Mini Cuentos Adultos
Primer Premio
La leyenda del orangután
dorado
Cuenta
la leyenda que hace mucho tiempo atrás, vivía un orangután dorado, en lo más
profundo de la selva. Él era muy feliz, podía transitar por donde él quería con
mágica libertad, él tenía una enorme sonrisa, la selva era encantadora, los
animales no paraban de disfrutar y cada noche la luna su pelaje extraordinario
le hacía brillar más, él era una criatura formidable con un corazón noble,
capaz de mantener el orden y llenar el ambiente de paz y tranquilidad. En ocasiones
se quedaba callado, y no volvia a pronunciar una palabra, para entrar en un
profundo estado de meditación y calma, para poder obtener mas sabiduría, y
poder fortalecer su hogar.
Su
nobleza hacia que los demás animales
tuvieran estabilidad, para el era muy importante que aquellos seres amados y
amigos, estuvieran en completa armonía, disfrutando de su precioso hábitat.
Sin
embargo todo cambio aquel dia, cuando alguien atravesó los limites donde el
orangután dorado vivía, eran unos hombres malvados que andaban buscando un
tesoro en la selva escondida.
Pero
vaya sorpresa que se llevaron, al observar aquel ser extraño, que los ilumino
con su gran belleza, en ese momento el corazón de aquellos hombres, que para
ese entonces era malvado, querían apoderarse de aquel orangután dorado.
Pero
ellos no notaron que su maldad les pasaría factura, ya que aquel ser extraño
era dotado de un inmenso poder, y cuando intentaron lanzar sus redes para poder
atraparlo, cada uno de ellos se empezaron a sentir petrificados por un destello
de luz que a su vez los convirtió también en hiel.
Solo
uno de los cazadores aquel que había guardado respeto, por aquel noble ser
sintió como su alma se transformaba, y como el amor invadia su cuerpo, se dio
cuenta por primera vez que todo lo que había estado haciendo, con los animales
de la selva era realmente inaudito. Y se
prometio a el mismo, y delante del orangután y demás seres que lo rodeaban, que
no volveria a lastimarlos ya que ellos también formaban parte de este precioso
mundo, y que no dejaría que nadie volviera a traspazar esas fronteras, donde
existe un puro y sincero amor en medio de la selva, el pudo interactuar con
aquel precioso animal y por primera vez pudo escuchar, lo que le quería decir
este exepcional ser, el renovo su corazón y le pidió perdón al orangután dorado
por su osadia.
Ya que estaba cegado por el odio y la ambición pero que su vida cambio, y fue mucho mejor entonces el orangután dorado le dijo, que era tiempo de volver, y que el le mostraría el camino que lo conduciría, para llevarlo de nuevo a su hogar. Aunque aquel cazador conto lo que había sucedido, cuando llego a su ciudad natal, nadie le pudo creer y es por eso que cuenta la leyenda que en la selva hay un mitico ser, un orangután dorado que hasta el dia de hoy nadie ha podido volver a ver.
Eder Anthony Calvache Sandoval – Colombia
Segundo Premio
El símbolo y la cosa
Gorila,
gorilón, gorilito, gorilongo... En mi país hay varias maneras de señalar al
intolerante. Los cangallistas ─quienes usaron a este animal por primera vez
para crear dicho estereotipo como sinónimo del abuso de poder─, también lo son,
por supuesto. Porque hoy, con tal de señalar sencillamente a quien no piensa
como uno, se lo tilda de “gorila” (es decir, de prepotente, matón, “oligarca”...).
Comoquiera que sea, más allá de las representaciones existe un animal concreto.
Aprovechando esta lamentable
imaginería social (qué culpa tiene este homínido de ser corpulento), tuve esta
idea como vehículo de difusión: salí a la calle disfrazado en traje de gorila.
Y al disfraz le agregué un detalle color: del cuello me colgué un cartel que
rezaba: “Sí, soy gorila, y me estoy quedando solo”. La gente al pasar me
miraba, sorprendida, y sonreía. Yo aprovechaba ese instante de atención para
entregarle un folleto que resumía un proyecto de ley que esperábamos presentar.
Entonces entendían: era la cosa, no el símbolo. Ese sujeto metido dentro de un
caluroso disfraz peludo y que sólo podía farfullar debido a la máscara que
portaba se refería a nuestro antepasado más íntimo en vías de extinción, y no a
la burda manipulación política de una imagen...
Campaña efectiva, aunque breve y
meramente voluntarista, es cierto. Pero por un momento la representación le
dejó lugar al animal.
Maximiliano Sacristán – Argentina
Tercer Premio
El sueño interrumpido
Me miras desde un anuncio que en algún momento años ha
pudo hacerme gracia, pero ahora no, ahora se el precio que pagaste para que
algún humano caprichoso pueda comprarte como mascota.
El manto oscuro de la noche protege el sueño de los
chimpancés en la sabana africana, la música suave del viento canta su canción
de cuna a los más pequeños. En segundos, la paz se interrumpe y destrozando
todo lo que encuentran a su paso entran los furtivos. Tiros, gritos, saltos,
horror…el pequeño chimpancé se aferra al cuerpo de su madre con fuerza, apenas
se ha dado cuenta de que esta yace ya muerta.
Los cuerpos de los chimpancés son metidos en sacos, los
pequeños vivos dormirán durante horas interminables junto al cuerpo sin vida de
sus madres, este será el gran trauma que marcará para siempre sus vidas. La
sabana quedará atrás para siempre más, una leve chispa en sus recuerdos con
olor a libertad.
De las cacerías de chimpancés, lo más valioso serán las
crías, el bien más cotizado por muchos humanos, cruzarán en grupo las
fronteras, no todos tendrán la suerte de sobreponerse a los traumas y llegar
con el fin de satisfacer los deseos de una parte de la humanidad que
nunca estará satisfecha, que siempre deseará alguna cosa más……
Bebes chimpancés vendidos como mascotas serán tratados como niños mimados,
serán la gracia de la familia y su objetivo será hacer monerías…hasta que
crezca y su fuerza se multiplique por diez, entonces ya no hará tanta gracia,
apartado de la familia vivirá años encogido en una pequeña jaula, sin cariño,
sin consuelo, para auto complacerse a veces, será capaz de irse comiendo sus
propios dedos.
Bebes chimpancés serán amaestrados para hacer las delicias de pequeños y mayores en anuncios de televisión, películas de cine y circos de maravillas.
Pero amaestrar no es como dijo El Principito crear lazos. Amaestrar es doblegar ante el maltrato y el terror, así el chimpancé que se muestra sonriente, está mostrando su miedo y a más sonrisa más miedo y esos grititos que nos parecen tan simpáticos son sus gritos de terror.
Un chimpancé lucirá como estrella solo unos cuatro o cinco años, después crecerá y su destino será una jaula cerrada durante años hasta que muera o tenga la suerte de que alguien lo rescate.
