El Proyecto Gran Simio organizó en 2020 y 2022, los primeros 2 concursos artísticos orientados a visualizar la realidad que atraviesan las poblaciones de grandes simios a nivel mundial. Esto es gracias al apoyo, dedicación e interés de autores que de manera altruista nos comparten sus textos, fotografías, dibujos y otras formas de arte para que esta idea se haya convertido en un éxito, resultando en la publicación de 2 libros. Sobre el PGS El Proyecto Gran Simio NO pretende que se considere a chimpancés, gorilas, orangutanes y bonobos como HUMANOS, que NO son, sino como HOMÍNIDOS que SÍ son. Si la cercanía genética entre el hombre y los demás simios es grande, aún lo es mayor entre estos y otros homínidos como los neandertales, habilis, erectus, etc. Por lo tanto, ya que los grandes simios son tan HOMÍNIDOS como los neandertales, erectus, etc, el Proyecto Gran Simio solo pretende que se les trate y se les reconozca derechos como se los reconoceríamos a estos si no se hubiesen extinguido.

Concurso de Micro Cuentos 2020

 Primer Premio

La fábula de los cuatro monos

Cuenta la leyenda que el Gran Señor de los Monos reunió a sus hijos mayores para dotarlos de personalidad y habilidades. Ante él se presentaron el gorila, el orangután, el chimpancé y su último ensayo, el humono.

Al gorila poderoso le dio colosal figura, un andar majestuoso, brazos firmes, recia pelambre en su cuerpo y envidiable estampa. Soberano sin corona entre todos los primates, firme se erguía orgulloso.

Para los orangutanes reservó pelaje en sangre, inteligencia notable, la fortaleza de un roble, fuerte instinto maternal y sapiencia con sus manos para crear herramientas.

Al chimpancé, más pequeño, vio la fuerza en la comunidad, le confirió enorme gracia, estrategia en la caza  y espíritu de cooperación que a pesar de su tamaño, prolongó en el tiempo su raza.

Finalmente al humono le otorgó enclenque cuerpo, piernas torpes, fuerza escasa, garras pobres y como humillación final, escaso y débil cabello.

El Dios Primigenio Primate en su sapiencia, notó que algo mal había hecho. Siendo el menos deseado comprendió el desprecio y para compensar desgracias, lo dotó de hábil cerebro.

El humono se supo débil e imitó a sus hermanos, se unió en tribus cual bonono y cultivó lazos familiares. Fue diestro en las herramientas como los nobles pongos, aprendió a distinguir hierbas, el arte de la cacería y las primarias viviendas.

Del gorila buscó imitar su fuerza, se acorazó y extendió su pobre lomo con hábiles apéndices que le proporcionaron garras, altura y rudeza.

De todos tomó lo mejor y asimiló con templanza. El humono se alzaba superior a las otras razas. El Gran Señor de los Monos pronto comprendió su error más no pudo remediarlo y al intentar enmendarlo, el humono lo negó.

Se avergonzó de su historia, de su pasado simiesco y se proclamó humano para no dejar ni el menor rastro de sus humillados ancestros. Luego muto a hombre y a centro de la Creación y a falta de viejos dioses se volvió su propio dios. Y aunque de los monos sabían que descendían, los humanos, ex humonos, se creían que ascendían.

Yo me pregunto entonces, aunque tengo la certeza, que del simio nos espanta como porta su pobreza. La gracia con la que viven un mundo sin posesiones, ni la ambición desmedida que envilece sus razones. Hoy los hombres se desviven y aún anhelan la pereza, de vivir como los monos, en absoluta simpleza.

Martín Ernesto Troncoso – Argentina

 

Segundo Premio

Nuestro pequeño refugio

Me dijeron que todo era cuestión de perspectiva: un cacahuete puede parecer grande si lo comparas con una hormiga, pero diminuto si lo haces con un elefante. Sin embargo, esta vez no era capaz de poner buena cara al mal tiempo y, en más de una ocasión, deseé que me partiera un rayo. Nadie entendía que yo había cambiado, así que se reían de mí y siempre me sentía solo.

Un buen día me harté de todo y escapé al bosque en busca de refugio.

Aquel lugar también había cambiado en los últimos años y, aunque ya no había tantos árboles, seguía teniendo aquella naturaleza salvaje que me gustaba tanto.

Allí, trepé hasta a lo más alto de la copa de un árbol y esperé acobijado a que amainara la tormenta. La del cielo y la de mis pensamientos.

- ¡¡Ah!! No me comerás, ¿verdad?

La sorpresa no fue por ver un pequeño orangután, sino porque todavía quedara alguno vivo. Me miró con sus ojitos brillantes, acercó su mano hacia mí y, después de tocarme la cara con sus dedos peludos, me despeinó. No sé por qué, pero sentí que quería contarle mi historia.

- Puedo cantar, reír, correr, soñar… Pero no puedo oír con mis orejas. Sin embargo, aunque tengo tanto en común, todo el mundo da más importancia a lo que nos hace diferentes.

Al escuchar mi voz, el pequeño orangután sonrió enseñándome todos sus dientes y se ofreció a compartir su paraguas de hojas conmigo.

- No te pienses que no sé escuchar, eh. He aprendido a hacerlo con los ojos, observando expresiones y leyendo los labios. Al principio me daba mucha pena, pero, ahora, ninguna. ¿Sabías que las palabras que más decimos son <<yo>> y <<no>>? ¡Qué triste! Siempre negativos, con la vista hacia uno mismo y perdiéndonos un mundo que, desde luego, es mucho más interesante…

De repente, el animalillo se agitó e intentó esconderse.

- ¿Qué te pasa? ¿Por qué te pones así? No tengas miedo, no veo ningún tigre, ni cocodrilo por aquí…

Entonces, me tapó la boca y dirigió mi mirada hacia el suelo. Entre la maleza apareció un grupo de hombres que arrasaba con todo a su paso. Entendí por qué tenía miedo, éramos nosotros los que estamos destruyendo su hogar y acabando con su familia.

- ¡¡No disparéis!!

- Sólo es un niño, vámonos.

Pensaron que yo no suponía ninguna amenaza y se marcharon por donde habían venido. Como todos los adultos, habían cometido el error de subestimarme por ser todavía una criatura. Algo curioso cuando somos los niños y las niñas los que cambiaremos el mundo a mejor. O eso espero.

- Qué suerte hemos tenido esta vez… Pero aquí no estás a salvo.

Sé de un lugar donde estarás bien. ¿Confías en mí?

Entonces, el pequeño orangután me cogió de la mano y se quedó esperando a que partiera hacia nuestro pequeño refugio.

Marina Romero Gómez – España


Tercer Premio

Noche y tormenta

La piel rasgada, en remilgos. La espalda arqueada; impotente. La quijada honda y alargada. Su figura se distingue desde el reflejo de un ojo de agua. El cielo se torna grisáceo y atemorizante. El sol parece esconderse en el horizonte.

Puede sentir el bombeo frenético de su corazón: latidos descontrolados y arrítmicos. Ansiedad. Se sabe desprotegida. Apenas si distingue formas oblicuas en el firmamento: la luz solar se agota, las nubes se entrecierran y el ulular del viento se hace latente. Sabe que es tarde. Puede reconocer las señales desde el cielo. Tiene que apurarse ya.

