Primer Premio
La fábula de los cuatro monos
Cuenta la leyenda
que el Gran Señor de los Monos reunió a sus hijos mayores para dotarlos de
personalidad y habilidades. Ante él se presentaron el gorila, el orangután, el
chimpancé y su último ensayo, el humono.
Al gorila poderoso
le dio colosal figura, un andar majestuoso, brazos firmes, recia pelambre en su
cuerpo y envidiable estampa. Soberano sin corona entre todos los primates,
firme se erguía orgulloso.
Para los
orangutanes reservó pelaje en sangre, inteligencia notable, la fortaleza de un
roble, fuerte instinto maternal y sapiencia con sus manos para crear
herramientas.
Al chimpancé, más
pequeño, vio la fuerza en la comunidad, le confirió enorme gracia, estrategia
en la caza y espíritu de cooperación que
a pesar de su tamaño, prolongó en el tiempo su raza.
Finalmente al
humono le otorgó enclenque cuerpo, piernas torpes, fuerza escasa, garras pobres
y como humillación final, escaso y débil cabello.
El Dios Primigenio
Primate en su sapiencia, notó que algo mal había hecho. Siendo el menos deseado
comprendió el desprecio y para compensar desgracias, lo dotó de hábil cerebro.
El humono se supo
débil e imitó a sus hermanos, se unió en tribus cual bonono y cultivó lazos
familiares. Fue diestro en las herramientas como los nobles pongos, aprendió a
distinguir hierbas, el arte de la cacería y las primarias viviendas.
Del gorila buscó
imitar su fuerza, se acorazó y extendió su pobre lomo con hábiles apéndices que
le proporcionaron garras, altura y rudeza.
De todos tomó lo
mejor y asimiló con templanza. El humono se alzaba superior a las otras razas.
El Gran Señor de los Monos pronto comprendió su error más no pudo remediarlo y
al intentar enmendarlo, el humono lo negó.
Se avergonzó de su
historia, de su pasado simiesco y se proclamó humano para no dejar ni el menor
rastro de sus humillados ancestros. Luego muto a hombre y a centro de la
Creación y a falta de viejos dioses se volvió su propio dios. Y aunque de los
monos sabían que descendían, los humanos, ex humonos, se creían que ascendían.
Yo me pregunto
entonces, aunque tengo la certeza, que del simio nos espanta como porta su
pobreza. La gracia con la que viven un mundo sin posesiones, ni la ambición
desmedida que envilece sus razones. Hoy los hombres se desviven y aún anhelan
la pereza, de vivir como los monos, en absoluta simpleza.
Martín Ernesto Troncoso – Argentina
Segundo Premio
Nuestro pequeño refugio
Me dijeron que todo era cuestión de perspectiva: un cacahuete puede parecer
grande si lo comparas con una hormiga, pero diminuto si lo haces con un
elefante. Sin embargo, esta vez no era capaz de poner buena cara al mal tiempo
y, en más de una ocasión, deseé que me partiera un rayo. Nadie entendía que yo
había cambiado, así que se reían de mí y siempre me sentía solo.
Un buen día me harté de todo y escapé al bosque en busca de refugio.
Aquel lugar también había cambiado en los últimos años y, aunque ya no
había tantos árboles, seguía teniendo aquella naturaleza salvaje que me gustaba
tanto.
Allí, trepé hasta a lo más alto de la copa de un árbol y esperé acobijado a
que amainara la tormenta. La del cielo y la de mis pensamientos.
- ¡¡Ah!! No me comerás, ¿verdad?
La sorpresa no fue por ver un pequeño orangután, sino porque todavía
quedara alguno vivo. Me miró con sus ojitos brillantes, acercó su mano hacia mí
y, después de tocarme la cara con sus dedos peludos, me despeinó. No sé por
qué, pero sentí que quería contarle mi historia.
- Puedo cantar, reír, correr, soñar… Pero no puedo oír con mis orejas. Sin
embargo, aunque tengo tanto en común, todo el mundo da más importancia a lo que
nos hace diferentes.
Al escuchar mi voz, el pequeño orangután sonrió enseñándome todos sus
dientes y se ofreció a compartir su paraguas de hojas conmigo.
- No te pienses que no sé escuchar, eh. He aprendido a hacerlo con los
ojos, observando expresiones y leyendo los labios. Al principio me daba mucha
pena, pero, ahora, ninguna. ¿Sabías que las palabras que más decimos son
<<yo>> y <<no>>? ¡Qué triste! Siempre negativos, con la
vista hacia uno mismo y perdiéndonos un mundo que, desde luego, es mucho más
interesante…
De repente, el animalillo se agitó e intentó esconderse.
- ¿Qué te pasa? ¿Por qué te pones así? No tengas miedo, no veo ningún
tigre, ni cocodrilo por aquí…
Entonces, me tapó la boca y dirigió mi mirada hacia el suelo. Entre la
maleza apareció un grupo de hombres que arrasaba con todo a su paso. Entendí
por qué tenía miedo, éramos nosotros los que estamos destruyendo su hogar y
acabando con su familia.
- ¡¡No disparéis!!
- Sólo es un niño, vámonos.
Pensaron que yo no suponía ninguna amenaza y se marcharon por donde habían
venido. Como todos los adultos, habían cometido el error de subestimarme por
ser todavía una criatura. Algo curioso cuando somos los niños y las niñas los
que cambiaremos el mundo a mejor. O eso espero.
- Qué suerte hemos tenido esta vez… Pero aquí no estás a salvo.
Sé de un lugar donde estarás bien. ¿Confías en mí?
Entonces, el pequeño orangután me cogió de la mano y se quedó esperando a
que partiera hacia nuestro pequeño refugio.
Marina Romero Gómez – España
Tercer Premio
Noche y tormenta
La piel rasgada, en remilgos. La espalda arqueada; impotente. La quijada
honda y alargada. Su figura se distingue desde el reflejo de un ojo de agua. El
cielo se torna grisáceo y atemorizante. El sol parece esconderse en el
horizonte.
Puede sentir el bombeo frenético de su corazón: latidos descontrolados y
arrítmicos. Ansiedad. Se sabe desprotegida. Apenas si distingue formas oblicuas
en el firmamento: la luz solar se agota, las nubes se entrecierran y el ulular
del viento se hace latente. Sabe que es tarde. Puede reconocer las señales
desde el cielo. Tiene que apurarse ya.
Comienza a deslizarse suavemente, aferrándose a las ramas. La jungla parece
un espacio extraño, imponente, como un laberinto del cual es difícil salir. A
ella no le importa. Se guía de su instinto: hace la misma ruta semana a semana,
por recursos.
Sigue avanzando, decidida.
De repente, se detiene.
No puede seguir más. Un ruido la sorprende. La deja paralizada.
Un ruido. Ruido seco, cortando el silencio de golpe. Ruido frenético, ruido
amenazante. Ruido que simboliza la muerte. Ruido que producen esas herramientas
color tierra, de metal podrido y decadente; ruido e impacto: luego del ruido,
la sangre. Alguna especie de golpe sobre la tierna piel de la víctima. Un
ataque fatal.
Ella despierta: se aleja del ruido. Sigue balanceándose de forma frenética
y decidida, todo, sin mirar atrás. No quiere que el ruido la alcance. Fuerza
ambos brazos sobre las lianas, aprieta las uñas en los tallos, se aferra con
toda la fuerza que le queda. Es normal preguntarse por qué un ruido así aparece
en terrenos tan inhóspitos, en páramos desolados. Ella no puede dar con la
respuesta. Quizá nadie pueda. Sigue
corriendo.
Avanza. El ruido se aleja. Entonces, otro ruido.
El pecho puede relajarse. La respiración ya no se entrecorta. Ella parece
tranquila, confiada; por fin, alivio. El ruido dulce puede con el ruido de
muerte. Seguridad. El ruido dulce la guía. Así, en la oscuridad, ahogada por la
lluvia, mantiene algo qué seguir, algo que la mantenga en la ruta. Los bufidos
se mantienen. Ella parece sentirlos más cerca: su cuerpo se acalora, su emoción
va en aumento. Los bufidos empiezan a distinguirse: como pedidos de auxilio,
como formas de reconocimiento. Es él. A pesar de todo, a pesar del tiempo y el
miedo, todavía confiaba en su regreso. Ella corre deprisa. En la oscuridad, con
el frío entrometiéndose en sus huesos, regresa a su lado. Entre paredes
boscosas y espacios obscuros, distingue formas redondas, luminosas. Un par de ojos viéndola firmemente.
Madre e hijo se aferran uno al otro, se palpan, se reconocen, se hacen
juntos en abrazo. La tormenta no se disipa: se sigue regando la selva, los
truenos siguen resonantes. Aun así, no les importa: se resguardan uno a otro,
se sienten en confianza. Nada les asusta.
Pasa la noche. La tormenta se acaba. Al día siguiente las nubes se
desagrupan y dejan espacio al sol. Dos chimpancés yacen juntos, aferrados,
cercanos. Aun confían.
Mauricio Francisco Jarufe Caballero – Perú
Mención de Honor
Mundo Primate
Esta es la historia de una pareja de gorilas de lomo plateado, llamados Ben
y Lucí que logran escapar de manos de cazadores, los habían atrapado para poder
venderlos a un zoológico por una cantidad excesiva de dinero.
Estos dos gorilas unieron sus fuerzas para poder salir de las jaulas donde
los tenían prisioneros, y corrieron tan rápido como pudieron y sin darse cuenta
cayeron en un agujero que sin mas ni menos los conduce aun escenario fascinante
y maravilloso. A la mañana siguiente empiezan a investigar y se dan de cuenta
que hay criaturas similares a ellos y otras especies de primates que viven en
sociedad muy felices y al verlos se llenan de una inmensa alegría y se
sintieron como en casa, además sintieron volver a ver en ellos a su familia,
ese lugar era conocido como mundo primate.
Los demás miembros del lugar les dieron una calurosa bienvenida, les
dijeron que no se preocuparan porque ahí el hombre no podía acceder, era un
lugar mágico y secreto diseñado solo para cada especie de primates.
Ellos se sentían anonadados como si estuvieran viviendo un sueño, miraban a
su alrededor abundancia de comida, porque de donde ellos provenían ya casi no
quedaba, debido a que el hombre con su tala indiscriminada de bosques redujo
notablemente su hábitat y por ende había escasez de comida. En mundo primate
les contaban los demás miembros que ni por agua ni comida sufrirían, porque en
ese lugar todo aparecía como por arte de magia.