Inma Blanco Bellón – España
Mención de Honor
El simio que soñaba con las
praderas
Respiras hondo y esperas a que se te pase. Piensas en
otra cosa. En que te gustaría viajar muy lejos de este “hogar” a la fuerza que
te aprisiona. ¿Quién no? Conocer otros paisajes. Otros sitios. Saltar por
horizontes sin jaulas. Ni prisiones. Respirar aire puro. En libertad. Sin
humanos que te olfateen la soledad con sus miradas ausentes.
Tú, por supuesto, aún esperas el día de tu liberación. No
hace tanto que te arrojaron aquí dentro. Tan solo un año y dos meses. Cincuenta
y seis semanitas que se pasan volando cuando la promesa de escapar permanece
firme en tu cráneo. Algunos compañeros de celda se ríen de ti. Piensan que
sueñas imposibles. Que basta con verte por las tardes, asomado a tu ventanuco
para sospechar que tu espera será eterna. Es precisamente en esos momentos
(cuando dudas del buen desenlace de tus planes de escape) que ¡ZAZ! sientes las
punzadas más profundas. Como ya te he dicho, nada grave. Una molestia extraña.
Imposible de definir como auténtico dolor o como “nada”. Desde luego, algo es.
¿Nostalgia quizás? ¿De qué? Si tus pasados y tus presentes son casi iguales. Si
tropezaras con una rama y se desparramaran tus días por la jaula, ya no serías
capaz de ordenarlos de vuelta. Ni siquiera sabrías si se te ha perdido alguna
semana durante el estropicio.
¿Qué harás cuando escapes? ¿Cómo te recibirán tus hermanos después de tanto tiempo? Al lado de ellos y su libertad, te sientes ínfimo. Neutro. Apagado. Como un oso que hiberna los 365 días del año, desperdiciando tu última oportunidad de cumplir con tu destino. ¡ZAZ! A veces en tus ensoñaciones, temes que tu corazón no aguante tanta emoción al salir. Sospechas que verás tarde a tu madre y ella, herida de eternidad, caerá rendida a tus patas, susurrando en el reencuentro sus últimos gruñidos de amor…
Un buen día, casi cinco años después, los de la
asociación te liberan. Te dicen palabras extrañas viniendo de humanos. Que
tienes derechos. Que la ley natural es para todos. Que te protegerán por
siempre. Que todavía no es tarde para que la humanidad abra los ojos y… ¡ZAZ!
De pronto abrazas a uno de esos seres que considerabas tus enemigos. No sabes
muy bien por qué lo has hecho o a lo mejor sí. Por primera vez en muchos años,
las punzadas desaparecen. Y el agobio.
Eder Anthony Calvache Sandoval - Colombia
Mención de Honor
Proyecto Mica
Micaela, de 11 años, pasaba horas mirando
documentales de animales. Siempre que veía uno con simios, recordaba la
anécdota que le había contado su padre con un pequeño gorila en los años 80. Él
le había descripto una visita a un zoológico, donde se hallaba encerrado un
pequeño gorila, que al ver a su padre (en ese entonces de 10 años) realizándole
gestos de saludos, saltó desde una rama y golpeó fuertemente, el vidrio
blindado que impedía el contacto directo con los humanos. En esa oportunidad se
había asustado muchísimo. Ese episodio había quedado impregnado en la mente de
su padre y en la suya también. Ella no creía en la maldad animal, sólo en el
instinto de supervivencia de los mismos. A menudo le pedía que le cuente por
enésima vez aquella historia, haciéndole saber que el gorila sólo había querido
pedirle ayuda para escapar de ese encierro.
Una
tarde fueron al cine y vieron la película King Kong. Quedó impactada por
el maltrato hacia el gigante gorila. Su padre, viendo su entusiasmo con los
simios, buscó por internet la película Gorilas en la niebla, de 1988 y la
miraron juntos. Allí contaba la historia real de la antropóloga Dian Fossey,
cuando había llegado a África Central para confeccionar un censo sobre el
gorila de montaña. Mica quedó fascinada con esa historia. Le dijo a su padre
que cuando fuera mayor iba a hacer algo
por los animales y le expresó su deseo de conocer el Parque Nacional de los
Volcanes en Ruanda, donde había sido filmada aquella película.
Fue creciendo y aumentando su amor por los
animales. Al cumplir los 18 años decidió estudiar Medicina Veterinaria.
Mientras cursaba la carrera, inició un
proyecto en el garaje de su casa. Algo que había soñado y diseñado mucho tiempo
atrás, luego de ver aquellas películas que tocaron su amor animal. Se trataba
de un bar perruno, muy original en su ciudad. Allí las personas, sentadas en
barras, podían merendar y estaba permitido llevar a sus mascotas caninas, a
quienes se les ofrecía también una merienda adecuada a sus gustos. Fue acompañada
y ayudada económicamente por su madre y su padre en este emprendimiento.
Lo que comenzó como algo sólo para vecinos
del barrio, se convirtió en algo que creció rápidamente. Así, cuando había
cumplido los 23 años, tenía 15 franquicias del llamativo emprendimiento
inicial. Además a esa edad se recibió de médica veterinaria, carrera que hizo
en tiempo y forma, a pesar de su trabajo.
Se había convertido en una de las
emprendedoras más jóvenes y exitosas de su país. Ya era hora de cumplir su
sueño de viajar a Ruanda, para conocer a los gorilas.
Como sus ingresos eran importantes, pudo
invitar a su madre y a su padre. Fue el viaje más maravilloso e inspirador de
su vida. Desde entonces y desde su humilde posición, comenzó a colaborar
activamente para la conservación y protección de las poblaciones de Grandes
Simios.
Adrián
Alberto Aliberti – Argentina
Mención Especial
Los golpes de pecho sinceros
En un pueblo había
entre la chiquillería gran alborozo ; el motivo
era que , según anunciaban llamativos carteles
aquel sábado habría un espectáculo de circo . Un abuelo dice al nieto:
-
“Voy a
sacar las entradas
para ir los dos a
ese circo.”
El pequeño abraza al
anciano y grita:
-
“¡Vale, nunca
estuve en un circo y
seguro que reiré mucho!”
Aquel par de noches
que faltaban para que
comenzara la atracción , ni aquel
chiquillo ni los demás
conciliaban el sueño con la ilusión
de estar viendo
tan divertidas actuaciones.
Curioseaban por las cercanías de la
carpa para ver si veían
algunos entrenando y preparando
su número.
Durante varios días un vehículo con anuncios
del circo en sus exterior y provisto de un megáfono recorría las calles anunciando que, junto a los números
de siempre, les ofrecerán
su número estrella, el nunca
visto. No explicaban de cual se
trataba para crear más
interés.