Comienza a deslizarse suavemente, aferrándose a las ramas. La jungla parece un espacio extraño, imponente, como un laberinto del cual es difícil salir. A ella no le importa. Se guía de su instinto: hace la misma ruta semana a semana, por recursos.

Sigue avanzando, decidida.

De repente, se detiene.

No puede seguir más. Un ruido la sorprende. La deja paralizada.

Un ruido. Ruido seco, cortando el silencio de golpe. Ruido frenético, ruido amenazante. Ruido que simboliza la muerte. Ruido que producen esas herramientas color tierra, de metal podrido y decadente; ruido e impacto: luego del ruido, la sangre. Alguna especie de golpe sobre la tierna piel de la víctima. Un ataque fatal.

Ella despierta: se aleja del ruido. Sigue balanceándose de forma frenética y decidida, todo, sin mirar atrás. No quiere que el ruido la alcance. Fuerza ambos brazos sobre las lianas, aprieta las uñas en los tallos, se aferra con toda la fuerza que le queda. Es normal preguntarse por qué un ruido así aparece en terrenos tan inhóspitos, en páramos desolados. Ella no puede dar con la respuesta. Quizá nadie pueda.  Sigue corriendo.

Avanza. El ruido se aleja. Entonces, otro ruido.

El pecho puede relajarse. La respiración ya no se entrecorta. Ella parece tranquila, confiada; por fin, alivio. El ruido dulce puede con el ruido de muerte. Seguridad. El ruido dulce la guía. Así, en la oscuridad, ahogada por la lluvia, mantiene algo qué seguir, algo que la mantenga en la ruta. Los bufidos se mantienen. Ella parece sentirlos más cerca: su cuerpo se acalora, su emoción va en aumento. Los bufidos empiezan a distinguirse: como pedidos de auxilio, como formas de reconocimiento. Es él. A pesar de todo, a pesar del tiempo y el miedo, todavía confiaba en su regreso. Ella corre deprisa. En la oscuridad, con el frío entrometiéndose en sus huesos, regresa a su lado. Entre paredes boscosas y espacios obscuros, distingue formas redondas, luminosas.  Un par de ojos viéndola firmemente.

Madre e hijo se aferran uno al otro, se palpan, se reconocen, se hacen juntos en abrazo. La tormenta no se disipa: se sigue regando la selva, los truenos siguen resonantes. Aun así, no les importa: se resguardan uno a otro, se sienten en confianza. Nada les asusta.

Pasa la noche. La tormenta se acaba. Al día siguiente las nubes se desagrupan y dejan espacio al sol. Dos chimpancés yacen juntos, aferrados, cercanos. Aun confían.

Mauricio Francisco Jarufe Caballero – Perú


Mención de Honor

Mundo Primate

Esta es la historia de una pareja de gorilas de lomo plateado, llamados Ben y Lucí que logran escapar de manos de cazadores, los habían atrapado para poder venderlos a un zoológico por una cantidad excesiva de dinero.

Estos dos gorilas unieron sus fuerzas para poder salir de las jaulas donde los tenían prisioneros, y corrieron tan rápido como pudieron y sin darse cuenta cayeron en un agujero que sin mas ni menos los conduce aun escenario fascinante y maravilloso. A la mañana siguiente empiezan a investigar y se dan de cuenta que hay criaturas similares a ellos y otras especies de primates que viven en sociedad muy felices y al verlos se llenan de una inmensa alegría y se sintieron como en casa, además sintieron volver a ver en ellos a su familia, ese lugar era conocido como mundo primate.

Los demás miembros del lugar les dieron una calurosa bienvenida, les dijeron que no se preocuparan porque ahí el hombre no podía acceder, era un lugar mágico y secreto diseñado solo para cada especie de primates.

Ellos se sentían anonadados como si estuvieran viviendo un sueño, miraban a su alrededor abundancia de comida, porque de donde ellos provenían ya casi no quedaba, debido a que el hombre con su tala indiscriminada de bosques redujo notablemente su hábitat y por ende había escasez de comida. En mundo primate les contaban los demás miembros que ni por agua ni comida sufrirían, porque en ese lugar todo aparecía como por arte de magia.

Era una bendición lo que les había sucedido, además no tendrían que estar pensando en que llegaran de nuevo los cazadores y que esta vez pudieran terminar hasta con sus vidas. Ben y Lucí estaban encantados daban gracias a Dios que los hubiera transportado a ese precioso lugar, su vida se convirtió en armonía, paz y tranquilidad; cada día y noche había una fiesta primate en donde celebraban la libertad de cada uno de los miembros que estaban allí, pero también pensaban en cada uno de sus familiares y amigos que aún no habían podido llegar a mundo primate, pero ellos sabían que con la ayuda de su creador todo iba a estar bien para sus familiares y amigos, y que pronto llegarían a formar parte de  mundo primate, para poderlos de nuevo abrazar.

 Por ahora caminaban libres sin ninguna preocupación, era un territorio extremadamente grande y oculto, que ningún ser humano sabe dónde se encuentra, solo se sabe qué mundo primate tiene y conserva aun aquellas especies que el hombre pensaba que había hecho extinguir alguna vez, pero ningún hombre se imagina que ellos viven allá felices, lejos de aquellos seres malvados, que han creído que estos animales excepcionales e inteligentes son para tenerlos como esclavos y dominados a su antojo.

Lo maravilloso es saber que los gorilas y demás miembros encontraron en mundo primate, una segunda oportunidad, tienen una vida tranquila, bella y la pueden disfrutar junto a su familia lejos de la amenaza humana.

Eder Anthony Calvache Sandoval - Colombia


 I Concurso Artístico “Grandes Simios”

La muerte del gorila espalda plateada, Rafiki a manos de un cazador en el Parque Nacional de Bwindi, Uganda, líder de diez y siete gorilas que ahora andan sin rumbo por las montañas. Las evidencias de nuestro acercamiento genético y cognitivo con los simios en el escalón evolutivo de la familia homínidos junto con chimpancés y bonobos que pertenecen al mismo género. Los estudios de Etólogos que solicitan que chimpancés y bonobos  del género Pan sean incluidos al género homo del que el hombre ostenta su reinado. El observar a los orangutanes tomar decisiones, ciertas reglas que gobiernan su lenguaje, el acercamiento a los poblados nativos cuando requieren ayuda, el sentimiento que provoca la muerte de un simio de la familia, el amor con que tratan a sus crías ha despertado la conciencia de Organizaciones ambientalistas a nivel mundial. Rafiki pertenecía a la especie Oriental o de montaña. La especie de orangután occidental, el orangután de Borneo  y el de Sumatra, están en serio peligro de extinción. Los motivos son varios, cazadores furtivos, la rápida explotación de los recursos naturales, el cambio climático, la extracción de maderas, minerales, petróleo y gas y las megas estructuras necesarias junto a carreteras y puentes para su aprovechamiento,  las guerras de guerrillas y ahora se une el avance de la pandemia que también afecta a los simios.