Era una bendición lo que les había sucedido, además no tendrían que estar
pensando en que llegaran de nuevo los cazadores y que esta vez pudieran
terminar hasta con sus vidas. Ben y Lucí estaban encantados daban gracias a
Dios que los hubiera transportado a ese precioso lugar, su vida se convirtió en
armonía, paz y tranquilidad; cada día y noche había una fiesta primate en donde
celebraban la libertad de cada uno de los miembros que estaban allí, pero
también pensaban en cada uno de sus familiares y amigos que aún no habían
podido llegar a mundo primate, pero ellos sabían que con la ayuda de su creador
todo iba a estar bien para sus familiares y amigos, y que pronto llegarían a
formar parte de mundo primate, para
poderlos de nuevo abrazar.
Por ahora caminaban libres sin
ninguna preocupación, era un territorio extremadamente grande y oculto, que
ningún ser humano sabe dónde se encuentra, solo se sabe qué mundo primate tiene
y conserva aun aquellas especies que el hombre pensaba que había hecho
extinguir alguna vez, pero ningún hombre se imagina que ellos viven allá
felices, lejos de aquellos seres malvados, que han creído que estos animales
excepcionales e inteligentes son para tenerlos como esclavos y dominados a su
antojo.
Lo maravilloso es saber que los gorilas y demás miembros encontraron en
mundo primate, una segunda oportunidad, tienen una vida tranquila, bella y la
pueden disfrutar junto a su familia lejos de la amenaza humana.
Eder Anthony Calvache Sandoval - Colombia
La muerte del gorila espalda plateada, Rafiki a manos de un cazador en el
Parque Nacional de Bwindi, Uganda, líder de diez y siete gorilas que ahora
andan sin rumbo por las montañas. Las evidencias de nuestro acercamiento
genético y cognitivo con los simios en el escalón evolutivo de la familia
homínidos junto con chimpancés y bonobos que pertenecen al mismo género. Los
estudios de Etólogos que solicitan que chimpancés y bonobos del género Pan sean incluidos al género homo
del que el hombre ostenta su reinado. El observar a los orangutanes tomar
decisiones, ciertas reglas que gobiernan su lenguaje, el acercamiento a los
poblados nativos cuando requieren ayuda, el sentimiento que provoca la muerte
de un simio de la familia, el amor con que tratan a sus crías ha despertado la
conciencia de Organizaciones ambientalistas a nivel mundial. Rafiki pertenecía
a la especie Oriental o de montaña. La especie de orangután occidental, el
orangután de Borneo y el de Sumatra,
están en serio peligro de extinción. Los motivos son varios, cazadores
furtivos, la rápida explotación de los recursos naturales, el cambio climático,
la extracción de maderas, minerales, petróleo y gas y las megas estructuras
necesarias junto a carreteras y puentes para su aprovechamiento, las guerras de guerrillas y ahora se une el
avance de la pandemia que también afecta a los simios.
De las veinte y siete zonas de sus hábitats solo cinco están libres de
proyectos de explotación.
Si se continúa a éste ritmo para el año 2030 el 90% de los simios se verán
afectados en África y el 99% en Asia. Solo quedan 250 gorilas en Camerún y
Nigeria y 880 en las montañas de Uganda, Ruanda y República Democrática del
Congo. El número de simios en Asia ha caído desde 1992 en un 50%, mientras que
la población de gibones negros en Hainan, China, solo cuenta con 21 ejemplares.
Además están en alerta de extinción, por tráfico de especies, monos en
México, Centro América y Latinoamérica. En Brasil los monos careyá y en
Argentina lo sufren los monos capuchinos o mono organillero.
Es prioridad la conservación de su hábitat no solo por ellos, sino también
por la flora y la fauna que con ellos conviven. Se han descubierto especies de
árboles y flores nuevas.
La propuesta a nivel global de la protección y conservación de sus hábitats
es fundamental para el planeta y es recomendable una interacción a nivel
económico, social, intelectual y ambiental para su resguardo. La toma de
conciencia debe comenzar en la enseñanza de los niños, adolescentes y si es
posible su participación en la toma de decisiones. Hoy las redes sociales, la
información al instante, los encuentros gratuitos por zoom pueden gravitar a
favor de la conservación de las especies de grandes simios.
José
Alberto Marsilli – Argentina
Primos hermanos
Exhausto, el sol recostó su cabeza
sobre la dulce almohada del horizonte, al tiempo que sus haces dorados se
reflejaban en las danzantes aguas de las cataratas de Zongo. Los sonidos de la
jungla poco a poco se iban apagando, pero todavía podían escucharse esporádicos
gritos de lechuzas y aullidos de lobos, así como algunos cantos de ruiseñores
macho llamando a las hembras con la intención de aparearse. Los demás animales,
en su mayoría, ya se habían retirado a sus guaridas para pasar la noche
resguardados de los depredadores nocturnos.
De pronto, en la penumbra del atardecer, un sonido que no parecía propio de
la selva rompió el silencio, asemejaba al llanto de muchos bebés humanos
reclamando las tetas de sus madres. En ese momento surgieron, desde los bosques
de la ribera sur del río Congo, varios grupos de familias de chimpancés.
Caminaban erguidos, eran de baja estatura, cuerpo y cuello delgados, hombros
estrechos, piernas largas, cara negra con labios rosados, ojos pequeños,
orificios nasales anchos y tenían pelo en la cabeza.
Afrodita, la matriarca de uno de los clanes más numerosas de la sociedad de
bonobos, había convocado a una asamblea. Lo que la anciana quería discutir era
qué medidas debían tomar para evitar su inminente extinción.
─Nuestra comunidad está amenazada ─dijo─. El número de integrantes del clan
sigue descendiendo, ahora somos alrededor de 10.000. Aunque sabemos que este
país es uno de los más pobres del planeta, eso no les da derecho a nuestros
“primos hermanos” de matarnos para alimentarse, ni de cazarnos para ser
vendidos a personas inescrupulosas que pretenden encerrarnos en un zoológico,
hacernos trabajar en un circo, o peor aún, utilizarnos como mascotas.
─¡Por supuesto que no!… ¡nunca jamás permitiremos que eso siga sucediendo ─gritaron
a coro un puñado de los más jóvenes e ingenuos del grupo.
Uno de los presentes levantó la mano y pidió permiso para hablar… era
Hefesto, un bonobo viejo y lisiado que apenas podía moverse.
─Nosotros también necesitamos alimentarnos, pero debido a la deforestación
provocada por la ambición de muchos de nuestros “primos hermanos”, cada día
tenemos menos comida porque, para obtenerla, dependemos de los árboles y las
plantas, ya que nuestro sustento son las frutas, hojas, semillas e insectos.
Afrodita lo escuchó atenta y respetuosamente y una vez que terminó de
hablar continuó diciendo:
─Yo he vivido mucho, ya tengo casi cuarenta años, he visto y experimentado
cosas terribles; me han perseguido y lastimado muchas veces, pero nunca
lograron cazarme. Mis hermanas y hermanos me han ayudado a escapar de unas
cuantas emboscadas, y aunque he sufrido mucho, no le guardo rencor a nadie.
Pero tengo siete hijos y treinta y cinco nietos y quisiera poder evitarles
tener que pasar por experiencias tan desagradables como esas.
Cuando la anciana terminó de hablar su hija Harmonía pidió la palabra.
─Concuerdo contigo, querida madre ─dijo─. Todos nosotros somos muy
tranquilos y amigables y lo único que deseamos es convivir en paz con el resto
de animales que habitan nuestro hermoso planeta.
Betty
Rodríguez Alberte – Uruguay
Un soleado día de primavera
Las Repercusiones del hecho en la BBC de Londres, Theguardian, ABC de
España, The New York Times y la mayoría de los periódicos y noticieros del
mundo, refleja lo novedoso y vanguardista del fallo judicial de la justicia
Argentina. Dejó a un lado viejos dogmas adaptándose a los patrones morales de
nuestra época.
Un soleado día de primavera del hemisferio sur de 2019, despega del
Aeropuerto Internacional de Ezeiza el avión que traslada a la orangutana
Sandra. Viaja al aeropuerto de Dalas y luego de una cuarentena, irá a un santuario en Florida. Ubicada en una
caja especial y entrenada para que su viaje sea placentero y poco traumático.
La esperan cuarenta hectáreas, con más de 20 orangutanes y más de 30 chimpancé.
Vivirá con sus congéneres en un ámbito de amplio confort y adecuado a su bien
estar.
Fue liberada de su prisión de 29 años, en el zoológico de Buenos Aires,
luego de un intrincado derrotero de la justicia, con fallos adversos al
principio y considerada finalmente, no como una cosa, sino como una persona no
humana, sujeta a derecho.
La justicia se ha ocupado por largos años de la historia a determinar los
derechos de las personas humanas. Ahora, por primera vez en el mundo, llegan los tiempos de determinar los derechos
de las personas no humanas. Sujetos que siente, con capacidades cognitivas que
las hacen consciente de su entorno antinatural, sufriendo y padeciendo esta
condición.
A partir de ahora ya no tendrán excusa los tribunales para desestimar los
juicios de hábeas corpus que se promuevan con el propósito de obtener la
libertad ambulatoria de los simios
confinados en zoológicos u otros lugares ajenos a su hábitat. Por eso,
es auspicioso que los nuevos conocimientos y valores de la sociedad humana arriben
a un estadio de la evolución en el que se considere el derecho de los animales,
del medio ambiente y de los recursos naturales.
El Papa Francisco manifestó: “Todas las criaturas están conectadas, cada
una debe ser valorada con afecto y admiración y todos los seres nos necesitamos
unos a otros”.
Los que amamos a los animales sabemos que tienen sentimientos. No dudamos
que los grandes simios razonan. No dudamos de su capacidad para ordenar ideas
en su mente. Pero la principal pregunta es: ¿Pueden sufrir?
No hay dudas de la respuesta…
José
Luis Castellano – Argentina
La vida desde la atalaya
Yo era muy pequeña cuando pasó, pero lo recuerdo muy bien. No hubo piedad,
ni el más mínimo atisbo de duda en su proceder. Vi cómo iban cayendo uno a uno.
Escuchaba los chillidos, los disparos… Me cogieron muy fuerte y me llevaron muy
lejos. Pasé mi infancia en las playas de Gran Canaria, la gente se ponía a mi
alrededor para mirarme y reírse mientras me obligaban a fumar. Su diversión era
mi humillación.
Más tarde me llevaron a otro lugar, ya no había playa, pero seguía habiendo
ruido y miradas curiosas, algunas de ellas me llegaba, incluso, a intimidar.
Encerrada en escasos metros cuadrados, continuaba escuchando las risas burlonas
y esquivaba, como podía, las latas de cerveza y las colillas encendidas que a
algunos les parecía divertido arrojar contra mí. Como si yo no fuera nada. Como
si yo no sintiera nada… Alguna vez encontraba miradas de pena y compasión, pero
siempre se iban y yo me quedaba allí.