Llega la hora de
la función; en la taquilla hay
grandes colas de mayores
acompañando a sus hijos o
nietos, en esa
está el abuelo con su nieto y cuando
entran y toman asiento los ojos
de todos están abiertos como platos
aguardando que salgan los
actores. El presentador va
dando salida a payasos, funambulistas, lanzador
de cuchillos, el hombre
que saca llamas
de fuego por la boca, pero ya
parecía que se
acababan los números y no presentaban el tan
anunciado, entonces, para
asombro de todos, sale un hombre
acompañado de un gran
gorila. Quien parece ser su domador le pide
despóticamente que haga
lo que él le ha enseñado. El
gran simio no le obedece y se
arrodilla en el borde del escenario. El hombre
saca un látigo y
lo alza con intención
de azotarle.
Los niños comienzan a gritar:
-
“¡No le pegues.
Hemos venido para ver
a payasos pero
no para que
sufra ese animalito!”
El gorila se golpea su
pecho con fuerza. Su mirada
va directa a los
pequeños.
En ese momento el domador
grita:
-
“¡Te voy
a arrancar la piel a latigazos!”
El niño dejando al abuelo va junto al simio voceando:
-
“No lo
maltrates, pégame a mi”
Todos los pequeños hacen lo propio y
forman barrera humana junto al mono.
Entonces uno de los adultos, el alcalde
del pueblo, va al escenario
diciendo a los responsables del circo:
-
“Los niños han venido a reír y no a ver
como maltratan a este mono. Con sus golpes
de pecho nos ha abierto los nuestros. Este animal
deja de pertenecerles y mi ayuntamiento hará las gestiones
para que vuelva en breve a su
hábitat de donde nadie debió sacarlo para
humillarle y explotarlo.”
De los ojos del gorila caen lágrimas y sus manos abrazan cariñosamente a
los niños.
Los del circo marcharon avergonzados y el simio fue rescatado.
Este ejemplo debe ser seguido. Liberemos a
los simios, que sus golpes de pecho sean para todos aviso.
José
Reinaldo Pol García – España
Mención Especial
Cárcel de cristal
El amanecer dio paso a un emocionante día. Mientras cepillaba mi desaliñado
cabello, imaginaba todas las clases de especies que vería hoy. Con una sonrisa
y un café en mano, me dirigí a la parada de autobús que me llevaría al
zoológico más grande de la ciudad.
La gente y sus voces en la entrada exhalaban vida. Todos queríamos un
boleto para poder disfrutar de ver a los animales. Cuando por fin entré, un
escalofrío recorrió mi espalda para extinguirse al encontrarse con mis dedos.
No le hice mucho caso, asumí que era una sensación pasajera.
Para ubicarme, tomé un mapa y comencé a caminar hacía la zona de grandes
simios. Desde pequeña siempre me ha llamado la atención la similitud entre los
humanos y estos hermosos primates. Un gorila me dio la bienvenida a la terrible
realidad de los animales y la ignorancia debilitó mi semblante.
La mirada que intercambiamos dijo más que mil palabras. Quise llorar y reír
a la vez. Verlo en esa cárcel de cristal me hizo sentir afortunada y a la vez
un inmenso dolor por verlo atrapado ahí. En ese momento supe que yo haría la
diferencia, que en mi corazón estaba la llave para sacarlos de ahí. La ley los
iba a liberar.
Carla
González Rivas – México
Mención Especial
Él
Se despierta. Lo miro.
Su espalda, plateada, repleta de cicatrices, soporta el peso de la
esclavitud, de la injusticia. La mía, una mochila, un par de libros y un
bocadillo a medio terminar.
Su mirada, aguda, penetrante, alterna la seguridad de sus crías con la
curiosidad que despertamos todos nosotros. Intrusos. La mía, obnubilada por el espectáculo que estoy
viendo.
Él avanza. Yo no puedo moverme.
Un cristal de unos quince o veinte centímetros de grosor nos separan. No es
lo único.
Su lucha. Mi comodidad. Su esfuerzo. Mi egoísmo.
De todo ello tomo conciencia con tan solo una visita escolar. Gorilas, dice
la profesora que se llaman. Datos, características y demás sobrevuelan el aire.
No me importan. Solo sé que tras aquel ceño, habita un alma noble que no debió
ser apresada. ¿Quiénes somos los humanos? ¿Por qué hemos consentido algo así?
¿Quién es quién?
Él me observa. Yo respiro.
Prometo ayudarle. Ahora no, tal vez. Tal vez, cuando tenga fuerzas. Tal
vez, cuando tenga medios. Tal vez, sirvan estas palabras para despertar
conciencias.
Él sonríe. Yo comprendo.
Ni especies, ni animales ni humanos. Somos un todo. Indivisible.
Inalterable. Vida y libertad deben ser uno. Lucharé por ellos. Lucharé por mí.
Porque no es humano quien soporta la injusticia. Porque no está vivo ni tiene
corazón quien se siente superior por el poder que otorgan las rejas. No más
grilletes. No más zoológicos penitenciarios.
Daniel
Ortíz Mata – España
Mención Especial
El futuro del que nadie quiere
hablar
José se levantó de su cama en su pequeño cuarto de color verde. Amaneció
como si fuera un día común y corriente, pero este no lo iba a ser. Justo en ese
momento, miró al reloj y vio un número aterrador: "8:07". Salió de la
casa en tiempo récord corriendo como si fuese Usain Bolt. Llegó al colegio
quince minutos tarde. Ya eran veinte minutos tarde cuando entró al salón P-6 en
el momento que el señor Reyes decía: “Hola clase hoy vamos a aprender de los
grandes simios”. José, como todo el resto de la clase, no estaba entusiasmado.
José ni siquiera sabía qué era un gran Simio. El maestro trajo un televisor
chico y mostró un video. Era un documental sobre un animal de pelo rojo llamado
Orangután. El Profesor dijo que ese Simio era común en esta parte de Indonesia.
Cuando José vio ese animal tan majestuoso cambió su opinión totalmente sobre
este. En ese instante José levantó la mano: "¿Por qué no hay más en
nuestro país?". El profesor respondió: "Bueno, ellos no están en
ningún país.”
La escuela a la que José iba hacía solamente medio día los viernes.
Entonces, era el tiempo de volver a casa. En su camino a casa José preguntó a
todo el mundo. “Señor Peralta, ¿por qué no hay más Orangutanes?”; “Prima
Verónica, ¿por qué no hay más simios?”; “Por Favor Abuela me tenés que decir
qué pasó con los Orangutanes.”. Todos respondieron: “Eso no importa m’ijo”.
Finalmente, preguntó a su papá que era la persona más sabía que conocía.