De las veinte y siete zonas de sus hábitats solo cinco están libres de proyectos de explotación.

Si se continúa a éste ritmo para el año 2030 el 90% de los simios se verán afectados en África y el 99% en Asia. Solo quedan 250 gorilas en Camerún y Nigeria y 880 en las montañas de Uganda, Ruanda y República Democrática del Congo. El número de simios en Asia ha caído desde 1992 en un 50%, mientras que la población de gibones negros en Hainan, China, solo cuenta con 21 ejemplares.

Además están en alerta de extinción, por tráfico de especies, monos en México, Centro América y Latinoamérica. En Brasil los monos careyá y en Argentina lo sufren los monos capuchinos o mono organillero.

Es prioridad la conservación de su hábitat no solo por ellos, sino también por la flora y la fauna que con ellos conviven. Se han descubierto especies de árboles y flores nuevas.

La propuesta a nivel global de la protección y conservación de sus hábitats es fundamental para el planeta y es recomendable una interacción a nivel económico, social, intelectual y ambiental para su resguardo. La toma de conciencia debe comenzar en la enseñanza de los niños, adolescentes y si es posible su participación en la toma de decisiones. Hoy las redes sociales, la información al instante, los encuentros gratuitos por zoom pueden gravitar a favor de la conservación de las especies de grandes simios.

José Alberto Marsilli – Argentina


Primos hermanos

 Exhausto, el sol recostó su cabeza sobre la dulce almohada del horizonte, al tiempo que sus haces dorados se reflejaban en las danzantes aguas de las cataratas de Zongo. Los sonidos de la jungla poco a poco se iban apagando, pero todavía podían escucharse esporádicos gritos de lechuzas y aullidos de lobos, así como algunos cantos de ruiseñores macho llamando a las hembras con la intención de aparearse. Los demás animales, en su mayoría, ya se habían retirado a sus guaridas para pasar la noche resguardados de los depredadores nocturnos.

De pronto, en la penumbra del atardecer, un sonido que no parecía propio de la selva rompió el silencio, asemejaba al llanto de muchos bebés humanos reclamando las tetas de sus madres. En ese momento surgieron, desde los bosques de la ribera sur del río Congo, varios grupos de familias de chimpancés. Caminaban erguidos, eran de baja estatura, cuerpo y cuello delgados, hombros estrechos, piernas largas, cara negra con labios rosados, ojos pequeños, orificios nasales anchos y tenían pelo en la cabeza.

Afrodita, la matriarca de uno de los clanes más numerosas de la sociedad de bonobos, había convocado a una asamblea. Lo que la anciana quería discutir era qué medidas debían tomar para evitar su inminente extinción.

─Nuestra comunidad está amenazada ─dijo─. El número de integrantes del clan sigue descendiendo, ahora somos alrededor de 10.000. Aunque sabemos que este país es uno de los más pobres del planeta, eso no les da derecho a nuestros “primos hermanos” de matarnos para alimentarse, ni de cazarnos para ser vendidos a personas inescrupulosas que pretenden encerrarnos en un zoológico, hacernos trabajar en un circo, o peor aún, utilizarnos como mascotas.

─¡Por supuesto que no!… ¡nunca jamás permitiremos que eso siga sucediendo ─gritaron a coro un puñado de los más jóvenes e ingenuos del grupo.

Uno de los presentes levantó la mano y pidió permiso para hablar… era Hefesto, un bonobo viejo y lisiado que apenas podía moverse.

─Nosotros también necesitamos alimentarnos, pero debido a la deforestación provocada por la ambición de muchos de nuestros “primos hermanos”, cada día tenemos menos comida porque, para obtenerla, dependemos de los árboles y las plantas, ya que nuestro sustento son las frutas, hojas, semillas e insectos.

Afrodita lo escuchó atenta y respetuosamente y una vez que terminó de hablar continuó diciendo:

─Yo he vivido mucho, ya tengo casi cuarenta años, he visto y experimentado cosas terribles; me han perseguido y lastimado muchas veces, pero nunca lograron cazarme. Mis hermanas y hermanos me han ayudado a escapar de unas cuantas emboscadas, y aunque he sufrido mucho, no le guardo rencor a nadie. Pero tengo siete hijos y treinta y cinco nietos y quisiera poder evitarles tener que pasar por experiencias tan desagradables como esas.

Cuando la anciana terminó de hablar su hija Harmonía pidió la palabra.

─Concuerdo contigo, querida madre ─dijo─. Todos nosotros somos muy tranquilos y amigables y lo único que deseamos es convivir en paz con el resto de animales que habitan nuestro hermoso planeta.

Betty Rodríguez Alberte – Uruguay


Un soleado día de primavera

Las Repercusiones del hecho en la BBC de Londres, Theguardian, ABC de España, The New York Times y la mayoría de los periódicos y noticieros del mundo, refleja lo novedoso y vanguardista del fallo judicial de la justicia Argentina. Dejó a un lado viejos dogmas adaptándose a los patrones morales de nuestra época. 

Un soleado día de primavera del hemisferio sur de 2019, despega del Aeropuerto Internacional de Ezeiza el avión que traslada a la orangutana Sandra. Viaja al aeropuerto de Dalas y luego de una cuarentena, irá  a un santuario en Florida. Ubicada en una caja especial y entrenada para que su viaje sea placentero y poco traumático. La esperan cuarenta hectáreas, con más de 20 orangutanes y más de 30 chimpancé. Vivirá con sus congéneres en un ámbito de amplio confort y adecuado a su bien estar. 

Fue liberada de su prisión de 29 años, en el zoológico de Buenos Aires, luego de un intrincado derrotero de la justicia, con fallos adversos al principio y considerada finalmente, no como una cosa, sino como una persona no humana, sujeta a derecho.

La justicia se ha ocupado por largos años de la historia a determinar los derechos de las personas humanas. Ahora, por primera vez en el mundo,  llegan los tiempos de determinar los derechos de las personas no humanas. Sujetos que siente, con capacidades cognitivas que las hacen consciente de su entorno antinatural, sufriendo y padeciendo esta condición.

A partir de ahora ya no tendrán excusa los tribunales para desestimar los juicios de hábeas corpus que se promuevan con el propósito de obtener la libertad ambulatoria de los simios  confinados en zoológicos u otros lugares ajenos a su hábitat. Por eso, es auspicioso que los nuevos conocimientos y valores de la sociedad humana arriben a un estadio de la evolución en el que se considere el derecho de los animales, del medio ambiente y de los recursos naturales.

El Papa Francisco manifestó: “Todas las criaturas están conectadas, cada una debe ser valorada con afecto y admiración y todos los seres nos necesitamos unos a otros”.

Los que amamos a los animales sabemos que tienen sentimientos. No dudamos que los grandes simios razonan. No dudamos de su capacidad para ordenar ideas en su mente. Pero la principal pregunta es: ¿Pueden sufrir?

