda para atraer al entrenador a su lado. La sorpresa de míster Tomas fue absoluta, estaba usando su figura como referencia para saber a qué atenerse. Luego Tom se señaló el pecho con el mismo dedo, en el vidrio y en sí mismo, mirando a los ojos al entrenador.

─ Ese soy yo ─ no otra cosa, ninguna otra cosa decía esa mirada triste.

Era la primera vez que veía a un simio asumir tan rápido su propia imagen sin el menor atisbo de duda. Entonces, a míster Tomas se le develó de inmediato y con total claridad cuál fue el interés del profesor al contratarlo. Sin embargo, el examen no reveló ninguna enfermedad ni dolencia, el problema no era de salud. Como buen escéptico, mister Tomas siempre anhelaba encontrar las evidencias que lo contradijeran, pero no había caso: el mono se aburría.

El entrenador llevaba entre sus pertenencias un juego de dominó de madera de caoba tallado con figuras de animales salvajes, sentó a Tom en una mesa del jardín y para su sorpresa, al tercer día, el simio comprendió la mecánica del juego, empero no lograba terminarlo con éxito. Cualquier cosa de las pocas que poseía habría dado mister Tomas por ser derrotado sólo una vez, sin embargo, se agotó el tiempo fijado por el profesor sin que tal deseo se concretara. Debió esperar dos días antes que Hollander se hiciera el tiempo para escuchar sus conclusiones. Este, por su parte, se encontró con una pregunta en lugar de la respuesta que ya no le interesaba.

─ ¿Qué resultado dieron los estudios que lo indujeron a llamarme, si me lo puede decir, profesor? ─ inquirió el entrenador.

El profesor, a sabiendas de que salvo el tiempo perdido ya nada tenía importancia, pues ni sus estudios, ni la opinión del entrenador lo llevarían a publicar una brillante tesis en alguna revista científica, decidió ser verídico.

─ El recuento inicial de cromosomas me daba más cercano al hombre que al simio, pero al llevarlo a un laboratorio de genética, si bien admitieron la normalidad, se negaron a aceptar que la misma justificara un par más o menos. En conclusión, es un mono.

─ No halló el eslabón perdido, profesor. Sin embargo, encontró un mono notable.

─ Notable. Su vocabulario es muy pobre entrenador, si me permite la honestidad.

─ Es muy inteligente, más que el común, reconozco que a veces asombra; sin embargo, ir más allá escapa a mi capacidad. Me llamó con la esperanza que fuera algo más, pero es sólo un mono. Antes de irme quisiera hacerle otra pregunta. ¿Pudo averiguar qué posición ocupaba en su familia en una línea de marcha?

─ Caminaba último.

─ Es extraño. Esa es la segunda jerarquía dentro de un clan. Estas anormalidades suelen provocar rechazo antes que reconocimiento. Ese lugar está reservado a la gran madre de la familia o al macho de igual importancia que el líder, pero en el cual este puede confiar porque no le disputa el liderazgo del grupo.

Una nueva sorpresa aguardaba al entrenador al despedirse de Tom: al darle la mano, el mono le tomó el codo con la otra y le apoyó la frente en la suya; terminaron abrazados.

Al cabo de quince años, mister Tomas tuvo oportunidad de volver a la misma ciudad a raíz del llamado de un Instituto de Estudios Zootécnicos, pues en el mismo no lograban que un chimpancé dejara de sollozar. Mayúscula fue su sorpresa cuando descubrió que se trataba de Tom, estaba confinado en una jaula que no le permitía ponerse de pie, en un lugar donde jamás entraba el sol. El entrenador temió que, dadas las circunstancias, se hubiera tornado agresivo, pero la alegría de encontrarlo superó la prudencia, se agachó junto a la jaula peligrosamente cerca de sus manos.

─ Tom, soy yo, ¿me recuerdas?

Tom sacó una mano y tocó los cabellos encanecidos de mister Tomas, las arrugas de su frente, las bolsas de sus ojos, los profundos surcos de las comisuras.

─ Estoy más viejo ¿verdad? ─ el animal dejó de sollozar.

─ ¿Ha ocurrido algo extraño desde que está así? ─ preguntó a quienes le rodeaban.

─ El viejo Garret, su cuidador habitual, hace dos días que falta.

─ ¿Saben por qué?

─ No, pero ha ocurrido antes, luego regresa con la resaca a cuestas.

─ Esta vez no regresará ─ afirmó el entrenador con un dejo de suficiencia altanera.

Estaba molesto por encontrar a Tom en ese estado y exageró deliberadamente el diagnóstico, exigió llevarlo al veterinario, pidió un collar y una cadena. Pero lo primero que recibió fueron las llaves; temerariamente, abrió la puerta, sin embargo, debió tomarlo de la mano para animarlo a salir. A pesar del dolor de años sin hacerlo, Tom se irguió cuanto pudo y caminó hacia él para abrazarlo, míster Tomas se dolió del abandono a pesar de la emoción: el animal olía a viejo, a enfermo, prefirió pensar que era el encierro y lo sacó al sol. Cuando se disipó la alegría que la luz del día le causó, Tom dibujó en el piso la inconfundible forma de las piezas de dominó.

El entrenador, sorprendido, preguntó si tenían un juego, lo observaron, negando con la tolerancia que se le tiene a un loco, al mismo tiempo que le entregaban el collar, la cadena, y una orden para el veterinario de la ciudad.

Ya en su camioneta, el entrenador sólo tenía ojos para encontrar una juguetería; cuando la halló, no tenían dominó con animales, sólo encontró uno con números; aunque inseguro y contrariado, decidió comprarlo.

Llegaron al veterinario y mientras esperaban mister Tomas sacó el juego sin esperanzas, repartió las fichas, mostró a Tom un seis, este arrimó un seis con un cuatro, el entrenador un cuatro con un tres, Tom un tres con un cinco. Así llegaron al final, Tom puso su última ficha, un cinco con un tres, usando el lado del cinco y dejándole las dos puntas con un tres cada una, a mister Tomas le quedaba una ficha con dos cincos.

─ Ganaste, Tom, hiciste memoria. Dios mío, ¿será posible?

Entraron en el consultorio, el diagnóstico fue devastador: artritis, artrosis, anemia, posible hepatitis, insuficiencia renal; un cuadro desolador.

El espejo que otrora estuviera en la sala de espera ahora se encontraba dentro del consultorio y Tom no podía dejar de observarse en él, percibió uno por uno los detalles delatores de su propia vejez. Entonces la alegría del reencuentro con un viejo amigo, la emoción de la libertad, el recuerdo del antiguo juego, todo se disipaba. El dolor, el cansancio, la tristeza y la fatiga constante retornaban con más fuerza. Su mirada se tornó sombría, abatida, apoyó temeroso las manos en el suelo, ya le costaba realmente mantener el equilibrio sino era sostenido de alguien. A partir de ese día ya nunca volvería a caminar erguido.

A su lado, mister Tomas, atravesado de dolor, observaba impotente la más alta crueldad de la naturaleza, ya de por sí despiadada, había dado a una criatura que no estaba preparada para ello la certeza de su muerte, hacia ella caminaría Tom de ahora en adelante como pudiera.

Sin la ayuda de un Dios que lo consuele ni de un cielo que lo espere.

Horacio Martín Rodio – Argentina

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