José: "Papá, ¿por qué no hay más grandes simios? Y lo más importante, ¿Por
qué nadie me quiere decir?". Su papá le respondió: "Bueno, te voy a
decir. Sentante conmigo hijo". José se sentó en la cama con su padre. Su
papá continuó: "Por mucho tiempo tratamos al planeta y a los animales como
algo que era nuestro derecho para explotar. Entonces hay muchos animales que no
existen más en este mundo y el Orangután es uno de ellos."
José preguntó: ¿Entonces qué podemos hacer ahora?
Su Papá dijo: "Nada, solo aprender y recordar."
Su padre lloró enfrente de José por primera vez en su vida…
Leo
Smilow – Estados Unidos
Mención Especial
Apapachù
Apapachú es un gorila tan grande, que solo puede
habitar en lugares donde todo el mundo va, para así pasar desapercibido entre
la gente. Apapachú tiene la piel de mil colores porque nació en un sueño, en la
estación de los amores, justo en el mes en que se llenan de luz las promesas
rotas.
Apapachú sabe cantar, empezó a hacerlo cuando recordó
que en otra vida fue músico y cantante de un coro Góspel. Aunque nunca lo hace
en público porque no quiere salir en la tele.
El nombre se lo puso un niño que jugaba con su amigo invisible cuando al subir a un árbol de golosinas, lo vio sonriendo con los ojos cerrados, escondido entre caramelos azules y regaliz de fresa. Seguramente se quedó prendado de su inocencia y el sentimiento fue mutuo porque Apapachú no tiene familia y siempre lo nombra cuando oye un disparo y se siente amenazado.
Las lágrimas de Apapachú no son transparentes, son opacas como estrellas manchadas de barro. Presume de que nadie puede atraparlo porque es un espíritu libre, y, sin embargo, yo sé que es prisionero de su miedo.
Esto, quizás él no lo sepa, yo sí que lo sé, sé que
Apapachú es eterno y que solo puede matarlo el olvido.
Para sus compatriotas del país de los árboles, él es un Mesías no encarnado. Para una parte de los humanos un símbolo, para otros, un trofeo inalcanzable.
Conocí a Apapachú en las páginas que escribió un
amigo de la niñez y desde entonces, hablo de él con frecuencia. Me gusta pensar
que todos los simios son Apapachú, o que hay algo de él en todos ellos y en
todos nosotros.
Incluso sueño a veces con un mañana donde aparezca en
los escaparates, vestido con ropa de multimillonario acompañado por un séquito
de voces blancas, que rompen sentencias de muerte y las echan a la hoguera.
Veo que me hago viejo, mientras él permanece siempre joven. No sé si esta
envidia que siento es sana. Lo sabré cuando abra los ojos la mañana del último
día de mi vida y pueda comprobar si Apapachú sigue a mi lado o se marchó lejos
para siempre.
Gabriel
Elena Gil - España
Reconocimiento
La matanza selvática
Sentía amor por los animales. Especialmente, cuando los veía en su hábitat
natural.
Fotografiarlos, era su pasatiempo favorito. Filmarlos, quizás, una de las
actividades a la que dedicaba gran parte de su tiempo.
Un día, montado en su jeep 4x4, se dispuso a adentrarse en la selva,
desafiando a la exuberante vegetación que ahí había. Ese clima tropical, donde
a veces llueve o a veces no, sería el perfecto para ver a los simios en los
árboles, comiendo frutas o colgarse entre las ramas.
Luego de recorrer un largo camino,
llegó hasta su meta. Ahí, esperaría encontrar un lugar perfecto para
maravillarse con la naturaleza salvaje, pero encontró gran cantidad de ramas en
el suelo, frutas partidas y pisadas, un mar de hojas dispersas y algunos monos
muertos y ensangrentados. No entendía por qué hoy había tal espectáculo en la
selva amazónica.
Caminó más adelante, y vio dos monos aulladores más, cruelmente heridos en
el suelo. Se acercó a socorrerlos, y por desgracia, ya estaban muertos. ¿Quién
podría haber causado tal matanza?
Sacó su teléfono celular y se
dispuso a llamar a los ministerios, a ver si algo podían hacer.
Lamentablemente, la ubicación en el lugar le impedía comunicarse con las
ciudades más cercanas. No creía ver tantos primates muertos y cruelmente
asesinados en el suelo selvático. Sin perder más tiempo, con ayuda de su cámara
fotográfica, sacó algunas fotos como prueba de lo visto.
Al cabo de unas horas, unos hombres extraños llegaron al lugar. Sin ser visto, se escondió detrás de unos arbustos, para averiguar qué tramaban esos cazadores. Estos hombres, cogieron los simios muertos del piso, y se los llevaron en un camión. Eran alrededor de treinta monos, de los que sacarían las pieles para fabricar carteras o bolsos. Su intuición no estaba errada, aquellos hombres, armados de escopetas y cuchillos, habían cazado ilegalmente monos aulladores en las selvas tropicales de Brasil. Su cámara de video había grabado la escena completa, y sin perder detalle alguno, daría aviso a las autoridades del país.
- “Pobres primates. Es un acto que no tiene perdón.
Esos sujetos, pronto irán tras las rejas” – Pensó.
Felipe
Andrés Vergara Unda – Chile
Reconocimiento
Kadir y Madie
Mientras miraba, cómo Kadir jugaba junto a otros gorilas huérfanos del Centro, Madie recordaba el día en que fue rescatado, malherido, en la selva .
Lo encontraron solo cerca del río y lo llevaron al Centro de recuperación para sanar sus heridas.
Era un bebé gorila, que se encontraba muy débil y necesitaba mucha ayuda.
Cuando se recuperó un poco, fue Madie la que se encargó de hacer de madre sustituta. Le daba los biberones y lo cogía en sus brazos para que se durmiera.
Día tras día, Kadir fue recuperando las fuerzas pero estaba asustado y triste. Se encontraba rodeado de seres que no conocía y cualquier cosa le hacía gritar y esconderse.
Madie lo llevaba siempre en sus brazos y le daba todo el cariño que podía, pero se daba cuenta de que, tarde o temprano, Kadir tendría que empezar a relacionarse con los demás.
Así fue como un día, Madie le llevó a un espacio abierto con agua y árboles, dentro del Centro de acogida, dónde Kadir pudo jugar con otros gorilas huérfanos como él.
Al principio solo los observaba pero los otros gorilas se fueron acercando y finalmente, se fueron conociendo todos.
Con el tiempo, fueron haciendo varias salidas a la selva, para que los pequeños gorilas fueran conociendo el entorno en el que iban a vivir.
Madie se sentía orgullosa de Kadir, de cómo había conseguido sobrevivir y superar sus miedos. Ella también había tenido que luchar mucho para sanar todas sus heridas. Fue acogida en el Centro, como los gorilas huérfanos, junto a otras niñas de su edad.
Al igual que Kadir se sentía sola y asustada pero la gente de allí le ayudó a superarlo. Por eso, Madie no se lo pensó dos veces, cuando le ofrecieron ser madre sustituta de los pequeños gorilas.