No hay dudas de la respuesta…

José Luis Castellano – Argentina

 

La vida desde la atalaya

Yo era muy pequeña cuando pasó, pero lo recuerdo muy bien. No hubo piedad, ni el más mínimo atisbo de duda en su proceder. Vi cómo iban cayendo uno a uno. Escuchaba los chillidos, los disparos… Me cogieron muy fuerte y me llevaron muy lejos. Pasé mi infancia en las playas de Gran Canaria, la gente se ponía a mi alrededor para mirarme y reírse mientras me obligaban a fumar. Su diversión era mi humillación.

Más tarde me llevaron a otro lugar, ya no había playa, pero seguía habiendo ruido y miradas curiosas, algunas de ellas me llegaba, incluso, a intimidar. Encerrada en escasos metros cuadrados, continuaba escuchando las risas burlonas y esquivaba, como podía, las latas de cerveza y las colillas encendidas que a algunos les parecía divertido arrojar contra mí. Como si yo no fuera nada. Como si yo no sintiera nada… Alguna vez encontraba miradas de pena y compasión, pero siempre se iban y yo me quedaba allí.

Mi última cárcel estaba hecha de cristal. Ya en mis ojos no había barrotes, pero no soportaba más tanto estrés, tanta agonía, tantísimo sufrimiento. Necesitaba salir de allí. Caí en una profunda depresión.

Cuando creía que mi condena era eterna, aparecieron ellos. No recuerdo mucho más de lo que ocurrió. Hubo confusión e incertidumbre, mi compañero de celda se daba golpes en la cara, me abrazó, estaba muy nervioso y no pude evitar sentir miedo. Pero ése era el inicio de algo que nunca pude imaginar: las miradas piadosas se unieron, lucharon contra mis carcelarios y me trajeron a este refugio. Ahora estoy aquí, tranquila y casi libre, en mi atalaya.

Me llamo Lulú y a los 19 años comencé a vivir.

Sonia Vega Sosa – España

 

Un hijo adoptivo muy deseado

La joven pareja urbanita que había decidido no tener hijos, evitando así el contribuir con el desmesurado aumento demográfico que podía poner en peligro la permanencia de los recursos naturales del planeta para la subsistencia de las generaciones futuras, decidió después de mucho pensarlo iniciar el proceso de adopción sobre el cual tanto habían meditado. Para ello se pusieron en contacto con aquella organización no gubernamental internacional que buscaba padres para los pequeños huérfanos africanos. La decisión ya estaba tomada.

Durante las primeras entrevistas entre los futuros padres y la representante de la oenegé, esta se dedicó a evaluarlos para tener la total certeza de que su compromiso con la pequeña criatura de la cual se iban a hacer cargo sería permanente. Después de asegurarse de que el paso dado por los treintañeros no era un capricho pasajero, procedió a compartir con ellos el portafolio con la información detallada sobre los bebés que necesitaban de alguien que se hiciese cargo de ellos. La exposición los emocionó hasta las lágrimas. Cada historia contaba cómo las madres y padres de las infantiles criaturas habían sido asesinados despiadadamente por los matones irracionales al servicio de los “señores de la guerra” de aquella parte del mundo, que se enfrentaban  brutalmente con el fin de controlar la explotación de recursos como la minería del coltan (para fabricar los teléfonos móviles y las vídeoconsolas a los cuales están enganchados los yonquies tecnológicos); los diamantes de sangre que se venden en el mercado negro evitando la certificación Kimberley; y el tráfico ilegal de maderas preciosas que deforesta a un ritmo alarmante la cobertura boscosa africana.

Algunos de ellos habían resultado heridos o fueron secuestrados por los verdugos de sus progenitores, con el fin de ser vendidos y esclavizados, aunque luego pudieron ser ser rescatados por las autoridades gubernamentales. En sus ojos se veía el miedo y el dolor después de la traumática experiencia sufrida en el inicio de sus vidas. Después de estudiar a todos los candidatos eligieron a un pequeñuelo cuya mano derecha había quedado dañada por el machetazo de un bárbaro guerillero que no pudo capturarlo después de masacrar a su familia. Estaban decididos a sacarlo adelante a como diese lugar y que llegase a ser un adulto vigoroso y feliz. El chiquitín se llamaba “Sansón”.

La representante de la organización les aseguró que todos los trámites se completarían en menos de cuarenta y ocho horas, y a partir de ese momento, gracias a su aporte económico mensual,  Sansón podría vivir protegido y en libertad en aquel santuario para gorilas de los montes Virunga en África central hasta convertirse en un gran macho de espaldas plateadas. Y ellos se sintieron extremadamente felices, pues aunque nunca lo conociesen de cerca, ni pudiesen jugar con él, ni arrullarlo por las noches, recibirían periódicamente un reporte vídeográfico para contemplar el desarrollo de aquel ser maravilloso con el cual compartían el 98% del material genético.

Luis Gabriel David García – España


Mención Especial

Los señores de la selva

El hombre viejo, barrigudo y rico, muy rico, fumaba sin cesar esbozando una sonrisa. Aspiraba el humo con fruición y se deleitaba admirando las valiosas obras y adornos que decoraban el lujoso salón de su mansión millonaria situada en la isla de Borneo, idílico paraje. Arrellanado en su sillón verde repasaba mentalmente las próximas ganancias que obtendría con el negocio tan rentable que había sacado adelante, contratando a trabajadores- cazadores furtivos- adiestrados en el oficio y muy bien pagados. 

Cualquiera de nosotros se hubiera avergonzado del infame cenicero, que le había costado una fortuna, donde depositaba la ceniza, hecho con la mano de un gran simio.

"Mi precioso cenicero de mano de mono", repetía sin cesar, y lo acariciaba como si fuera el más preciado objeto del mundo.

Una noche soñó que una familia de orangutanes le atacaba y le arrancaba a mordiscos una mano. El alarido, tras la pesadilla, no le sirvió para limpiar su conciencia. Repuesto del susto, se duchó, se vistió con sus mejores galas y se dejó caer en su sillón verde. Encendió otro cigarrillo, entornó los ojos y su memoria se perdió entre doradas ensoñaciones.

No pudo ver, tras la amplia cristalera del salón, que un silencioso grupo de orangutanes se acercaba en busca de venganza...

Rosa María García Montes – España

 

El plátano

El orangután se aferró al árbol, intentando protegerlo de las grúas que, con sus inmensos zarpazos, arrancaban de cuajo la vegetación de la que él y tantos otros seres vivos dependían. De esos árboles se extraía el aceite de palma que el primer mundo consumía por galones. Un primer mundo que se iba muriendo de colesterol, de cáncer, de infartos, mientras mataba de hambre a los que le proveían las materias primas.

No solamente la fauna se veía afectada. Los campesinos perdían los derechos sobre terrenos que históricamente habían sido suyos, solo porque una multinacional los compraba al gobierno. Ellos, los trabajadores, apenas veían unas migajas del dinero. Tampoco es que estuviesen en posición de negarse: sabían que hacerlo solo serviría para que los terrenos apareciesen carbonizados de la noche a la mañana, a causa de un inexplicado incendio.

Mientras los pulmones verdes del planeta se desinflaban y la contaminación crecía exponencialmente, el tiempo para revertir la situación se iba agotando.  El momento de no retorno estaba muy próximo.