Mi última cárcel estaba hecha de cristal. Ya en mis ojos no había barrotes,
pero no soportaba más tanto estrés, tanta agonía, tantísimo sufrimiento.
Necesitaba salir de allí. Caí en una profunda depresión.
Cuando creía que mi condena era eterna, aparecieron ellos. No recuerdo
mucho más de lo que ocurrió. Hubo confusión e incertidumbre, mi compañero de
celda se daba golpes en la cara, me abrazó, estaba muy nervioso y no pude
evitar sentir miedo. Pero ése era el inicio de algo que nunca pude imaginar:
las miradas piadosas se unieron, lucharon contra mis carcelarios y me trajeron
a este refugio. Ahora estoy aquí, tranquila y casi libre, en mi atalaya.
Me llamo Lulú y a los 19 años comencé a vivir.
Sonia
Vega Sosa – España
Un hijo adoptivo muy deseado
La joven pareja urbanita que había decidido no tener hijos, evitando así el
contribuir con el desmesurado aumento demográfico que podía poner en peligro la
permanencia de los recursos naturales del planeta para la subsistencia de las
generaciones futuras, decidió después de mucho pensarlo iniciar el proceso de
adopción sobre el cual tanto habían meditado. Para ello se pusieron en contacto
con aquella organización no gubernamental internacional que buscaba padres para
los pequeños huérfanos africanos. La decisión ya estaba tomada.
Durante las primeras entrevistas entre los futuros padres y la representante de la oenegé, esta se dedicó a evaluarlos para tener la total certeza de que su compromiso con la pequeña criatura de la cual se iban a hacer cargo sería permanente. Después de asegurarse de que el paso dado por los treintañeros no era un capricho pasajero, procedió a compartir con ellos el portafolio con la información detallada sobre los bebés que necesitaban de alguien que se hiciese cargo de ellos. La exposición los emocionó hasta las lágrimas. Cada historia contaba cómo las madres y padres de las infantiles criaturas habían sido asesinados despiadadamente por los matones irracionales al servicio de los “señores de la guerra” de aquella parte del mundo, que se enfrentaban brutalmente con el fin de controlar la explotación de recursos como la minería del coltan (para fabricar los teléfonos móviles y las vídeoconsolas a los cuales están enganchados los yonquies tecnológicos); los diamantes de sangre que se venden en el mercado negro evitando la certificación Kimberley; y el tráfico ilegal de maderas preciosas que deforesta a un ritmo alarmante la cobertura boscosa africana.
Algunos de ellos habían resultado heridos o fueron secuestrados por los verdugos de sus progenitores, con el fin de ser vendidos y esclavizados, aunque luego pudieron ser ser rescatados por las autoridades gubernamentales. En sus ojos se veía el miedo y el dolor después de la traumática experiencia sufrida en el inicio de sus vidas. Después de estudiar a todos los candidatos eligieron a un pequeñuelo cuya mano derecha había quedado dañada por el machetazo de un bárbaro guerillero que no pudo capturarlo después de masacrar a su familia. Estaban decididos a sacarlo adelante a como diese lugar y que llegase a ser un adulto vigoroso y feliz. El chiquitín se llamaba “Sansón”.
La representante de la organización les aseguró que todos los trámites se completarían en menos de cuarenta y ocho horas, y a partir de ese momento, gracias a su aporte económico mensual, Sansón podría vivir protegido y en libertad en aquel santuario para gorilas de los montes Virunga en África central hasta convertirse en un gran macho de espaldas plateadas. Y ellos se sintieron extremadamente felices, pues aunque nunca lo conociesen de cerca, ni pudiesen jugar con él, ni arrullarlo por las noches, recibirían periódicamente un reporte vídeográfico para contemplar el desarrollo de aquel ser maravilloso con el cual compartían el 98% del material genético.
Luis
Gabriel David García – España
Mención Especial
Los señores de la selva
El hombre viejo, barrigudo y rico, muy rico, fumaba sin cesar esbozando una
sonrisa. Aspiraba el humo con fruición y se deleitaba admirando las valiosas
obras y adornos que decoraban el lujoso salón de su mansión millonaria situada
en la isla de Borneo, idílico paraje. Arrellanado en su sillón verde repasaba
mentalmente las próximas ganancias que obtendría con el negocio tan rentable
que había sacado adelante, contratando a trabajadores- cazadores furtivos-
adiestrados en el oficio y muy bien pagados.
Cualquiera de nosotros se hubiera avergonzado del infame cenicero, que le
había costado una fortuna, donde depositaba la ceniza, hecho con la mano de un
gran simio.
"Mi precioso cenicero de mano de mono", repetía sin cesar, y lo
acariciaba como si fuera el más preciado objeto del mundo.
Una noche soñó que una familia de orangutanes le atacaba y le arrancaba a
mordiscos una mano. El alarido, tras la pesadilla, no le sirvió para limpiar su
conciencia. Repuesto del susto, se duchó, se vistió con sus mejores galas y se
dejó caer en su sillón verde. Encendió otro cigarrillo, entornó los ojos y su
memoria se perdió entre doradas ensoñaciones.
No pudo ver, tras la amplia cristalera del salón, que un silencioso
grupo de orangutanes se acercaba en busca de venganza...
Rosa
María García Montes – España
El plátano
El orangután se aferró al árbol, intentando protegerlo de las grúas que,
con sus inmensos zarpazos, arrancaban de cuajo la vegetación de la que él y
tantos otros seres vivos dependían. De esos árboles se extraía el aceite de
palma que el primer mundo consumía por galones. Un primer mundo que se iba
muriendo de colesterol, de cáncer, de infartos, mientras mataba de hambre a los
que le proveían las materias primas.
No solamente la fauna se veía afectada. Los campesinos perdían los derechos
sobre terrenos que históricamente habían sido suyos, solo porque una
multinacional los compraba al gobierno. Ellos, los trabajadores, apenas veían
unas migajas del dinero. Tampoco es que estuviesen en posición de negarse:
sabían que hacerlo solo serviría para que los terrenos apareciesen carbonizados
de la noche a la mañana, a causa de un inexplicado incendio.
Mientras los pulmones verdes del planeta se desinflaban y la contaminación
crecía exponencialmente, el tiempo para revertir la situación se iba
agotando. El momento de no retorno estaba muy próximo.
El orangután, con los ojos vidriosos por las lágrimas, soltó el árbol.
Resignadamente, volvió a su guarida y, muy despacio, empezó a pelar un plátano
que había guardado.
Eduvigis
Beltran Lamata - España
Ojos de chocolate
Nora siempre se metía debajo de la mesa del comedor cuando empezaban los
gritos de papá. Y ahí se quedaba, tarareando su canción favorita, mientras
jugueteaba con el final de su vestido. Sólo tenía que esperar, y todo volvía
poco a poco a la calma.
Como estaba harta de sentirse sola, se inventó a un amigo, “Chocolate”. Chocolate era un gorila que había visto en el zoo, uno de esos días en los que papá estaba de buen humor y la llevó de paseo y a merendar un helado de dos bolas. A Nora le pareció que tenía una mirada muy triste, le saludó agitando la mano, y sintió cómo el animal le devolvía el saludo.
Choco era muy grande y sus abrazos la reconfortaban, debajo de la mesa. Con él, ya no tenía miedo, y era capaz de dormir toda la noche del tirón. Ella le dejaba un hueco en su cama y podía sentir su cuerpo suave acurrucándose contra ella. Luego se escuchaba su fuerte respiración, y Nora iba adormeciéndose con aquel sonido que le resultaba tan familiar. Pero, un día, cometió el error de hablarle de él a papá. Nora, hija, menuda estupidez. A ver si creces de una vez, que pareces boba. Y cerró la puerta, apagando la luz antes de que Nora hubiera tenido tiempo de meterse en la cama. Ella se quedó de pie, muy quieta, en el centro de la habitación. No sabía por qué, pero no se atrevía a moverse. Justo en ese momento, de pronto, la niña sintió un abrazo blandito en la oscuridad. No eres boba, escuchó, dulcemente, en un susurro. Choco, quiero que seas feliz. Ojalá pudieras escapar de esa jaula, pensaba ella. Yo también deseo que puedas escapar de la tuya, contestaba su amigo. Buenas noches, Chocolate.
Al día siguiente, salió en todos los periódicos. Ese estúpido gorila que vimos se ha escapado del zoo, dijo su padre, mientras removía el café una y otra vez. No es estúpido. Y yo no soy boba. Y no volvió a dirigirle la palabra en todo el día. Papá no entendía nada. ¿Cómo podía explicarle...? Pero la niña sabía que sería inútil intentarlo.
Por fin, esa misma
noche, Choco fue a buscarla. Nora había tomado la precaución de dejar la
ventana abierta, por si acaso. Con sigilo, los dos huyeron para siempre y ya
nunca regresaron. Su padre no fue capaz de comprender lo que había sucedido y,
curiosamente, a nadie le extrañó nunca ver a una niña pasear del brazo de un
gran gorila. Sólo se fijaban el brillo de enorme felicidad que los dos tenían
en la mirada.
Sandra
Pedraz Decker – España
Reflejos
En un segundo bajó de un salto de la rueda de caucho en la que se
balanceaba con la mirada ausente y se acercó al niño que empezó a llorar junto
a su jaula, se le había caído la bola de helado de su cucurucho.
Txuso
Gallego Cuesta – España
Era una selva exuberante, de mucha vegetación, ríos de gran caudal y cerros
que la embellecen en su totalidad..
Llena de árboles por todos lados, lianas que colgaban desde lo alto de las
ramas, un suelo cubierto de hojas secas, ya caídas por el frío otoño que en
este tiempo azota a este lugar y flores que ya se han cerrado. Sus pétalos ya
han guardado, y los colores de esta selva, se han desteñido por completo. Se
pinta de verde y café, camuflaje perfecto que da vida a diversos animales, los
que descansan aparentemente, sin peligro alguno.
En la cima, se ven saltar de rama en
rama, simios aulladores, quienes con sus manos y colas, se cuelgan desde los
árboles, sacando frutas, bajado al suelo, huyendo en grupo de cualquier
depredador.
No hay cazadores, no hay tala de
árboles ni remoción del suelo. No se ven máquinas ni hombres trabajando, aquí
sólo es naturaleza salvaje y vida animal.
Pero unos hombres un día se adentran en lo profundo de estos parajes, clandestina
e ilegalmente, cargados de municiones y rifles, se arman de valor a cazar
simios para vender pieles en el mercado mundial.