Para ella es el mejor trabajo del mundo, ha aprendido muchas cosas y se siente satisfecha de esa gran labor.
Quedan pocos días para que Kadir vuelva a la selva. Esta vez, no estará solo, varios de sus compañeros también irán con él. Este es el objetivo final.
Cada gorila que cuida sabe que no va a quedarse en el Centro, sabe que pertenece a otro lugar, pero esa relación que les une pervive para siempre dentro de ellos.
Clotilde Guisado Rodríguez – España
Reconocimiento
Al abrir los ojos
No puede precisar desde cuando está en ese estado,
pero sí que su mente lleva mucho tiempo intentando abrirse paso entre la
espesura de una niebla que lo cubre todo.
Incapaz de precisar lo que ocurrió, cuando
intenta recordar, lo único que regresa a su cabeza son retazos inconexos de un
puzle al que le faltan piezas. Una avioneta que despega, la frondosidad de la
vegetación, una tremenda explosión, gritos y más gritos, un fuerte impacto y
unos cuerpos esparcidos entre los árboles.
Tiene que abrir los ojos, pero el temor a lo que pueda encontrar al hacerlo le lleva a cerrarlos con más fuerza. Sabe que mientras permanezcan cerrados esa avioneta no será la que pilotaba su padre, la vegetación no será la selva que sobrevolaban, la explosión no tendrá lugar en uno de los motores, los gritos no serán los de su madre y los cuerpos no corresponderán a los miembros de su familia.
Cuando siente que una mano se desliza por su rostro, el pequeño tiene la tentación de abrirlos, pero por qué había de hacerlo si sabe que esa mano no será la de su madre, que no es ella quien acaricia su cara y su frente para desearle felices sueños. Y lo sabe porque vio su cuerpo inerte, ahora está seguro, antes de perder el conocimiento y sumirse en ese sueño del que empieza a despertar.
La mano ha dejado de acariciar el rostro del
niño y aprieta, ahora, una de sus manos. Lo hace dulcemente como, recuerda,
hacía su madre.
¿No estará soñando? No, no sueña. Tiene los ojos cerrados, pero el jovencito está despierto. La mano es real y quien le acaricia lo hace con ternura, pero aun así duda en abrir los ojos.
¡Aguanta sin abrirlos!, ¡venga unos segundos
más!, se dice, pero cuando la mano vuelve a posarse en su rostro no puede
evitar abrirlos ligeramente.
Al hacerlo, la luz le molesta y no termina de distinguir correctamente los rasgos de la figura que aparece sentada a su lado, lo mira fijamente y que al sentirse observada se separa de su lado para regresar, al momento, con un puñado de frutos en sus manos.,
El niño los coge y, antes de llevarse el primero a la boca, sonríe a la hembra que tiene enfrente y repara en la pequeña cría que cuelga de su espalda. Le gustaría darle las gracias llamándola por su nombre, pero lo desconoce. ¿Un chimpancé hembra? ¿Una bonobo? No sabría precisarlo, pero no tiene ninguna duda de que desde el accidente ha cuidado de él como si de su propia cría se tratara.
Eloy
Calvo Pérez – España
Reconocimiento
Tapanuli
Las verjas se endurecen. La pequeña ventana
parece aún estrecha. La luz del sol se va ahogando al caer la noche. Su pelaje
raído, de un anaranjado intenso, se va perdiendo en la oscuridad. De pronto, el
silencio parece quebrarse, de forma súbita, imprevista. Un sonido gutural en el
fondo. Luego otro. Y otro. Otro más. La extraña composición de sonidos parece
sugerir un llanto, suave, constante, como si fuese eterno. Así, sin luz y sin
nadie que los vea, los reclusos pueden llorar en paz.
Él no llora. Se queda quieto junto a los barrotes. Con sus manos, se aferra al metal, expectante, pero en paz. Parece intuir que no hay a dónde ir. Parece haber identificado a sus captores, esos sujetos de pantalón ajustado, boina sobre la cabeza y fusil al hombro. No le dejarán salir. Hace días, uno de los suyos protestó sin tregua, golpeando con fuerza en los barrotes, pidiendo auxilio a la nada. No obtuvo respuesta. Al menos, no al primer día. Para el tercer día, ya todos parecían haberse acostumbrado a sus gritos. Ya nadie reaccionaba ni volteaba a verlo. Lo dejaban pasar, como delirios locos, arrebatos que se pasarían pronto. Al cuarto día, los guardias tuvieron suficiente. Entraron sin avisar, en medio de la noche, mientras él sollozaba. Se lo llevaron rápidamente. No lo volvieron a ver. Volvió el silencio.
Él sigue a lo suyo. Se queda sentado, inmóvil. Mejor así. Él no lo sabe, pero, en este mundo, es mejor no moverse. Es mejor no hacer problemas. Un día de estos, el guardia volverá, abrirá un par de celdas y se llevará a unos cuantos consigo. Los forzará a acomodarse en la parte de atrás de un vehículo todoterreno, en silencio. En él recorrerán miles de kilómetros selva afuera.
No volverán a aquel sitio.
Nadie sabe si su destino es mejor. Eso depende
de cada uno.
La noche se pasa rápido. Amanece. El sol
parece entrometerse por las rendijas. Él se despierta de golpe. Un plomazo
irrumpe en sus oídos. No sabe que sucede. Le vuelve a quemar la piel. Antes, la
pared le protegía. Pero donde estaba el muro ahora solo hay polvo. Algo o
alguien se lo ha tumbado.
Los demás corren como locos. Sin pensarlo, corren y se alejan de la prisión, para no volver. Por un momento, se sienten libres. Creen que lo son. Él no sabe qué hacer. Siente el sudor por su cuerpo. A lo lejos, otro plomazo. Un ruido seco de bala. El ruido lo devuelve a la realidad. Solo le queda huir. Corre como nunca lo ha hecho. Trepa cuando puede, sin mirar atrás. Otro plomazo. Luego otro. Y otro. Él sigue corriendo. Vuelve a trepar.
Siente que se resbala del árbol, tropezándose
consigo mismo.
Se aferra, pero es inútil.
Cae.
Despierta. No sabe donde está. No sabe si es
la prisión o un ojo de agua. Con los ojos entrecerrados, apenas distingue
figuras. Otra vez el sol sobre la piel anaranjada.
Ardiendo.
Mauricio
Jarufe Caballero – Perú
Reconocimiento
Y si tú fueras ella
Se llama Bonga y está muy débil. Apenas puede
cascar nueces con una piedra, ni taparse el cuerpo con grandes hojas cuando
llueve, ni construir su lecho todos los días entre las ramas de los árboles, ni
caminar hasta buscar un refugio o una cueva, donde guarecerse segura y a salvo.