El orangután, con los ojos vidriosos por las lágrimas, soltó el árbol. Resignadamente, volvió a su guarida y, muy despacio, empezó a pelar un plátano que había guardado. 

Eduvigis Beltran Lamata - España

 *Relato seleccionado y publicado en la revista Compromiso y Cultura (Zaragoza, Febrero 2020)

 

Ojos de chocolate

Nora siempre se metía debajo de la mesa del comedor cuando empezaban los gritos de papá. Y ahí se quedaba, tarareando su canción favorita, mientras jugueteaba con el final de su vestido. Sólo tenía que esperar, y todo volvía poco a poco a la calma.

                Como estaba harta de sentirse sola, se inventó a un amigo, “Chocolate”. Chocolate era un gorila que había visto en el zoo, uno de esos días en los que papá estaba de buen humor y la llevó de paseo y a merendar un helado de dos bolas. A Nora le pareció que tenía una mirada muy triste, le saludó agitando la mano, y sintió cómo el animal le devolvía el saludo.

                Choco era muy grande y sus abrazos la reconfortaban, debajo de la mesa. Con él, ya no tenía miedo, y era capaz de dormir toda la noche del tirón. Ella le dejaba un hueco en su cama y podía sentir su cuerpo suave acurrucándose contra ella. Luego se escuchaba su fuerte respiración, y Nora iba adormeciéndose con aquel sonido que le resultaba tan familiar. Pero, un día, cometió el error de hablarle de él a papá. Nora, hija, menuda estupidez. A ver si creces de una vez, que pareces boba. Y cerró la puerta, apagando la luz antes de que Nora hubiera tenido tiempo de meterse en la cama. Ella se quedó de pie, muy quieta, en el centro de la habitación. No sabía por qué, pero no se atrevía a moverse. Justo en ese momento, de pronto, la niña sintió un abrazo blandito en la oscuridad. No eres boba, escuchó, dulcemente, en un susurro. Choco, quiero que seas feliz. Ojalá pudieras escapar de esa jaula, pensaba ella. Yo también deseo que puedas escapar de la tuya, contestaba su amigo. Buenas noches, Chocolate.

                Al día siguiente, salió en todos los periódicos. Ese estúpido gorila que vimos se ha escapado del zoo, dijo su padre, mientras removía el café una y otra vez. No es estúpido. Y yo no soy boba. Y no volvió a dirigirle la palabra en todo el día. Papá no entendía nada. ¿Cómo podía explicarle...? Pero la niña sabía que sería inútil intentarlo.

                Por fin, esa misma noche, Choco fue a buscarla. Nora había tomado la precaución de dejar la ventana abierta, por si acaso. Con sigilo, los dos huyeron para siempre y ya nunca regresaron. Su padre no fue capaz de comprender lo que había sucedido y, curiosamente, a nadie le extrañó nunca ver a una niña pasear del brazo de un gran gorila. Sólo se fijaban el brillo de enorme felicidad que los dos tenían en la mirada.

Sandra Pedraz Decker – España


Reflejos

En un segundo bajó de un salto de la rueda de caucho en la que se balanceaba con la mirada ausente y se acercó al niño que empezó a llorar junto a su jaula, se le había caído la bola de helado de su cucurucho.

 Extendió su mano y le ofreció el plátano que se estaba comiendo, entonces fue cuando tras esos fríos barrotes que le privaban de libertad pude ver reflejada en su mirada toda la humanidad que nos falta a nosotros.

Txuso Gallego Cuesta – España


 Caza ilegal de simios aulladores

Era una selva exuberante, de mucha vegetación, ríos de gran caudal y cerros que la embellecen en su totalidad..

Llena de árboles por todos lados, lianas que colgaban desde lo alto de las ramas, un suelo cubierto de hojas secas, ya caídas por el frío otoño que en este tiempo azota a este lugar y flores que ya se han cerrado. Sus pétalos ya han guardado, y los colores de esta selva, se han desteñido por completo. Se pinta de verde y café, camuflaje perfecto que da vida a diversos animales, los que descansan aparentemente, sin peligro alguno.

 En la cima, se ven saltar de rama en rama, simios aulladores, quienes con sus manos y colas, se cuelgan desde los árboles, sacando frutas, bajado al suelo, huyendo en grupo de cualquier depredador.

 No hay cazadores, no hay tala de árboles ni remoción del suelo. No se ven máquinas ni hombres trabajando, aquí sólo es naturaleza salvaje y vida animal.

Pero unos hombres un día se adentran en lo profundo de estos parajes, clandestina e ilegalmente, cargados de municiones y rifles, se arman de valor a cazar simios para vender pieles en el mercado mundial.

 Tras esconderse entre árboles y matorrales, pretenden no ser vistos por estos aulladores.

Una larga espera los lleva a enfocar la mira en la copa de los árboles, donde con un par de disparos hacen caer cerca de tres simios al suelo, sin posibilidad de dejarlos con vida.

 Guardan sus rifles y tras cargarlos sobre sus espaldas, recogen los animales muertos y los llevan hasta la ciudad, cuidando no ser detenidos por la policía.

 Las pieles de estos simios despiertan el interés de los clientes, quienes se apiadan de los animales salvajes y arman una protesta por la matanza ilegal de monos salvajes.

¿Aulladores?, ¿No sería mejor verlos colgar desde las ramas de los árboles, y comer frutos en la húmeda selva amazónica?; estas pieles dan cuenta de la caza clandestina de simios por comercio y el poco cuidado del medio ambiente, en una exuberante selva cuidada por el paso del tiempo. Mejor sería arrestar a estos hombres, quienes por ganar millones, sacrifican vida salvaje en virtud de su fama y riqueza.

De las manos de la policía, no se salvarán y pronto, verán a estos cazadores tras las rejas, suplicando por libertad otra vez.

 La naturaleza es sabia. Cuidemos a los grandes simios, los monos aulladores. ¡Conservémoslos!

Felipe Andrés Vergara Unda – Chile


Un relato para recordar

Los viernes era sin duda mi día preferido de la semana. Ese día por la noche venía mi abuela a mi casa a cuidarnos y me contaba siempre un cuento inventado por ella misma. El cuento era para que me durmiera, aunque realmente no conseguía este efecto pues eran historias tan interesantes que conseguían captar por completo mi atención. Era muy común que me hablase sobre países remotos y su modo de vida porque mi abuela en su juventud había tenido la posibilidad de viajar por todo el mundo. Cómo admiro su sabiduría y su experiencia de vida.