Tras esconderse entre árboles y
matorrales, pretenden no ser vistos por estos aulladores.
Una larga espera los lleva a enfocar la mira en la copa de los árboles,
donde con un par de disparos hacen caer cerca de tres simios al suelo, sin
posibilidad de dejarlos con vida.
Guardan sus rifles y tras cargarlos
sobre sus espaldas, recogen los animales muertos y los llevan hasta la ciudad,
cuidando no ser detenidos por la policía.
Las pieles de estos simios
despiertan el interés de los clientes, quienes se apiadan de los animales
salvajes y arman una protesta por la matanza ilegal de monos salvajes.
¿Aulladores?, ¿No sería mejor verlos colgar desde las ramas de los árboles,
y comer frutos en la húmeda selva amazónica?; estas pieles dan cuenta de la
caza clandestina de simios por comercio y el poco cuidado del medio ambiente,
en una exuberante selva cuidada por el paso del tiempo. Mejor sería arrestar a
estos hombres, quienes por ganar millones, sacrifican vida salvaje en virtud de
su fama y riqueza.
De las manos de la policía, no se salvarán y pronto, verán a estos
cazadores tras las rejas, suplicando por libertad otra vez.
La naturaleza es sabia. Cuidemos a
los grandes simios, los monos aulladores. ¡Conservémoslos!
Felipe
Andrés Vergara Unda – Chile
Un relato para recordar
Los viernes era sin duda mi día preferido de la semana. Ese día por la
noche venía mi abuela a mi casa a cuidarnos y me contaba siempre un cuento
inventado por ella misma. El cuento era para que me durmiera, aunque realmente
no conseguía este efecto pues eran historias tan interesantes que conseguían
captar por completo mi atención. Era muy común que me hablase sobre países
remotos y su modo de vida porque mi abuela en su juventud había tenido la
posibilidad de viajar por todo el mundo. Cómo admiro su sabiduría y su
experiencia de vida.
Laura
González Vizcaíno - España
Uno menos
Un día en la selva se puede convertir en una aventura muy peligrosa y yo
hasta entonces no lo sabía. Desde que nací siempre había caminado sobre la
espalda de mi mamá gorila, que se llama Lisa. Hasta ahora que he empezado a dar
mis primeros pasos sin ella.
Mi madre se ha encargado de irme enseñando los mejores lugares para
encontrar comida y agua, la mejor manera para tratar de defenderme de los otros
miembros del grupo y de otras especies salvajes pero aún así nunca puedes estar
a salvo de la infinidad de peligros que nos acechan en este lugar, tan lleno de
vida tanto animal como vegetal.
Había llegado el momento de empezar a valerme por mí mismo. No estaba
siendo fácil, pues cada día suponía un nuevo aprendizaje.
Vivíamos en grupo y nuestra vida en la selva transcurría bastante
tranquila, sin demasiadas novedades. Sólo se veía realmente alterada cuando
aparecían seres humanos. Entonces procurábamos alejarnos lo máximo posible
porque sabíamos que muchos de los nuestros podían desaparecer en un momento.
Algunas veces cuando venían se oían fuertes ruidos que salían de unos
aparatos alargados que traían y que daban mucho miedo porque podían hacerte
mucho daño.
En otras ocasiones, se les veía tendiendo jaulas por algunos sitios o
excavando grandes agujeros en la tierra.
Últimamente, ha aparecido un grupo de hombres, no me gusta usar la palabra
humanos porque no les define bien, se les ve dando vueltas por la selva como si
estuvieran buscando algo para poder llevarse.
Todos tenemos miedo, especialmente las mamá gorilas que nos están siempre
vigilando e intentando protegernos. Debemos andar con mucho cuidado,
escondiéndonos .
No entiendo porqué no nos dejan vivir en paz, no sé qué es lo que quieren
de nosotros. Ellos también tendrán una familia a la que alimentar y proteger .
Nosotros no le hacemos daño a nadie, a no ser que nos sintamos atacados,
solemos pasar la mayor parte del tiempo comiendo y descansando.
Uno de mis amigos, Luo, con el que solía jugar al escondite, no ha
regresado. Me he enterado cuando le he ido a buscar porque habíamos quedado
para hacer carreras de saltos por los árboles.
Al parecer, ha caído en una de las trampas de los hombres, salió a buscar
algo de comida y cayó en un gran agujero del que no pudo salir. Su padre vio
cómo lo sacaban de allí y se lo llevaban en una jaula. No pudo hacer nada ya
que era un grupo grande de hombres con esos aparatos que llevan al hombro.
Cada vez vamos quedando menos, nos están quitando nuestro espacio y la vida
de diferentes formas y no podemos hacer nada.
Sé que todos los hombres no son iguales y que en muchos de ellos aún queda
algo de humanidad. Nos unen más cosas que las que nos separan y no pueden
volver la cara a seres vivos que son parte de este mundo, igual que ellos.
Clotilde
Guisado Rodríguez – España
Reconocimiento
Lucha por sobrevivir
Era una tarde lluviosa que señalaba
el final de una cacería. Robert Reeves, con sus manos ensangrentadas, lamentaba
el final de una vida que se encargó de cuidar. De nada valieron sus esfuerzos
por detener la masacre. Eran expertos comerciantes que entraban a la selva a la
fuerza para llevarse sus preciadas presas: orangutanes, monos, chimpancés, y el
trofeo supremo: El gorila de fuerte constitución y fiero defensor de la manada.
Meses antes, Robert, había llegado a esta inhóspita selva llamada Truencaba
(llamaba así por los nativos), en busca de varios especímenes que investigar.
Su viejo profesor de la Universidad de Barcelona, le había referido que allí
podría poner en práctica sus conocimientos adquiridos. Había encontrado el
patrocinio para su expedición gracias a una empresa interesada en su propuesta.
Ya había leído varios estudios sobre la comunicación de humanos con gorilas, e
incluso la inclusión de chimpancés en familias humanas, que mostraban una sorprendente
adaptación en ciertas etapas iniciales de su vida. Tenía muchas expectativas, y
había realizado cursos de supervivencia en la selva. Creía que con todo su
apasionamiento por la vida animal y sus estudios sería suficiente para
enfrentar un monstruo tan temible como la selva misma, grande e inspiradora de
temor.
Ahora se hallaba solo. Seres que fueron una vez vivientes son solo despojos
humedecidos. Los furtivos llevan una gran colección de premios que serán
pagados al mejor postor. Sin armas, sin las fuerzas necesarias para acometer la
empresa de rescate, solo le quedó llorar, e intentar con sus manos cavar en la
tierra y enterrar a sus amigos. Cansado y desprovisto de fuerzas se durmió
entre la penumbra.
A la mañana siguiente, escuchó un ruido que venía a los lejos. Se
preguntaba si eran los cazadores que regresaban. Ya no le importaba morir ya,
sus expectativas estaban reducidas a cero. Desde lejos escucho una voz que lo
llamaba: -¡Robert!, ¿estás ahí? A la luz se vio el rostro de su amigo Luis García,
que era aquel que lo había ayudado entrar con vida en ese infierno de hojas,
insectos, sangre y
lágrimas. Luis armado con un grupo de indígenas guías, estaba al tanto de
lo ocurrido con los cazadores. Llegaron demasiado tarde para ayudar, demasiado
lejos para impedir la masacre injustificada. Robert fue socorrido y curado de
sus heridas. Pronto recogieron lo que queda del campamento, los apuntes, todo
el material de una investigación que no fue infructífera. Conocía a profundidad
el problema en torno a las especies, al ecosistema, a la vida integradora que
debe vivir en armonía para beneficio de todos.
Mientras caminaban en la espesura, lograron encontrar varios gorilas
pequeños que pudieron escapar o fueron desechados por estar maltratados. Uno de
los nativos sugirió llevarlos a una pequeña aldea que contaba con un chamán.
Llegaron a la puesta del sol. Allí el chamán juntos los demás integrantes de la
comunidad colaboraron en ayudar a todos. La luna aparecía nuevamente dejando
una esperanza.
Linoant
José Lozano Caraballo – Venezuela
Silvio Simio
Silvio simio, sensible, soñando siempre ser sabio, suspiró…
Suavemente sacó semillas sembrando sus secretos sobre selvas.
Saboreó sus sentires, su sonrisa sincera soltó.
Sí, suscitó sonidos selváticos.
Su suerte sobrevivió sequías…
surgió su sana satisfacción…
su sol salió sempiterno.
Carlos
Alberto de la Cruz Suárez – México
La sabiduría de la naturaleza
Millones de años
transcurrieron desde que los primeros Homínidos evolucionaron hasta llegar a
ser Homo sapiens. Con esta expresión, que viene del latín y significa Hombre
sabio, se describe una especie del orden de los primates perteneciente a la
familia de los homínidos, también son conocidos bajo la denominación genérica
de humanos.
Es evidente que los seres humanos poseen
capacidades mentales con las que pueden inventar, aprender y utilizar
estructuras lingüísticas complejas, lógicas, matemáticas, escritura, música,
ciencia y tecnología. Los humanos son animales sociales, capaces de concebir,
transmitir y aprender conceptos totalmente abstractos. Todas estas capacidades
les llevaron, en relativamente poco tiempo, comparado con esos millones de años
que duró su evolución, a lograr niveles enormes de bienestar y avances
tecnológicos.
Pero a la par
que iban consiguiendo herramientas y comportamientos para prosperar, también
ese desarrollo lo aplicaban para destruirse a sí mismos y a los medios y
materias necesarias para su supervivencia.
La economía, las
guerras, el expolio de la madre naturaleza, el egoísmo, la avaricia, la
envidia… les llevó a la locura total y a la casi extinción de su propia especia
humana y a la devastación del planeta Tierra, que había sido su hogar desde los
inicios de su existencia, dejándolo en niveles de prácticamente inhabitabilidad.
Pero la
naturaleza es muy sabia, y aunque le lleve millones de años, pone las cosas y a
los seres en su sitio, y lo reintegra todo al orden lógico y natural.
Los pocos
supervivientes de aquel apocalipsis, provocado por ellos mismos, fueron evolucionando
hacia la situación que por naturaleza era la mejor para salvaguardar la vida en
el planeta, y tras otros cuantos millones de años, se convirtieron en lo que
nunca debieron dejar de ser: en Homínidos, Grandes Simios.
Juan
Fran Núñez Parreño – España
Vergonzosa profanación
A la memoria de Dian Fossey,
" la señora de los gorilas".
Noche cerrada en Karisoke. 27 de diciembre de 1985. Silencio y paz aparentes, acompasados por el brillo de las estrellas en lo alto del cielo. No se escuchan las anónimas y cobardes pisadas que penetran en la choza...