Su expresión es triste, muy triste. Agoniza. En sus ojos veo el dolor y la
angustia, porque Bonga también llora. Sus gestos parecen pedir ayuda y
protección inminente.
Pero está sola. Su familia ha sido capturada. Se llevaron a todos entre gritos de desesperación y lucha. Ella tiene un balazo en el pecho y la sangre mana a raudales. Fue torturada por defender a su hijo. Se lo llevaron también. Jamás podrá enseñarle a caminar. El resto de gorilas de la zona también ha sido extinguido y ella, no deja de preguntarse por qué nadie los protege, por qué esta caza furtiva, por qué este maltrato, por qué, por qué, por qué...Bonga piensa en las leyes humanas y en la justicia. Pero ellos no son hombres, ni mujeres, ni bebés. Resultan presa fácil porque son mercancía que vale dinero...
En una población urbana cualquiera, donde los ricachones dan rienda suelta a sus caprichos, se va a celebrar un convite. Vajilla de lujo, manteles de seda, copas de cristal de Bohemia, cubiertos bañados en plata, vinos excelsos y muy caros, entremeses exquisitos, pescados frescos y sabrosos, y el manjar tan demandado, por el que todos suspiran: la carne ya servida en los platos para deleite de todos los comensales: la carne de simio. Se llamaba Bonga...
Mª Asunción García Montes – España
Reconocimiento
Crueldad
Una minúscula villa oculta en la selva entre
altos matorrales ocupaba el extremo central de África. La regentaba un hombre
de apariencia amable, con rostro agrietado y una sonrisa malévola que ocultaba
con su barba blanca. En el recorrido matutino que realizaba cada día,
pude observarle detenidamente. Vagaba por senderos inaccesibles pero era
ágil y se movía con gran facilidad.
En el recorrido que había elegido esa mañana, encontró al compañero al que buscaba con ahínco desde hacía días. Le invitó a su mansión y le dijo: “Acompáñame hasta el sótano de la casa y te sorprenderás”. El lugar era oscuro, sucio y triste, y de olor nauseabundo. “Aquí realizo mis investigaciones sobre los simios y quiero que lo conozcas con todo detalle”, dijo el hombre. El acompañante vio horrorizado animales de esta especie encerrados en pequeñas jaulas, cubiertas de desechos y tapadas con lonas translúcidas que apenas dejaban entrar un rayo de luz, pero que vislumbraban las horribles torturas realizadas a estos homínidos: gorilas agonizantes crucificados con las extremidades extendidas y la sangre resbalando por sus cuerpos temblorosos, chimpancés ciegos de un ojo por la oscuridad casi perfecta del recinto, orangutanes con manos y brazos con heridas lacerantes producidas por las verjas electrificadas que impedían la salida de las jaulas, colección de bonobos con las cabezas y miembros amputados utilizando hachas poco afiladas para que persistiera su martirio, animales desnutridos, desfigurados e incluso mutilados sin piedad hasta su muerte. Era la representación del tenebroso placer de hacer daño, privando a los animales de sus capacidades, difíciles de recuperar, y de su hábitat natural, porque este cautiverio jamás les permitirá volver a la selva, su verdadero hogar.
Yo les había seguido y grabé con mi cámara de última generación el horrendo espectáculo. Mi jefe de prensa me había comunicado que estas prácticas se realizaban desde hacía más de doce años y que las leyes tenían que castigar a los que realizan estas experimentaciones y torturas, con la finalidad de conservar y proteger a estos animales. Se necesitaban pruebas y mi decisión de ir voluntario a recogerlas me ha llenado de fuerzas para seguir luchando por denunciar ante la justicia a estos humanos despiadados, que con sus piezas obtienen grandes ganancias vendiendo a los simios a zoológicos, circos, hombres adinerados de altas clases sociales que los exhiben en sus palacios como trofeos. Antes de irme de este lugar, observé que el hombre le decía al acompañante que, por fin, había encontrado durante su camino matutino: “Túmbate en esta confortable cama de grandes hojas y ramas de árboles y contempla a tus hermanos encerrados en las jaulas para que conozcas que ese va a ser tu destino, pequeño simio ingrato”, exclamó con saliva babeante y voz codiciosa.
Pero yo también recogí este acontecimiento, incluida la tortura aplicada a este animal, con la cámara que, a escondidas, lloraba de pena e impotencia por ver vulnerados los derechos básicos y las leyes de protección de los Grande Simios.
Rosa María García Montes - España
Reconocimiento
La Mona Risa
Javier era buen mozo, seguro que en su visita
al Zoológico de Chapultepec lograría fotografiar a una bella joven que, además,
resaltara por sus cualidades. Aparte de que su oficio le permitía hacer uso de
su galantería, esperaba con ansías aplicar sus mejores técnicas fotográficas.
Había recorrido parte de las instalaciones y justo en la sección de los
primates, ahí estaba ella, genuina, en una pose natural, sin maquillajes. El
destino estaba escrito, ella lo vio, sabía que se acercaría con pretexto de
fotografiarla. La señorita de vestido florido y pamela obstruía el lente de su
cámara, ella también era bella, pero Javier no podía desperdiciar el uno por
ciento de batería que le quedaba, apenas logro captar la risa de la mona.
Carlos
Alberto de la Cruz Suárez – México
Reconocimiento
El
orangután humanoide
Conejillo de laboratorio
Muy cerca del hoyo 18 y cuando el ario orangután humanoide, que fue Presidente de La potencia del Norte,se aprestaba a su último lanzamiento; su golpe fue interrumpido por una capucha puesta sobre su cabeza e impregnada de cloroformo que lo hizo tambalearse y caer al suelo, para ser colocado en un carrito de golf y luego sacarlo del campo de Juego y ser transportado en un campero de alta gama que se desplazó velozmente para evadir a los guardaespaldas que tardíamente se dieron cuenta que el expresidente payaso había sido secuestrado.
Ya estaba lista la sala de cirugía en la clínica de críogenia y nitrogeno líquido donde el objetivo era conservar con vida la cabeza del ario orangután, secuestrado para que sirviera de ejemplo a los dictadores del futuro: Un tirano condenado a la impotencia de no tener vasallaje ni poder sobre los hombres, que antes había oprimido. Ya los investigadores habían logrado conservar vivas unas cabezas de monos chimpances, que aunque no podían hablar, si movían sus ojos y mostraban que sus cerebros estaban funcionando y percibían y podían comunicarse visualmente con las personas que se acercaban a su entorno.
Las manos y los pies fueron cortadas y subastadas entre los fanáticos seguidores que anhelaban tener un recuerdo del orangután parlanchin, ídolo con pies de barro, al que no dejaban de admirar; pues consideraban que había sido el mejor presidente en la historia del poderoso país que no tiene nombre.