 Recuerdo especialmente un cuento que se quedó grabado en la memoria por la trascendencia real que conlleva. Decía algo así: “Hoy vamos a hablar de Indonesia, por si no lo sabes es uno de los primeros lugares del mundo en el que apareció el homo sapiens. La deforestación es muy importante en el país, especialmente para la producción del aceite de palma presente en nuestra alimentación como por ejemplo en margarinas, patatas fritas, bollería industrial, así como en diversos cosméticos y producción de jabones y desodorantes, cuando está demostrado que no es saludable y es responsable de crear enfermedades y diversos cánceres. Pero claro es un negocio que mueve mucho dinero y no se preocupan de todas las consecuencias que se producen porque esta deforestación produce la destrucción del hábitat natural por el aumento de la demanda global de este producto. Para poder despejar el suelo en el que se plantará la palma provocan incendios forestales en grandes porciones de bosque autóctono arrasando todo a su paso. Esta metodología se pone en marcha en distintas plantaciones de todo el mundo. Estas llamas originan la muerte de los animales, especialmente de los orangutanes que viven en las copas de los árboles que son derribados con topadoras. Como modo de supervivencia los orangutanes buscan protección en las afueras del bosque. Algunos llegan heridos en busca de protección y comida a aldeas, donde se aprovechan de ellos para sacar intereses. Esto unido a la caza furtiva y la recolección de orangutanes bebé para el comercio de mascotas ha contribuido también a reducir su población. Aunque esto no es todo porque hay muchas especies en peligro de extinción como consecuencia de la producción del aceite de palma. “

 Veinte años después todavía se produce esta situación lo cual es demasiado grave pues Indonesia es una de las últimas regiones del mundo en las que existen orangutanes. Esta historia me sigue dejando un sabor amargo de impotencia de no saber cómo ayudar a paliar esta situación, pero si me dejo claro una cosa: cuando voy al supermercado miro las etiquetas para comprobar que los productos que compro no contengan palma, pues pienso que esta pequeña aportación multiplicada por las acciones de los demás podría reducir la demanda mundial y el negocio de la palma ya no les sería tan rentable, dándole así un respiro al orangután.

Laura González Vizcaíno - España


Uno menos

Un día en la selva se puede convertir en una aventura muy peligrosa y yo hasta entonces no lo sabía. Desde que nací siempre había caminado sobre la espalda de mi mamá gorila, que se llama Lisa. Hasta ahora que he empezado a dar mis primeros pasos sin ella.

Mi madre se ha encargado de irme enseñando los mejores lugares para encontrar comida y agua, la mejor manera para tratar de defenderme de los otros miembros del grupo y de otras especies salvajes pero aún así nunca puedes estar a salvo de la infinidad de peligros que nos acechan en este lugar, tan lleno de vida tanto animal como vegetal.

Había llegado el momento de empezar a valerme por mí mismo. No estaba siendo fácil, pues cada día suponía un nuevo aprendizaje.

Vivíamos en grupo y nuestra vida en la selva transcurría bastante tranquila, sin demasiadas novedades. Sólo se veía realmente alterada cuando aparecían seres humanos. Entonces procurábamos alejarnos lo máximo posible porque sabíamos que muchos de los nuestros podían desaparecer en un momento.

Algunas veces cuando venían se oían fuertes ruidos que salían de unos aparatos alargados que traían y que daban mucho miedo porque podían hacerte mucho daño.

En otras ocasiones, se les veía tendiendo jaulas por algunos sitios o excavando grandes agujeros en la tierra.

Últimamente, ha aparecido un grupo de hombres, no me gusta usar la palabra humanos porque no les define bien, se les ve dando vueltas por la selva como si estuvieran buscando algo para poder llevarse.

Todos tenemos miedo, especialmente las mamá gorilas que nos están siempre vigilando e intentando protegernos. Debemos andar con mucho cuidado, escondiéndonos .

No entiendo porqué no nos dejan vivir en paz, no sé qué es lo que quieren de nosotros. Ellos también tendrán una familia a la que alimentar y proteger . Nosotros no le hacemos daño a nadie, a no ser que nos sintamos atacados, solemos pasar la mayor parte del tiempo comiendo y descansando.

Uno de mis amigos, Luo, con el que solía jugar al escondite, no ha regresado. Me he enterado cuando le he ido a buscar porque habíamos quedado para hacer carreras de saltos por los árboles.

Al parecer, ha caído en una de las trampas de los hombres, salió a buscar algo de comida y cayó en un gran agujero del que no pudo salir. Su padre vio cómo lo sacaban de allí y se lo llevaban en una jaula. No pudo hacer nada ya que era un grupo grande de hombres con esos aparatos que llevan al hombro.

Cada vez vamos quedando menos, nos están quitando nuestro espacio y la vida de diferentes formas y no podemos hacer nada.

Sé que todos los hombres no son iguales y que en muchos de ellos aún queda algo de humanidad. Nos unen más cosas que las que nos separan y no pueden volver la cara a seres vivos que son parte de este mundo, igual que ellos.

Clotilde Guisado Rodríguez – España

 

Reconocimiento

Lucha por sobrevivir

 Era una tarde lluviosa que señalaba el final de una cacería. Robert Reeves, con sus manos ensangrentadas, lamentaba el final de una vida que se encargó de cuidar. De nada valieron sus esfuerzos por detener la masacre. Eran expertos comerciantes que entraban a la selva a la fuerza para llevarse sus preciadas presas: orangutanes, monos, chimpancés, y el trofeo supremo: El gorila de fuerte constitución y fiero defensor de la manada.

Meses antes, Robert, había llegado a esta inhóspita selva llamada Truencaba (llamaba así por los nativos), en busca de varios especímenes que investigar. Su viejo profesor de la Universidad de Barcelona, le había referido que allí podría poner en práctica sus conocimientos adquiridos. Había encontrado el patrocinio para su expedición gracias a una empresa interesada en su propuesta. Ya había leído varios estudios sobre la comunicación de humanos con gorilas, e incluso la inclusión de chimpancés en familias humanas, que mostraban una sorprendente adaptación en ciertas etapas iniciales de su vida. Tenía muchas expectativas, y había realizado cursos de supervivencia en la selva. Creía que con todo su apasionamiento por la vida animal y sus estudios sería suficiente para enfrentar un monstruo tan temible como la selva misma, grande e inspiradora de temor.

Ahora se hallaba solo. Seres que fueron una vez vivientes son solo despojos humedecidos. Los furtivos llevan una gran colección de premios que serán pagados al mejor postor. Sin armas, sin las fuerzas necesarias para acometer la empresa de rescate, solo le quedó llorar, e intentar con sus manos cavar en la tierra y enterrar a sus amigos. Cansado y desprovisto de fuerzas se durmió entre la penumbra.

A la mañana siguiente, escuchó un ruido que venía a los lejos. Se preguntaba si eran los cazadores que regresaban. Ya no le importaba morir ya, sus expectativas estaban reducidas a cero. Desde lejos escucho una voz que lo llamaba: -¡Robert!, ¿estás ahí? A la luz se vio el rostro de su amigo Luis García, que era aquel que lo había ayudado entrar con vida en ese infierno de hojas, insectos, sangre y

lágrimas. Luis armado con un grupo de indígenas guías, estaba al tanto de lo ocurrido con los cazadores. Llegaron demasiado tarde para ayudar, demasiado lejos para impedir la masacre injustificada. Robert fue socorrido y curado de sus heridas. Pronto recogieron lo que queda del campamento, los apuntes, todo el material de una investigación que no fue infructífera. Conocía a profundidad el problema en torno a las especies, al ecosistema, a la vida integradora que debe vivir en armonía para beneficio de todos.