Al amanecer se
observa con horror que un río de sangre, producto de brutales machetazos, se
desliza bajo la puerta de la cabaña de Dian, se extiende tiñendo la tierra
de rojo carmesí y se detiene ante la tumba donde Digit reposa descuartizado,
bañando en perfecta unión los restos de su cuerpo...
Entonces, todos
los días, al atardecer, los gorilas se acercan a las dos tumbas y les muestran
sus respetos por igual, a humano y a simio, murmurando en su lengua fragmentos
de relatos que ella les leía. Después, retornan hacia la montaña con paso
lento, cabizbajos, temerosos de perder su libertad y su vida, a manos de
poachers (cazadores furtivos), o quizás por mandato del propio gobierno. Los
visualizo tristes, muy tristes, alejándose entre la niebla hacia la montaña,
siendo conscientes de que son una especie en peligro de extinción...Y ella ya
no está...
Mª
Asunción García Montes – España
Cruel despedida
Plena selva
paranaense. Cataratas del Iguazú. Naturaleza bella e indómita en todo su esplendor.
Refugio de vida silvestre.
Allí conocí a
Moncho. Un enorme mono carayá. También llamado aullador.
Poseedor de una
caja de resonancia que le permite hacerse oír a kilómetros de distancia.
Aquella tarde,
observaba atentamente desde su escondite. Tenía un terror atroz a los humanos.
Moncho fue capturado de muy pequeñito. Vivía en una casa como mascota.
Era muy
maltratado por su dueño. El grupo de
Fauna Silvestre lo rescató de aquel calvario. Al retirarse, su antiguo dueño le
propinó una feroz golpiza cuyas secuelas sufre aún hoy.
A pesar de todo,
lentamente, está volviendo a confiar en quienes lo salvaron.
Como él, a
diario, la vida silvestre se ve amenazada hasta casi la extinción y clama por ser
preservada.
María
Emilia De Souza – Argentina
La cita
Como todos los días, lo llamé cuando iba a comenzar a colocar los platos
sobre la mesa. Normalmente, debía de hacerlo tres o cuatro veces antes de que
acudiera a mi llamada, cosa que hacía solo después de haber escuchado alguna
pequeña amenaza que sabía que no llegaría a cumplir.
Pero esa vez fue distinto.
Lo había llamado al menos ocho o diez veces y preocupada al no responder a
mi insistencia me calcé los zapatos y bajé a la calle con la intención de sacarlo
de su escondite y de, si antes no me calmaba, darle un par de azotes para ver
si aprendía a obedecer.
Me dirigí hacia el descampado situado detrás de la casa donde solía jugar
al balón con los otros niños, pero no lo encontré entre los que en ese momento
daban patadas a unos botes de hojalata.
Ninguno supo darme razón de él y fue entonces cuando empecé a preocuparme
de verdad.
No sabía a donde dirigir mis pasos y sin saber por qué, pero convencida de
la imposibilidad de encontrarlo allí, me dirigí hacia el otro extremo de la
ciudad, lugar en el que un circo se había instalado hacía tan solo unos días.
Dada la hora y el enorme calor no me extrañó no hallar a nadie en las
proximidades de la carpa y supuse que el personal del circo se encontraría
comiendo, pues tampoco se observaba movimiento al lado de las caravanas
aparcadas junto a las vallas que delimitaban el perímetro e impedían el acceso
al circo.
Llevaba andados escasamente veinte metros alrededor de la carpa cuando un
chimpancé se me quedó mirando.
No me dio tiempo a pensar qué hacía un chimpancé fuera de su jaula pues se
esfumó de la misma manera que había aparecido.
La sorpresa por la repentina aparición me hizo olvidar por unos segundos el
motivo que me había llevado allí, pero quién me iba a decir que sería el propio
chimpancé el que me lo recordaría.
Cuando apareció de nuevo no lo hizo solo. Cogido de su mano, y con una cara
de felicidad que rápidamente disipó el enfado y la preocupación que había
sentido hasta ese mismo instante, iba mi hijo.
Cualquiera que los hubiera visto habría entendido, como yo lo hice, que su
comportamiento no ofrecía dudas. Se habían hecho amigos.
Y si hubiera apreciado la manera en la que el chimpancé acercó a mi hijo
hasta el lugar en el que me encontraba habría afirmado que el primate
comprendía que la madre había venido a buscarlo.
Mi hijo se despidió con un gesto de la mano y, tras emitir un sonido que
interpretamos de alegría, el homínido se alejó hacia la zona en la que se
encontraba su jaula.
Nunca supimos la manera en la que el chimpancé lograba salir de su jaula,
pero lo hizo todos los días que el circo permaneció en la ciudad, en el mismo
momento en el que mi hijo acudía puntualmente a su cita.
Eloy
Calvo Pérez – España
El origen del mono
A los pequeños Celia y Jaime
Apenas supo reconocer su plan, el mono se miró con ojos extraviados. A un asombro de poner en efecto su conservación, se afeitó las barbas, los poblados bigotes, la desmelenada madreselva que le caía por la espalda. Tuvo desprecio de afeitarse hasta los sobacos, los pies, todo por darle una lección a ese espejo que le miraba tan mal, y que le cayó tan bien que descubrió en él su embrión, su semilla, su gen, su ADN. Ahora sabía que procedía del hombre. Y lo soltaron.
Donís
Albert Egea – España
Una epístola para mí
Me escribo a mí mismo, porque no quiero perder mis recuerdos, esos que se
formaron a través de todos estos años de vida; pero que, por alteraciones de
las células del hipocampo, esa extraña región del cerebro, se van diluyendo de
manera irreversible, postrándome en un mundo insípido y desconocido.
Son tantos los recuerdos que quiero retener que no sé por dónde ni cómo
empezar a escribir; sin embargo, una vieja fotografía de mi lejana infancia me
da la inspiración necesaria para hacerlo.
La fotografía fue tomada la primera y única vez que fui a un encierro de
animales, ese lugar que se conoce como zoológico. Tenía miedo. Pensaba que, en
algún descuido de los cuidadores, los animales se saldrían de las jaulas y me
devorarían cual cena navideña.
Caminaba con temor, el cual se acrecentó cuando doblé la esquina de una
sección que decía “pan”. Contrario a lo esperado, no era ningún sitio de
alimentación. Era el lugar de reclusión de los primates homínidos; pero un par
de ellos no estaban detrás de las rejas. Quedé paralizado. Dos primates machos,
un adulto y otro más joven, estaban atacando a los visitantes que se paseaban
por el corredor. Mi corazón se aceleró. Tuve ganas de salir corriendo para ir a
meterme debajo de la cama; pero la mano de mi padre en el hombro derecho me lo
impidió, al tiempo que me indicaba con el dedo índice izquierdo que mirara la
escena con detenimiento.
Mis ojos poco a poco descubrieron aquel panorama que mi padre me quería
mostrar. El miedo fue pasando y pude ver la realidad que se desarrollaba
delante de mí. Los dos primates homínidos, vestidos con pintorescos pantalones
cortos, protagonizaban el más hermoso espectáculo que mi mente recuerda. No era
un ataque, era un juego. Los chimpancés jugueteaban con una jovencita, comportándose
como un par de enamorados, brindándole abrazos, besos, caricias y muecas, lo
cual arrancaba carcajadas de los presentes, e incluso, algunos deseaban
participar del juego.
Ante mi sorpresa, pasó lo inesperado. El pequeño chimpancé se abalanzó sobre
mí, aferrándose a mi cuello, mostrándome sus enormes dientes y dándome besos y
abrazos. Por un segundo, me asusté; sin embargo, al mirarnos a los ojos
comprendí la ternura que guardaba en su interior, era un ser único que podía
comportarse como un humano y que sólo le faltaba hablar para ser uno de
nosotros; pero también entendí que era muy feliz siendo un “pan”, un gran simio
que Dios colocó en la tierra para que la naturaleza fuera más bella.
El recuerdo se diluye de mi mente y en este instante no recuerdo para quién
estoy escribiendo esta carta donde plasmo la evocación más hermosa que he
vivido.
Jairo
Alfonso Ramos Jiménez – Colombia
Lo dice la sangre
Hay una necesidad que demuestra que somos seres sociales, que necesitamos
relacionarnos con el otro, así lo muestra el aumento de nuestra corteza.
En nuestra sangre corre una huella Neanderthal resonando, una interacción
estrecha, una aceptación cuidada de lo diferente.
Es una meme positiva que revela que no hubo conflictos biológicos que nos
separe entre las especies. Ahora que somos más evolucionados porque pensar en
sostener barreras culturales.
Es momento de aceptar la diversidad. Sino no aprendimos nada.
María
Susana López – Argentina
La presencia de los Grandes
Simios
Miguel abrió los ojos, a la vez que sintió el murmullo de sus compañeros en
la zona común del campamento que habían montado en el este de Kenia para
trabajar en un proyecto para evitar la explotación de los simios en estos
países. Rápidamente se vistió ya que escuchaba gritos de gente alucinando
y se dispuso a bajar las escaleras que
separaban el habitáculo con la zona
común. Una vez allí vio un cúmulo de gente alrededor de una pequeña jaula, él
se acerco y pudo ver entre todo esa gente una
chimpancé, a lo que sorprendido fue directamente al jefe de proyecto
para preguntar-le el porqué de su presencia, a lo que le respondió:
-Esta chimpancé la encontramos en un poblado de Nigeria siendo maltratada
por un nativo de allí que se aprovechaba de sus virtudes para trabajar, apenas
disponía de agua y comida.
Miguel emocionado le abrazo y le expresó lo orgulloso que estaba de poder
ayudar en esta gran causa. “Migue” como lo llamaban allí sabia que tenia trabajo
con ella hasta recuperarla.
Unos meses después…
Hoy toca llevarle a el aire libre a la chimpancé que le pusieron Gora,
Miguel pidió ayer ir solo, y le dieron el visto bueno, así que emprendieron el
viaje, ya están a unos 50 kilómetros del campamento y no se alejaran más. Se ve
a Gora muy feliz, corriendo y recordando sus momentos por la selva, pero hay
que volver para el campamento antes de que anochezca, han llegado ha tiempo y
el jefe le ha pedido una reunión a Miguel, inquieto, acepta. Entra a la
habitación y el cabecilla de la operación le da la enhorabuena y le comenta que
soltaran a Gora y traerán a más simios para esta buena causa.
Con la ayuda de todos aún puede arreglarse la cosa, ¡pongamos nuestro grano
de arena!