La cabeza cortada del albino orangutan miraba con ojos desorbitados como su cuerpo era mutilado,destruido y lo único que podía hacer era mirar horrorizado y abrir la boca para intentar gritar,sin lograrlo y sin que nadie acudiera a atender sus gritos sin voz y tardíamente comprendió que había sido el hombre más poderoso del mundo, no por su persona sino por el cargo que ocupaba y por eso causó hilaridad cuando se perdonó a si mismo por su delito de inducir a la sedición a sus seguidores y aunque no le concedió el perdón presidencial a la mujer que le sacó el feto a otra mujer en gravidez, para robarle su hijo por nacer, el orangután presidente, si se perdonó a si mismo para evitar ser enjuiciado por el Congreso norteamericano, por haber animado a sus copartidarios a tomarse el capitolio y evitar que su rival ganador fuera juramentado por el Senado como el Presidente de la gran potencia sin nombre.
Echando chispas por los ojos y pronunciando desaforadas maldiciones veía por televisión, como se desarrollaba el juicio para declararlo impedido de volver a postularse a un cargo público, matarlo políticamente; pero lo peor de todo era su desconocida prisión tras los cristales de unos recipientes de laboratorio, que le permitían vivir para que sintiera en carne propia, per secula seculorum, la tortura de ser subyugado por los demas, ser compañero de los simios de laboratorio que han sido esclavizados y torturados en nombre de la ciencia durante generaciones.
Jesús Omar Sánchez Salazar – Colombia
Reconocimiento
La jaula
Se trataba de la belleza en su más pura
expresión. Lo más crudo y real que podías tocar con tus manos humanas que no
estaban acostumbradas a la asperidad. Me miraba desde la distancia, con los
ojos desorbitados, advirtiendo la amenaza que representaba mi cuerpo diminuto
en comparación con el suyo. Había algo en su porte que me mantenía anclada en
mi lugar, con el corazón latiéndome desenfrenado en el pecho y con las manos
temblando.
Nuestros miedos se encontraron a medio camino; nuestros pies preparados para la huida, aún sin saber cuál era la vía de escape. ¿Quién es el depredador aquí? ¿Lo somos los dos?
Doy un paso hacia atrás, sintiéndome tonta. No hay manera de que me haga daño, las rejas altas de su jaula me protegen de su fuerza salvaje. Y, a pesar de ello, me domina el miedo. Me domina el temor de que, finalmente, rompería las rejas que lo mantenían enclaustrado y yo sería la primera víctima de su furia.
Dejé caer la cámara a mi costado, simplemente, no podía tomar la foto que tanto había ansiado. No se sentía real, me comportaba como una ladrona que había llegado de su casa cómoda para robarle algo más. Un último pedazo de libertad que le quedaba.
Me giré, dispuesta a irme. Con el rabillo del
ojo observé cómo su postura se relajaba, como se sentaba en el suelo arenoso y
miraba en mi dirección con menos miedo. Me vi tentada a detenerme de nuevo,
observar este nuevo comportamiento. Pero, la calma se fue tan pronto como llegó,
cuando otro cuerpo sustituyó el mío frente las rejas de la jaula; más
amenazante, más poderoso.
Me alejé unos pasos más y los miré. Hace apenas unos segundos era la protagonista de la imagen, ahora era otra espectadora más. Vi desde la distancia esa lucha de poderes, hombre y animal, donde, al final, nadie salía vencedor.
Un círculo vicioso donde siempre intentaríamos dominar al otro, conseguir la libertad que era nuestro derecho, pero, siempre terminábamos con alguien entre las rejas y el otro mirándolo con temor del momento en el cual la jaula finalmente se rompería.
Aleksandra
Merdovic – Montenegro
Reconocimiento
El regalo de cumpleaños de Sue
La madre de Jerry intenta escapar, pero es tarde. El hombre es más lento, pero no sus balas. Dos sonidos cortos y sordos, un grito largo y agudo. Jerry se agarra más fuerte a su madre y ambos caen, en un último abrazo. La sangre mana a borbotones y los ojos implorantes del bebé ya solo encuentran enfrente unos ojos vacíos.
El brillo del machete, las manos que prenden a Jerry y lo arrancan de su madre, que queda tendida, inmóvil, sobre un charco oscuro. Más gritos, un pinchazo, y luego, la oscuridad.
Ahora Jerry viste camisas estampadas con palmeras y se baña cada día en una piscina con forma de guitarra. Come con cubiertos dorados. En el cuello lleva un collar con su nombre. Y las pastillas que le dan por las noches lo mantienen tranquilo también durante el día. Cuando vienen visitas, una adolescente rubia y bronceada lo presenta con gran emoción: “¡Atención, mirad! ¡Éste es Jerry, mi nuevo bonobo!”.
María Aránzazu Toro Escudero – España
Reconocimiento
La coronación del rey Bonomo
La humanidad venía en baja. Le gente había
dejado de creer en sus líderes. El resto de los animales jamás lo había hecho.
Las fieras más salvajes se volvieron más agresivas contra los homo sapiens.
Incluso las fieles mascotas se rebelaban. Los capitostes del mundo, comprendieron
que debían cambiar su estrategia para congraciarse con un planeta que empezaba
a darles la espalda.
En un espectacular golpe de marketing, producto de las mentes más osadas, decidieron colocar como jerarca mundial a un macaco. Símbolo del regreso a la Madre Tierra y sentido homenaje a los ancestros. Gorilas y orangutanes resultaban muy altivos. No medías tan bien en los sondeos. Colocaron en el trono a un bonomo de mediana estatura. Lo eligieron por sorteo.
La noticia fue trasmitida por los medios con albricias y no sin sorpresas. En términos generales aprobaban la medida. Era necesario un cambio. ¡Vaya si lo ofrecieron!
El afortunado respondía al mote de Toto, nunca
preguntaron su nombre verdadero. Los asesores de imagen comprobaron que
caminaba corvo. Le enseñaron la postura erguida, era mucho más digna para el
prestigioso cargo al que había sido designado.
Su excesivo vello no identificaba a la
lampiñedad humana. Procedieron a raparlo y aplicarle sesiones de depilación
definitiva. Con los mejores maestros aprendió a leer, primero con torpeza,
luego más fluido. Aprendió química elemental, física cuántica y operaciones
numéricas. También la historia de los hombres, la de la simiedad nunca había
sido escrita.
Las reglas de protocolo le resultaron complejas. Su lógica era más sencilla, despojada de fórmulas superfluas. Aquello le costó un poco más, no comprendía el sentido de esas pompas vacías. Por imitación logro asimilarlas, para placer de asesores de imagen y especialistas en mercadeo.