Mientras caminaban en la espesura, lograron encontrar varios gorilas pequeños que pudieron escapar o fueron desechados por estar maltratados. Uno de los nativos sugirió llevarlos a una pequeña aldea que contaba con un chamán. Llegaron a la puesta del sol. Allí el chamán juntos los demás integrantes de la comunidad colaboraron en ayudar a todos. La luna aparecía nuevamente dejando una esperanza.

Linoant José Lozano Caraballo – Venezuela

 

Silvio Simio

Silvio simio, sensible, soñando siempre ser sabio, suspiró…

Suavemente sacó semillas sembrando sus secretos sobre selvas.

Saboreó sus sentires, su sonrisa sincera soltó.

Sí, suscitó sonidos selváticos.

Su suerte sobrevivió sequías…

surgió su sana satisfacción…

su sol salió sempiterno.

Carlos Alberto de la Cruz Suárez – México

 

La sabiduría de la naturaleza

Millones de años transcurrieron desde que los primeros Homínidos evolucionaron hasta llegar a ser Homo sapiens. Con esta expresión, que viene del latín y significa Hombre sabio, se describe una especie del orden de los primates perteneciente a la familia de los homínidos, también son conocidos bajo la denominación genérica de humanos.

 Es evidente que los seres humanos poseen capacidades mentales con las que pueden inventar, aprender y utilizar estructuras lingüísticas complejas, lógicas, matemáticas, escritura, música, ciencia y tecnología. Los humanos son animales sociales, capaces de concebir, transmitir y aprender conceptos totalmente abstractos. Todas estas capacidades les llevaron, en relativamente poco tiempo, comparado con esos millones de años que duró su evolución, a lograr niveles enormes de bienestar y avances tecnológicos.

Pero a la par que iban consiguiendo herramientas y comportamientos para prosperar, también ese desarrollo lo aplicaban para destruirse a sí mismos y a los medios y materias necesarias para su supervivencia.

La economía, las guerras, el expolio de la madre naturaleza, el egoísmo, la avaricia, la envidia… les llevó a la locura total y a la casi extinción de su propia especia humana y a la devastación del planeta Tierra, que había sido su hogar desde los inicios de su existencia, dejándolo en niveles de prácticamente inhabitabilidad.

Pero la naturaleza es muy sabia, y aunque le lleve millones de años, pone las cosas y a los seres en su sitio, y lo reintegra todo al orden lógico y natural.

Los pocos supervivientes de aquel apocalipsis, provocado por ellos mismos, fueron evolucionando hacia la situación que por naturaleza era la mejor para salvaguardar la vida en el planeta, y tras otros cuantos millones de años, se convirtieron en lo que nunca debieron dejar de ser: en Homínidos, Grandes Simios.

Juan Fran Núñez Parreño – España

 

Vergonzosa profanación

A la memoria de Dian Fossey, " la señora de los gorilas".

          Noche cerrada en Karisoke. 27 de diciembre de 1985. Silencio y paz aparentes, acompasados por el brillo de las estrellas en lo alto del cielo. No se escuchan las anónimas y cobardes  pisadas que penetran en la choza... 

Al amanecer se observa con horror que un río de sangre, producto de brutales machetazos, se desliza bajo la puerta de la cabaña de Dian, se extiende tiñendo la tierra de rojo carmesí y se detiene ante la tumba donde Digit reposa descuartizado, bañando en perfecta unión los restos de su cuerpo...

Entonces, todos los días, al atardecer, los gorilas se acercan a las dos tumbas y les muestran sus respetos por igual, a humano y a simio, murmurando en su lengua fragmentos de relatos que ella les leía. Después, retornan hacia la montaña con paso lento, cabizbajos, temerosos de perder su libertad y su vida, a manos de poachers (cazadores furtivos), o quizás por mandato del propio gobierno. Los visualizo tristes, muy tristes, alejándose entre la niebla hacia la montaña, siendo conscientes de que son una especie en peligro de extinción...Y ella ya no está... 

 

Mª Asunción García Montes – España

 

Cruel despedida

Plena selva paranaense. Cataratas del Iguazú. Naturaleza bella e indómita en todo su esplendor. Refugio de vida silvestre.

Allí conocí a Moncho. Un enorme mono carayá. También llamado aullador.

Poseedor de una caja de resonancia que le permite hacerse oír a kilómetros de distancia.

Aquella tarde, observaba atentamente desde su escondite. Tenía un terror atroz a los humanos. Moncho fue capturado de muy pequeñito. Vivía en una casa como mascota.

Era muy maltratado por su dueño.  El grupo de Fauna Silvestre lo rescató de aquel calvario. Al retirarse, su antiguo dueño le propinó una feroz golpiza cuyas secuelas sufre aún hoy.

A pesar de todo, lentamente, está volviendo  a confiar en  quienes lo salvaron.

Como él, a diario, la vida silvestre se ve amenazada hasta casi la extinción y clama por ser preservada.

María Emilia De Souza – Argentina

 

La cita

Como todos los días, lo llamé cuando iba a comenzar a colocar los platos sobre la mesa. Normalmente, debía de hacerlo tres o cuatro veces antes de que acudiera a mi llamada, cosa que hacía solo después de haber escuchado alguna pequeña amenaza que sabía que no llegaría a cumplir.

Pero esa vez fue distinto.

Lo había llamado al menos ocho o diez veces y preocupada al no responder a mi insistencia me calcé los zapatos y bajé a la calle con la intención de sacarlo de su escondite y de, si antes no me calmaba, darle un par de azotes para ver si aprendía a obedecer.

Me dirigí hacia el descampado situado detrás de la casa donde solía jugar al balón con los otros niños, pero no lo encontré entre los que en ese momento daban patadas a unos botes de hojalata.

Ninguno supo darme razón de él y fue entonces cuando empecé a preocuparme de verdad.

No sabía a donde dirigir mis pasos y sin saber por qué, pero convencida de la imposibilidad de encontrarlo allí, me dirigí hacia el otro extremo de la ciudad, lugar en el que un circo se había instalado hacía tan solo unos días.

Dada la hora y el enorme calor no me extrañó no hallar a nadie en las proximidades de la carpa y supuse que el personal del circo se encontraría comiendo, pues tampoco se observaba movimiento al lado de las caravanas aparcadas junto a las vallas que delimitaban el perímetro e impedían el acceso al circo.

Llevaba andados escasamente veinte metros alrededor de la carpa cuando un chimpancé se me quedó mirando.

No me dio tiempo a pensar qué hacía un chimpancé fuera de su jaula pues se esfumó de la misma manera que había aparecido.

La sorpresa por la repentina aparición me hizo olvidar por unos segundos el motivo que me había llevado allí, pero quién me iba a decir que sería el propio chimpancé el que me lo recordaría.

Cuando apareció de nuevo no lo hizo solo. Cogido de su mano, y con una cara de felicidad que rápidamente disipó el enfado y la preocupación que había sentido hasta ese mismo instante, iba mi hijo.

Cualquiera que los hubiera visto habría entendido, como yo lo hice, que su comportamiento no ofrecía dudas. Se habían hecho amigos.

Y si hubiera apreciado la manera en la que el chimpancé acercó a mi hijo hasta el lugar en el que me encontraba habría afirmado que el primate comprendía que la madre había venido a buscarlo.