Arnau
Ruiz Luque – España
Tesoro compartido
Nicolás vive y sueña, también quiere vivir lo soñado. La profesión de sus
padres, agricultores, le facilita el contacto con animales y plantas. En la
zona, cada cambio de estación se vive con expectación. Circunstancia que no
afecta a los niños porque, haga frío o calor, siempre juegan en la calle. Le
gusta pasear por el campo con su abuelo y coger hojas caídas de los árboles.
Lleva una carpeta para guardarlas y protegerlas. En casa, las selecciona con
mucho cuidado, retira las más deterioradas y actualiza la ficha con sus
características. Es indudable su interés en escucharle, mientras caminan,
cuando argumenta la realidad que vivió con sus hermanos en ese lugar. No
coincidían en aficiones, pero siempre tenían tiempo para compartir alguna
actividad.
Con frecuencia, ve programas sobre la variedad de flora y fauna en el planeta. Uno de los documentales le fascinó, desde entonces rememora y medita.
Habla, con determinación, de una sorprendente superficie que aglutina Alma,
Fervor, Resistencia, Ingenio, Coraje y Amor. Pilares de esa inmensa plataforma,
de grandes abismos y un manantial incesante de vida. Allí, el impacto es
directo y la naturaleza habla.
Un anhelo tangible, solo imaginado, le abre la puerta al sur del sur de España.
Manifiesta a sus amigos que algunas oportunidades para prosperar,
empequeñecen cuando te invade una sensación, indescriptible, entre quietud y
exaltación. Añadiendo que mente y corazón se nutren de palabras valientes,
reforzando vínculos afectivos. Así lo expresa, quiere mantener la amistad y
desea ser correspondido.
Ya ha elegido el rumbo. Detrás su estela y delante ese tesoro compartido... ÁFRICA.
Algo en su interior se mueve y le genera inquietud. Se siente atraído,
especialmente, por los simios de ese continente. Es defensor de su hábitat,
tienen su espacio y el respeto merecido, no son invasores. Ni su vida, ni sus
derechos se deben cuestionar. Compartir su espacio temporalmente, es una
experiencia incomparable.
Nada se detiene, continuar es el camino. Lleva la maleta repleta de
ilusión. Transita aturdido por tantos mensajes mudos, en vaivén, reflejados en
el rostro de otras personas. Entusiasmado, porque el color y las sensaciones
potencian el encanto del territorio. Es optimista, está atrapado pero no
cautivo... ¿Tal vez una ilusión?
La luz, cada vez más intensa, le envuelve y aligera el sueño. Se despierta, sonríe y le abraza. Una vez más el peluche, un gran gorila desgastado, estaba allí.
Mª
del Carmen Marruecos Alonso – España
Gran Simio
‹‹Yo, Wovell››. Entra en la cama y recuerda las palabras del simio. La
pintura en su cuerpo para comprobar si se reconoce al mirarse al espejo. Su
reacción positiva ante la imagen.
No puede dormir y va a la nevera. Toma algo de leche y mira su móvil. Es la
hora y abre el armario. Chaqueta y pantalones negros, una careta. En el zoo
todos parecen dormir. Demasiados animales inquietos. Atrapados en la pesadilla
del hombre. Puertas abiertas, el contacto esperando con el camión en una
lateral.
Animales liberados. La ciudad de los chimpancés abierta a recibirlos con
las secuelas de la cautividad. Una ciudad que se oculta en el bosque,
clandestina, para evitar la catástrofe. Él regresando a casa, acostándose en la
cama y pensando en cómo estimular a Wovell, provocar en él la lengua de signos
que ya conoce. Es su familia. Sin barreras. La careta a sus pies.
Mañana los titulares encabezarán con la nueva liberación del “Gran Simio”.
Algunos comprenderán el objetivo. ‹‹Yo, Wovell››, escucha. Se gira y de nuevo
el reflejo en el espejo del armario. Se reconoce, como se reconoció Wovell. Los
derechos de Wovell son sus derechos. El temblor precede a los barrotes. En el
terreno intermedio entre el sueño y la vigilia, sucede.
Cada noche. De repente, él enjaulado en su cama. Como lo están ellos. Sin
espacio para respirar, arrancándose los pelos del cuerpo, mordiéndose. Todo
arde en rojo. El mundo se comprime en su pecho, que es un enorme socavón.
Cuando el Gran Simio es derrotado por el sueño, Wovell despierta en su nido de hojas
de la reserva. ‹‹Yo, Wovell››, dice.
Iván
Humanes Bespín – España
170
Juan acarició las manos diminutas de
aquel simio solitario. Olfateó la senda en medio de los troncos caídos en la
ruta de los madereros. Aquel pequeño de escaso pelaje era un compendio de
ternura olvidada.
La madre había perdido el alma y ahora sería “la carne de monte” asada y
salada que conservaría un hombre en su mochila. El pequeño de ojos grandes se
adhirió intuitivamente a las manos del guardaparques que lo encontró luego del
desastre. Salvarlo sería una odisea, aún necesitaba amamantarse de ese calor
maternal. Salió de “Puerto Alegría”, comunidad de la selva amazónica peruana,
vivió solo unos días, los suficientes para quedar grabado en mi memoria al
observarlo en una fotografía donde se aferró a aquel dedo que hizo lo que pudo
por salvarlo.
Ese es el destino de tantas crías luego de ser derrumbado un árbol gigante
en la Amazonia.
Pierden y perdemos lo que hubiese podido ser una larga historia de vida que
hoy queda solo retratada en 170 palabras, los días que vivió.
Katty
Alexandra Camacho García – Colombia
Yo, simio
Aquella tarde estaba muy disgustado. Durante la hora del recreo había
discutido con Togo, aquel grandullón me había robado de nuevo mis plátanos para
el almuerzo. Siempre hacia lo mismo. Muy enfadado, había vuelto junto a mi
madre que, ocupada, amamantaba a mi hermano pequeño, por lo que no logré que me
hiciera demasiado caso. Eso sí, sus ojos, como siempre, me miraron con una
ternura que me reconfortó.
Aburrido, decidí acercarme a aquel lugar desde donde unos destellos de luz llamaban de forma continuada mi atención. Así fue como me encontré a mí mismo mirando de reojo a esos seres ruidosos con poco pelo que siempre paseaban por allí.
Observé a través del cristal y más allá de mi propio reflejo, como si fuera
un espejo, llamó mi atención aquella mirada infantil que me era devuelta con
curiosidad desde el otro lado.
Ambos nos reconocimos como iguales y mientras intercambiamos aquella complicidad sincera e infantil, un niño se encargó de meter la mano en la mochila de mi nuevo compañero, llevándose su bocata, tal y como había hecho Togo antes conmigo. Un poco más allá, pude ver cómo una madre acunaba con cuidado a su bebé en el regazo, colmándolo de atenciones.
“Qué extraño mundo este, quizás no seamos tan diferentes como ellos creen”, me dije sonriendo mientras puse mi mano sobre el cristal que nos separaba.
“¿Yo, simio?”
–Tú, mi amigo– susurraron sus labios.
Carlota
Alonso Rodríguez – España
Destino
Mi destino lo resumiré de esta manera. Recorrí o me pareció recorrer
varios kilómetros. Me di cuenta de que el clima no era el mismo. El brillo del
sol había cambiado de una forma inexplicable. El viento traía aromas nuevos,
incluso la sensación de su paso era tan diferente. Entonces desperté de
mi asombro y vi rostros felices y rostros tristes. Aquellos que reían no eran
como yo. Yo era otro más de los que lloraban.
Así pasó el tiempo entre el aburrimiento y el recuerdo de mi tierra. Creí nunca poder superar el dolor de sentirme
separado, ajeno y olvidado. Los años
pasaron y volví a recorrer varios kilómetros, el clima ya no era el mismo, el
brillo del sol me parecía conocido, el viento traía aromas muy viejos a su paso.
Entonces desperté de mi asombro y vi rostros felices y rostros redimidos. Los redimidos no eran como yo. Yo era de los otros; Yo era el más feliz.
Astrid
Zussett Urizar Fernández de Botto – Guatemala
Mi nueva familia
Estaba cursando mi último año de biología con una beca en un parque nacional
de África, allí tuve la oportunidad de observar los animales que estudiaba
mucho más cerca, pero mis favoritos, sin duda, eran los gorilas, unos seres
fascinantes que acaparaban la mayor parte de mi tiempo.
Me interesaba todo lo relativo a aquellos maravillosos primates, su
alimentación, sus costumbres, sus relaciones sociales y cuanto más aprendía más
fabulosos me parecían, de hecho, se me brindó la oportunidad de estudiar alguno
de sus clanes en su propio medio, y no lo dejé pasar. Una vez elegido el grupo,
mi trabajo consistía en seguirles donde fueran y anotar escrupulosamente todo
lo relacionado con su comportamiento. Pasado un tiempo me di cuenta de que si
quería aprender realmente de aquellos grandes simios tenía que comportarme de
la manera más parecida a ellos, y así, cada noche montaba mi tienda de campaña
más cerca del grupo, lo que pareció no molestarles y poco a poco acabaron por
acostumbrarse a mi. También quise saber más sobre las propiedades de las frutas
de las que se alimentaban y como consecuencia empecé a consumirlas yo también.
Lo que más me sorprendió es que el líder de la manada, un impresionante
macho de lomo plateado, parecía no tener ningún problema con mi presencia,
seguramente porque no me veía como una amenaza, mi confianza llegó a tal punto
que abandoné la tienda de campaña y empecé a dormir entre ellos a la
intemperie, sin darme cuenta me había convertido en un miembro más, y la verdad
es que no me importó, todo lo contrario, disfrutaba de cada momento que pasaba
entre aquellas fantásticas criaturas, no sé cómo pero acabé viviendo como un
auténtico animal salvaje en medio de la jungla, perdí la noción del tiempo y,
francamente, tampoco me importaba mucho, solo sé que entre aquellos seres
encontré valores que muchas veces había echado en falta viviendo entre humanos,
la solidaridad, el cuidado de los pequeños y el respeto a los mayores por
encima de todo.
No sé cuánto tiempo pasó, pero un buen día apareció una patrulla de guardas
forestales del parque, "
por fin te
encontramos, llevamos semanas buscándote " me dijo el
jefe de la expedición, " descubrimos parte del equipo abandonado y pensamos que te había
ocurrido alguna desgracia”. Fue en ese momento cuando comprendí que mi aventura
llegaba a su fin, como un despertar a la realidad, miré a mi nueva familia que
me observaba a distancia y todos entendimos que la mayor experiencia de mi vida
había terminado irremediablemente.