Una gran celebración se organizó en la capital mundial. Se exhibió entre desfiles militares, fanfarrias gloriosas y vítores esperanzados. Muchos pensaron que algún niño en su inocencia, diría que el rey iba desnudo, como en el cuento. Sería un papelón de mayúsculas proporciones. Se cuidaron de gamberros insolentes, pero no hubo necesidad. Por desgracia, el chimpancé iba vestido, con las mejores galas y en su pecho, todos los símbolos humanos conocidos. Presidentes y primeros ministros le rindieron pleitesía. La jungla urbana era un muestrario de las más particulares bestias civilizadas.
Organizaron un gran banquete en su homenaje. El soberano vio los manjares. Solo pensó en un delicioso plátano. Desechó la idea. Demasiado simiesca. En ese momento perdió toda su naturaleza. Se había convertido en humano. Estar en la cima le hizo olvidar el placer de descansar sin problemas en las copa de árboles frondosos, andar despreocupado por la selva, la camaradería que abrigaba de cariño y era tan necesaria para la supervivencia.
Como buen gobernante, ocupado y responsable,
dejo de lado las monerías, vana diversión de primates primarios.
El emperador jamás firmó la orden que
liberaría a sus hermanos de las reservas. Debía protegerlos de las bestias
humanas. Lo sabía de primera mano. Se había convertido en una de ellas.
Martín Ernesto Troncoso – Argentina
Reconocimiento
Despertar con sueños, simios
que no sólo sueñan
Hace mucho tiempo, en una noche nebulosa y
brillosa, el reino de Soul despertó acongojado: soñaron que el Dios de los
Sueños Saulv había arrojado el poder de volar en la bahía azulada que se
ubicaba en el centro del mundo; por su parte, el reino de Life, durante un día
de asueto lindo y sólo lindo, fue abrumado por el calor colorido que los
mantuvo soñando por horas o segundos hasta que… despertaron sabiendo que el
poder de volar había sido sepultado en la bahía amoratada.
Ahora bien, sin importar el color de las aguas, azulada para el reino Soul o amoratada para el reino Life, pronto comenzaría el conflicto por el poder. Los habitantes de Soul, Simios Dorados, fuertes y risueños, cargaron tambores (temblores también ya que, tenían un poco de miedo), panderetas y globos (todos construidos con cáscaras de guineo) para dirigirse hacia la bahía amoratada; mientras tanto, los Simios Plateados del reino Life, endebles, chaparritos, panzuditos y la especie más seria que existía (no podían reírse, sólo fruncir el ceño desmesuradamente) se armaron de valor pues no sabían construir armas (ah, eran muy pacíficos: amor y tranquilidad para trepar por los bosques y descansar con la paz-za boca arriba sobre los campos amoratados).
Una vez que los reinos llegaron a la bahía colorida, la estrategia por el poder se desencadenó del modo siguiente: se propuso una apuesta. Los soulianos afirmaron que podían hacer reír a los lifeanos y estos que cuando un risueño se riera perdería con su comunidad. El problema subyacía en que, por naturaleza, los risueños no paraban de reír y los lifeanos nunca sonreirían ni con millares de cosquillas en la panza. Entonces, los simios soulianos empezaron una orquesta sinfo-simiótica con los tambores, temblores, panderetas y globos (la estrategia, no se la digan a nadie, consistía en distraer a los lifeanos para que un souliano se introdujera a la bahía sin ser descubierto… bueno, en esto pensaban los soulianos mientras los simios chaparritos, es decir, los lifeanos se arrojaban presurosamente a la bahía).
¡Uff! Los lifeanos estaban a punto de adquirir el poder. No obstante, un souliano, exageradamente desesperado, se dio la vuelta y argumentó que ya había robado el poder. Infló varios globos, los cuales jamás habían visto los habitantes del reino contrario, y empezó a flotar un poco. Al ver esta acción desesperada, el reino de Soul, los Simios Dorados, comprendieron que ya tenía la capacidad de volar. Así que, todos inflaron los globos enormes que traían y se marcharon a su hogar mientras, en la lejanía, los Simios Plateados sólo pudieron vislumbrar el alejamiento de globillos dorados. Por cierto, los Simios Plateados descubrieron que no había poder en esas aguas pues, tristemente, sólo habían soñado…
El conflicto por el poder existe en cualquier especie. Sin embargo, todas las especies tienen vidas, perspectivas y atributos de respeto y dignidad porque si no el mundo no habría comenzado ni evolucionado con un sinfín de especies, entre ellas: los simios.
Víctor
Hugo Pérez Pérez – México
Mini Cuentos Esp. Adultos
Esp. Juveniles
Infantiles
Primer Premio Especial Adultos
La bondad de amar a un animal
Los gorilas son mis amigos.
Ellos siempre
están sonriendo.
Viven en un
mundo mágico verde.
No quiero que
los pongan en zoo por eso quiero recaudar dinero para cuidar y con ellos dar lo
mejor para los gorilas.
Gema Sarelly Alemán Mateos – España
Primer Premio Juveniles
No mates simios nuuuuuunca jamás
En el zoo Yut:
− ¡Los simios se mueren, alerta roja!
− ¿Quienes serán? Tenemos que averiguarlo, llamad al jefe.
− ¡Ay!, ¡son trogloditas! Tenemos que capturarlos.
− Ya está, los tenemos atados. ¿Por qué los matáis, eh?
− Porque tenemos hambre.
− Nosotros os daremos otra comida, hay que proteger a los simios.
Pero muy pocos han sobrevivido y los que no se han muerto están heridos.
− ¡Tenemos que salvarlos, sí!
Los trogloditas arrepentidos ayudan a cuidar a los simios.
− Las hembras van a tener bebés. ¡Qué bien!
Sergio Bonastre Toro – España
Primer
Premio Especial Juveniles
La gorila Marta y su huida hacia la libertad
La vida de la
gorila Marta no es fácil, ella intenta sobrevivir, pero el cazador no la deja,
intenta huir yendo por caminos largos y se hace mucho daño.
Al cazador no le da pena y sigue corriendo detrás de ella. Marta se cae y se lastima una pata con la rama de un árbol muy grande, por lo que al final no logra huir del cazador y la atrapa.
Este la amarra y se la lleva en un camión muy grande, quiere venderla y sacar mucho dinero en un zoológico. Marta gritaba mucho de dolor, eran tan grandes sus gritos que la escucharon unos jóvenes que estaban en la selva investigando otras especies de animales semejantes a los gorilas.
Los jóvenes aprovecharon que el cazador paró el camión para comer y se metieron dentro, entonces vieron a Marta amarrada. Enseguida los jóvenes que eran cuidadores medioambientales llamaron a la policía y entonces pudieron salvar a Marta.
Marta ahora vive en un hábitat maravilloso, cuidado, muy verde y esta muy bien alimentada. Todo gracias al cariño y el amor de esos jóvenes y el cazador tuvo que pedir públicamente y ahora trabaja salvando la selva de personas que intentan cazar a los monos.
Marta es feliz.
Jesael Jesús Jiménez Carrillo – España
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