Francisco
Pisonero – España
Diferencias
La bestia me mira del otro lado de la jaula, juzgando. Mirándome a mí y a
mi familia, como hemos decidido pasar el rato. Quizás espera que alguien haga
algo divertido, para entretener a sus hijos; quizás espera que haga algo
bestial, para justificar en su mente que yo siga aquí.
No pasa ninguna de las dos. Bestia a bestia, intentan comunicarse, intentar
llegarse el uno al otro a través de siglos y milenios de historia. A través de
conceptos que ambos comprenden; como ancestros que tienen mucho más de lo que
creen en común. Pero no lo logran. Pronto la bestia se distrae con algo que
llama su atención
Su familia lo llama y voltea, perdiendo la atención. Se aburre del
espectáculo natural enfrente de sí, y empieza a prestar atención a otra cosa.
No le parece interesante la dicotomía, o no le presta la atención suficiente.
Sigue de largo, la conexión rota, el conocimiento al alcance perdido. La
esperanza del observador perdida. Pronto volverá a su jungla de cemento, a
continuar su vida con otros animales.
Yo no me iré, no podré. Mañana estaré aquí en el mismo lugar. Pero a pesar
de conocer plenamente cuáles son mis limitaciones… no soy el único animal
enjaulado.
Matías
Germán Rodríguez Romero – Argentina
Espécimen
Por fin tenía a uno delante. Había oído hablar sobre aquellos grandes
simios durante años, pero siempre había deseado tener uno frente a sus propios
ojos. Se decía que su tamaño físico era considerable, aunque todavía estaba en
cuestión el intelectual. Se decía que su apariencia era fundamentalmente
apacible, pero que no era bueno tomarse confianzas. Encontró en el aspecto de
aquel macho todo aquello que había escuchado como si fuesen leyendas y lo
encontró fascinante. Sin embargo, le resultó profundamente curioso que nadie le
hubiese mencionado esos extraños ropajes con los que este espécimen cubría su
cuerpo. Se preguntó durante unas décimas de segundo qué pensarían los demás
orangutanes cuando compartiese con ellos esta nueva información. Sin embargo,
nunca llegó a hacerlo.
Fernando
Antolín Morales – España
Segunda oportunidad
Había pasado dos años en la jungla y a su vuelta lo primero que se le
ocurrió fue discutir violentamente con su padre; para peor, movido por el
encono se fue sin saludarle siquiera. Cuando la muerte se llevó a su progenitor
súbita y sigilosamente, Malik creyó morir de dolor y vergüenza.
El desasosiego y la culpa no le dejaron pegar ojo durante días; esa noche
se levantó en medio de la oscuridad y encaminó sus pasos hacia la cabaña del
médico brujo del que se decía que jamás dormía y al que encontró atizando unas
brasas.
En absoluto silencio, con un ademán lo hizo sentar a su lado, mientras
sacaba de una faltriquera un polvo negrísimo y unas hierbas, que mezcló en un
cuenco y echó al fuego. Malik sintió que flotaba y se elevaba y oyó al brujo
aconsejándole: elige con prudencia.
De pronto se vio suspendido a gran altura y enfrentado a ser vaporoso, que
mutaba de forma incesantemente: ora era un búfalo, luego un gorila, después fue
su padre, una flor, su hijo mayor… Malik cerró los ojos para no marearse.
La pregunta resonó en su cabeza como un trueno: ¿Qué buscas? Completamente
aterrado, solo atinó a decir: quiero que vuelvan a la vida todos aquellos seres
a los que he hecho daño. ¿Estás seguro de lo que pides? Si vuelven, ya no
podrás lastimarlos nunca más y si lo haces, será a costa de tu propia vida.
Piensa en tu pasado antes de responder. Malik comprendió de inmediato a qué se
refería el extraño ser, pero sin titubear dijo: hazlo.
La vaporosa criatura comenzó cambiar de forma y Malik revivió con espanto
su primera incursión como furtivo. Jamás había disparado a un animal, por lo
que su impericia y sus nervios desviaron la bala y acabó matando a la madre y
la cría. Ambas surgieron indemnes desde dentro del ser y se pararon dóciles a
su lado. Tras ellas se materializaron más de cien gorilas de espalda plateada,
que habían sucumbido a sus disparos.
Pero también lo hicieron los que habían muerto camino a sus destinos
finales y los que perecieron en manos inescrupulosas, por malos cuidados o de
tristeza; esos que a Malik no le pesaban en la conciencia, porque estaba seguro
que vivirían felices en sitios maravillosos, con sus familias ricas o sus
cuidadores. Para él todo lo que no fuera ese infierno que lo rodeaba, debía ser
fantástico.
El ultimo en aparecer fue su padre, Malik lo estrechó entre sus brazos y
sollozando le pidió disculpas por haberle fallado rompiendo la tradición de no
atentar jamás contra la vida de otro ser, que era una cuestión de honor para la
familia y que él había quebrado a cambio de dinero.
No hay nada que disculpar, dijo su padre, porque esto solo sucedió en tu
mente. Ahora sabes exactamente cuál sería tu futuro y porqué debes decirle a
los furtivos, que nunca, jamás y por ningún precio, te unirás a ellos.
Sandra
Monteverde Ghuisolfi – Uruguay
Un pigmeo enjaulado
A mi tía le preocupa tanto mi soltería que con disimulo vive acomodándome
citas con cuanta mujer se le cruza por la vida. No me gusta contrariarla y
acepto conversar con las señoritas que por casualidad llegan a casa con
cualquier pretexto. En eso llevamos un año y siete encuentros. Sin embargo, el
sábado fue diferente:
La tía se apareció con una chica de escasos un metro con treinta
centímetros de estatura, veinticinco años y una inteligencia deslumbrante. Era
la nueva del gimnasio y mi tía la invitó a almorzar, pero al servir se acordó
que había dejado algo en el garaje y nos abandonó.
Para romper el hielo preguntó que a qué me dedicaba. Con mala fe le dije
que trabajaba una tesis sobre los pigmeos, especialmente sobre los binga
babinga, una raza de pequeñitos en el corazón de África (algo que aprendí
viendo televisión).
Sin mostrarse ofendida me preguntó si conocía la historia de Ota Benga.
Como dije que no, me contó que en 1906 fue exhibido en el parque zoológico de
Nueva York, junto a los orangutanes, como un animal, y que en ese lugar vivió
enjaulado por años. Allí le afilaron los dientes y lo publicitaban como un
caníbal africano. Cuando por fin fue liberado, gracias a denuncias ciudadanas,
salió en busca de una vida como residente americano, aunque le fue imposible
adaptarse. Agobiado por los comentarios y burlas que le hacían por su color de
piel negra, por su lugar de procedencia, por su estatura, por sus problemas
dentales, porque no sabía el idioma, porque lo relacionaban con los simios
donde había estado preso… una noche hizo una fogata, danzó alrededor de ella y
luego se pegó un tiro. Tenía treinta y dos años.
No supe qué decir. Con mi comentario de falso historiador había querido
burlarme de su estatura; no obstante, ella me respondió con una lección de
cultura y civilización, haciéndome sentir como un enano miserable.
—¿Y tú, a qué te dedicas? —pregunté para escapar de la vergüenza.
—Desde mi pequeña estatura me dedico a mirar el cielo. Con un telescopio,
cada noche, me dejo deslumbrar por las estrellas y la luna.
Pensé que estaba bromeando y que me devolvía el insulto con un sarcasmo
inteligente.
Como guardé silencio, me habló de los nombres de la luna según la cultura
de sus adoradores, de cómo ver las estrellas y la magia que esconden, de la
pequeñez humana frente al infinito cosmos.
—Nuestro cerebro no puede ver más allá del cielo; nuestro conocimiento está
nublado ante el brillo de las luces artificiales.
Cerré los ojos avergonzado por mi ignorancia y rogué a Dios para que todo fuera un sueño. “Pero si abro los ojos y todavía está allí —me dije— le propongo matrimonio ya mismo”.
Entonces abrí los ojos tan despacio que levantar las pestañas duró un
siglo. Y a que no adivinan con lo que me encontré…
Marco
Antonio Valencia Calle – Colombia
En el nombre del nombre
Cuando nuestros abuelos refulgían de orgullo trazando historias a la luz de
una hoguera que sus ojos atizaban, los nombres eran nombres y no vacuas
generalidades; es decir: un árbol no era un árbol, sino que respondía –los
árboles responden merced al ulular con que el aire enloquece sus hojas- a un
nombre concreto; no había, pues, árboles, sino hayas, pinos o chopos.
Cuando nuestros padres creían
recoger el testigo de los suyos, la fauna poblaba el imaginario de aquellos
niños que fuimos: aún era papá un magnífico narrador de semblanzas en que cada
alimaña dejaba de serlo para admitir alias, convirtiéndose el águila en
perdicera o asumiendo el buitre su leonada condición.
Tal vez mañana, con el ahorro de
palabras que nos aflige, abriéndose paso un vacío que legaremos a generaciones
privadas de curiosidad, quienes conserven el gusto por perderse, recorrerán los
inventarios de animales extintos, donde se enseñoreen compadres simiescos
carentes de nombre y que, inmóviles, ya sólo aguardarán el bautizo de
primatólogos expertos.
Jorge
Moreno – España
Gorila
“Al pequeño Anthony Browne,
que con sus grandes libros sobre
simios
nos invita a observarlos más allá
del papel”
Casi todos los animales salvajes que las personas ven cuando son pequeños, o incluso grandes, son vistos en la televisión, ojeados en los libros, o duermen en la cama con los niños para cuidar sus sueños. Pero el primero que Anthony vio en su vida, era de papel.
-Lamento no haber traído ningún regalo para ti, Anthony-, se disculpó el
señor Browne, luego de haber llegado de un largo viaje de trabajo.
De inmediato, tomó una hoja que había encima de la mesa de estar, y en un
abrir y cerrar de ojos le fabricó a Anthony un magnífico gorila de papel.
- ¿Papá, y yo para que quiero un retrato tuyo? - Pregunto Anthony un poco
confundido.
Sin pensarlo dos veces, el señor Browne, tomó entre sus brazos al pequeño
Anthony, lo elevó por lo cielos y le dio vueltas riendo a carcajadas.
-No Anthony, que acaso no ves, es un gorila-, aclaró el señor Browne,
mientras bajaba a Anthony.
-Yo sigo pensando que se parece mucho a ti papá- termino por decir Anthony,
mientras comparaba al simio de papel con su padre.
En realidad, el señor Brown era inmenso, tanto de alto como de ancho. Tenía
unas enormes manos y unos dedos de plátano que hacían difícil pensar su
habilidad para doblar papel. Una barriga tan enorme, que parecía magia
realmente, que los botones pudieran entrar en los ojales de su abrigo, chaleco
y camisa con corbatín. Una cabeza tan grande que su sombrero corría el riesgo
de explotar. Y unos ojos tan tiernos que era imposible, ahora que lo pensaba,
que Anthony no lo hubiera confundido con el gorila de papel.
-Tal vez, los gorilas y los humanos no somos tan diferentes, Anthony.
¡Claro está!, por algo pertenecemos a la misma familia-. Reflexionó finalmente
el señor Browne.
-Entonces-, dijo Anthony -quiero que le hagas un sombrero, un corbatín y un
abrigo. No quiero que mi gorila se vaya a resfriar.
Ronald
Armando Sichacá Rodríguez – Colombia
Mi aventura con los simios
Cierto día en un lugar como este aunque quizás un poco distinto a este se
encontraba una pequeña niña atendiendo a clases como el resto de días pero este
sería distinto, ese día su maestra estaba hablando de los simios, a ella le
encantaba después de todo siempre le parecieron interesantes y aún más cuando
se enteró de lo semejantes que eran los seres humanos con ellas, no supo como
pero de un momento a otro en un abrir y cerrar de ojos la pequeña se encontraba
en la jungla, y frente a ella habían ciertos simios desconocidos mirándola e
invitándola a jugar, ella se extrañó aunque quizás lo que más raro le pareció
fue que podía entenderles lo que decían, se miró sus manos, eran gigantes, se
asustó bastante aunque bueno su fantasía siempre había sido poder estar con
ellos así que dejando la rareza de lado se dirigió a ellos, comenzando a jugar
con ellos, escalo un árbol o bueno le enseñaron a escalarlo de una forma
segura, estaba feliz, pasaba de árbol en árbol, comía bananas y se llevaba bien
con todo el mundo no sabe exactamente cuánto tiempo estuvo inmersa en esa
pequeña fantasía que no notaba que la jalaban hasta que ya fue demasiado tarde,
estaba en el piso, junto a sus amigos estaba asustada como todos, frente a ella
habían humanos con grandes escopetas y gigantescas redes con las que los
encerraron, no podían hacer nada, oyó como los hombres hablaban bien sobre como
de caro venderían sus pieles o sencillamente venderlos enteros a un egocéntrico
millonario que quisiera presumir de algún posesión animal, ella estaba segura
que sus amigos no querían eso, así que intento hablar con ellos, decirles que
era una humana cosa que no le funciono, solo salían raros sonidos de su boca,
así que sin que se diera cuenta el vehículo en el que estaban empezó a moverse
y ella a desesperar, así que pensando rápidamente tomo el control tranquilizo a
sus amigos e ideo un plan el cual según sus ideas funcionaria, así que paso por
paso, el plan ejecutaron y consiguieron la libertad, todos corrieron hacia su
hogar menos ella, que cayó desmayada, cuando volvió a abrir los ojos su maestra
estaba al frente suyo diciéndole que saliera a descansar, todo había sido un
gran sueño, aunque aprendió que los simios son cazados por muchas personas y
ella quería protegerlos, con el pasar del tiempo se volvió una profesional
ayudando a los simios para que estos pudieran vivir más tranquilos.
Sara
Manuela Osorio David – Colombia
Parientes
Desde siempre, me recuerdo rechazando ir a los circos y al zoo de mi
ciudad. Cuanto circo había llegaba a ocupar un baldío de mi pueblo y el
zoológico siempre fue el paseo preferido de la mayoría. Cuanto animalito
conseguían para llevar a la cárcel- zoológico era promocionado en los programas
radiales de la época o en los periódicos que había, como el gran trofeo.
Sólo recuerdo dos únicas visitas a un circo siendo muy niña y unas pocas al
zoológico.
Mi mirada se dirigía más a árboles y plantas. Pena me daba ver los animales
moverse en tan poco espacio. En épocas diferentes Cacho y Rita fueron los
chimpancés estrellas del zoológico.
Siempre me gustó ver los programas que mostraban su vida libre y a sus
defensores.
Admiraba a las mujeres y a los hombres que estudiaban su comportamiento.
Siempre los consideré parientes, con solo mirarlos sé que lo somos. Jamás
olvidaré la cara triste o alegre de Cacho o de Rita. Cuando los engañaban
envolviendo piedras en papel de caramelos, su cara de desaprobación y su
respuesta mostraban su parte humana. Verlos apoyados sobre las rejas en
aquellas minúsculas jaulas, con tristeza impregnada en sus ojos es una imagen
imborrable.¿Qué placer podrían sentir en ese encierro donde tenían un tronco o
árbol seco para trepar y nada más?
Observándolos mostrar sus dientes con una amplia sonrisa o enojarse con
razón me los hacía más humanos.
Tanto Rita como Cacho buscaban una vara para arrimar a su jaula las
golosinas o frutas que les tiraban y que no llegaban a sus manos.
Cada coquito a su alcance, de los que caían de las palmeras cercanas, eran
ubicados en algún hueco del piso y con alguna piedra la golpeaban hasta
partirlo y comer su contenido. En tiempos de pandemia, tiempo en que no puedo
andar libremente como quisiera, me siento presa y pienso que así se sentirían
Rita y Cacho.
Que pena da saber que tantos seres humanos eran y son deshumanizados y transforman
vidas plenas en seudovidas.
Beatriz
Lilián Devitta Lomes – Uruguay
Micro Cuentos Adultos
Categotía Especial
Primer Premio
La orangutana Mia
La orangutana Mía es muy grande y peluda, es simpática y tiene una cara
grande, siempre está sonriendo.
Mía no puede salir de la jaula donde la tienen, yo solo puedo meter mi mano
por las rejas para tocarla, ella también me acaricia con su mano grandota y me
hace sentir feliz. A veces le digo a mi mamá que si podemos traerla a casa pero
me dice que es imposible porque ella necesita estar en su hogar, pero que ese
donde está no es, sino su casa es el bosque o la selva.
¿Yo me pregunto a veces por qué está encerrada ahí? ¿Por qué no puede
correr a mi lado? ¿Por qué no podemos comernos un plátano juntas?
Son muchas preguntas, yo sé que no pueden hablar pero con las caricias de
su mano me dice lo mucho que me quiere y yo a ella. Me gustaría que estuviera
libre, quiero luchar por ella. Me gustaría ser de mayor veterinaria y dedicarme
a cuidarla a ella y a sus hijos porque sé que será mamá, porque son parte de
nosotros y cada vez que toco su mano ella me toca mi corazón.
Gema
Sarelly Alemán Mateos – España
Micro Cuentos Juveniles
Nunca regresaron
Hola soy Thomas el simio velos y lo único que puedo decir es que la vida en
la jungla es magnífica, siempre estamos rodeados de árboles enormes y de frutas
deliciosas, amo saltar en las lianas con mis amigos y no es por ser presumido
pero soy el mejor en esa actividad.
Nuestras madres están siempre muy preocupadas y cada vez que salimos a
jugar nos advierten de no alejarnos mucho de la manda, obviamente eso nos
molesta.
Sin duda debimos haber hecho caso a esa advertencia, ahora estamos presos y
muy lejos de ellas, seres extraños similares a nosotros nos observan tras los
barrotes, son los humanos, animales sin cabello en su piel que son horribles y
malvados.
Nos alejamos mucho.
Comento uno de mis amigos.
Claro que no.
Comente.
Que inocente o mejor dicho estúpido fui, por mi culpa yo mis amigos estamos
aquí encerrados extrañando a nuestras mamás, sabemos que creceremos aquí, en
pleno cautiverio, y es triste pensar que ellas estaban esperando por nosotros y
nunca jamás regresamos.
Bárbara
Patricia Escobar Martínez – Chile
Segundo Premio
La Rabia
Hace mucho tiempo un chimpancé se había contagiado con una rara enfermedad
que fue el que propago el virus al principio pensaron que era una enfermedad
conocida cualquiera, pero antes que ese chimpancé fuera internado infecto a 5
gorilas, 2 orangutanes, y 4 chimpancés mas poco a poco la enfermedad se propago
más incluso cerraron el hospital donde fueron puestos en cuarentena estando
todos los animales del hospital infectados.
Pero uno de los gorilas no fue encontrado para ponerlo en cuarentena,
comenzó a comportarse extrañamente teniendo fiebre hasta el punto de morir por
la fiebre. Fue encontrado y llevado al hospital, pero luego fue llevado a la
morgue, el mono de busco la forma en la que el gorila se concentró en añadir
los datos del gorila al rato el gorila que creyeron muerto despertó con sus
ojos completamente rojos y se dio cuenta de que el mono estaba al lado suyo,
parándose y de la nada mordiéndole el cuello pero nadie acudió a la ayuda del
mono por más que grito y el gorila luego de haber matado al mono se dirigió a
parte superior del hospital encontrándose con un doctor gorila.
El doctor gorila se dio cuenta que sus ojos eran rojo y lo que más resaltaba era la sangre en su cuerpo o unció que puedo hacer el gorila doctor fue correr siendo perseguido por el infectado encontrándose con más doctores, enfermeras y todos presenciaron la muerte del doctor gorila siendo devorado vivo frente a todos.
Todos los doctores, enfermeros y enfermeras se quedaron paralizados al ver la muerte de su compañero tras eso todos corrieron tratando de salir del hospital.
Pero todos al provocar tanto ruido despertaron los otros infectados y
siendo asesinados todos los no infectados en el hospital, desde afuera del
hospital solo se escucharon gritos. Luego de mucho rato sin noticias de una
cura o mejora de los infectados fueron a abrir el hospital con mucha prensa,
gente y familiares de los infectados tras abrir el hospital solo se vio la
oscuridad y las puertas por dentro llenas de sangre luego escucharon unos
gruñidos,
Y luego salieron todos los chimpancés, gorilas, monos etc. todos infectados
matando a los animales.
Así todo el mundo llego a su fin lleno de muerte y desastre por el virus de
la rabia.
Cristobal
Montesinos Matamala - Chile
Tercer Premio
Los simios
Una vez, las personas humas maltrataban a los simios y hacían experimentos
y alteraban el ADN.
Los simios se pusieron contra los humanos y armaron una guerra. El líder se
llamaba César. Cuando se alteró el ADN los simios empezaron a pensar como
humanos y usaron artículos que usan, como armas y caballos.
Los simios no querían hacer daño, pero los atacaban los humanos. Cuando se
acabó la guerra los simios se fueron a un bosque lejos de la ciudad y cambiaron
al líder, que le dejó el cargo a su hijo.
Melina Stiven – República Dominicana
Micro Cuentos Juveniles
Categoría Especial
Primer Premio
Mi gorila sonriente
Tú, mi gran amigo
Alejandro González Silva – España
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