Mi hijo se despidió con un gesto de la mano y, tras emitir un sonido que interpretamos de alegría, el homínido se alejó hacia la zona en la que se encontraba su jaula.

Nunca supimos la manera en la que el chimpancé lograba salir de su jaula, pero lo hizo todos los días que el circo permaneció en la ciudad, en el mismo momento en el que mi hijo acudía puntualmente a su cita.

Eloy Calvo Pérez – España

 

El origen del mono

A los pequeños Celia y Jaime

Apenas supo reconocer su plan, el mono se miró con ojos extraviados. A un asombro de poner en efecto su conservación, se afeitó las barbas, los poblados bigotes, la desmelenada madreselva que le caía por la espalda. Tuvo desprecio de afeitarse hasta los sobacos, los pies, todo por darle una lección a ese espejo que le miraba tan mal, y que le cayó tan bien que descubrió en él su embrión, su semilla, su gen, su ADN. Ahora sabía que procedía del hombre. Y lo soltaron.

Donís Albert Egea – España

 

Una epístola para mí

Me escribo a mí mismo, porque no quiero perder mis recuerdos, esos que se formaron a través de todos estos años de vida; pero que, por alteraciones de las células del hipocampo, esa extraña región del cerebro, se van diluyendo de manera irreversible, postrándome en un mundo insípido y desconocido.

Son tantos los recuerdos que quiero retener que no sé por dónde ni cómo empezar a escribir; sin embargo, una vieja fotografía de mi lejana infancia me da la inspiración necesaria para hacerlo.

La fotografía fue tomada la primera y única vez que fui a un encierro de animales, ese lugar que se conoce como zoológico. Tenía miedo. Pensaba que, en algún descuido de los cuidadores, los animales se saldrían de las jaulas y me devorarían cual cena navideña.

Caminaba con temor, el cual se acrecentó cuando doblé la esquina de una sección que decía “pan”. Contrario a lo esperado, no era ningún sitio de alimentación. Era el lugar de reclusión de los primates homínidos; pero un par de ellos no estaban detrás de las rejas. Quedé paralizado. Dos primates machos, un adulto y otro más joven, estaban atacando a los visitantes que se paseaban por el corredor. Mi corazón se aceleró. Tuve ganas de salir corriendo para ir a meterme debajo de la cama; pero la mano de mi padre en el hombro derecho me lo impidió, al tiempo que me indicaba con el dedo índice izquierdo que mirara la escena con detenimiento.

Mis ojos poco a poco descubrieron aquel panorama que mi padre me quería mostrar. El miedo fue pasando y pude ver la realidad que se desarrollaba delante de mí. Los dos primates homínidos, vestidos con pintorescos pantalones cortos, protagonizaban el más hermoso espectáculo que mi mente recuerda. No era un ataque, era un juego. Los chimpancés jugueteaban con una jovencita, comportándose como un par de enamorados, brindándole abrazos, besos, caricias y muecas, lo cual arrancaba carcajadas de los presentes, e incluso, algunos deseaban participar del juego.

Ante mi sorpresa, pasó lo inesperado. El pequeño chimpancé se abalanzó sobre mí, aferrándose a mi cuello, mostrándome sus enormes dientes y dándome besos y abrazos. Por un segundo, me asusté; sin embargo, al mirarnos a los ojos comprendí la ternura que guardaba en su interior, era un ser único que podía comportarse como un humano y que sólo le faltaba hablar para ser uno de nosotros; pero también entendí que era muy feliz siendo un “pan”, un gran simio que Dios colocó en la tierra para que la naturaleza fuera más bella.

El recuerdo se diluye de mi mente y en este instante no recuerdo para quién estoy escribiendo esta carta donde plasmo la evocación más hermosa que he vivido.

Jairo Alfonso Ramos Jiménez – Colombia

 

Lo dice la sangre

Hay una necesidad que demuestra que somos seres sociales, que necesitamos relacionarnos con el otro, así lo muestra el aumento de nuestra corteza.

En nuestra sangre corre una huella Neanderthal resonando, una interacción estrecha, una aceptación cuidada de lo diferente.

Es una meme positiva que revela que no hubo conflictos biológicos que nos separe entre las especies. Ahora que somos más evolucionados porque pensar en sostener  barreras culturales.

Es momento de aceptar la diversidad. Sino no aprendimos nada.

María Susana López – Argentina


La presencia de los Grandes Simios

Miguel abrió los ojos, a la vez que sintió el murmullo de sus compañeros en la zona común del campamento que habían montado en el este de Kenia para trabajar en un proyecto para evitar la explotación de los simios en estos países. Rápidamente se vistió ya que escuchaba gritos de gente alucinando y  se dispuso a bajar las escaleras que separaban el  habitáculo con la zona común. Una vez allí vio un cúmulo de gente alrededor de una pequeña jaula, él se acerco y pudo ver entre todo esa gente una  chimpancé, a lo que sorprendido fue directamente al jefe de proyecto para preguntar-le el porqué de su presencia, a lo que le respondió:

-Esta chimpancé la encontramos en un poblado de Nigeria siendo maltratada por un nativo de allí que se aprovechaba de sus virtudes para trabajar, apenas disponía de agua y comida.

Miguel emocionado le abrazo y le expresó lo orgulloso que estaba de poder ayudar en esta gran causa. “Migue” como lo llamaban allí sabia que tenia trabajo con ella hasta recuperarla.

Unos meses después…

Hoy toca llevarle a el aire libre a la chimpancé que le pusieron Gora, Miguel pidió ayer ir solo, y le dieron el visto bueno, así que emprendieron el viaje, ya están a unos 50 kilómetros del campamento y no se alejaran más. Se ve a Gora muy feliz, corriendo y recordando sus momentos por la selva, pero hay que volver para el campamento antes de que anochezca, han llegado ha tiempo y el jefe le ha pedido una reunión a Miguel, inquieto, acepta. Entra a la habitación y el cabecilla de la operación le da la enhorabuena y le comenta que soltaran a Gora y traerán a más simios para esta buena causa.

Con la ayuda de todos aún puede arreglarse la cosa, ¡pongamos nuestro grano de arena!

Arnau Ruiz Luque – España

 

Tesoro compartido

Nicolás vive y sueña, también quiere vivir lo soñado. La profesión de sus padres, agricultores, le facilita el contacto con animales y plantas. En la zona, cada cambio de estación se vive con expectación. Circunstancia que no afecta a los niños porque, haga frío o calor, siempre juegan en la calle. Le gusta pasear por el campo con su abuelo y coger hojas caídas de los árboles. Lleva una carpeta para guardarlas y protegerlas. En casa, las selecciona con mucho cuidado, retira las más deterioradas y actualiza la ficha con sus características. Es indudable su interés en escucharle, mientras caminan, cuando argumenta la realidad que vivió con sus hermanos en ese lugar. No coincidían en aficiones, pero siempre tenían tiempo para compartir alguna actividad.

Con frecuencia, ve programas sobre la variedad de flora y fauna en el planeta. Uno de los documentales le fascinó, desde entonces rememora y medita.

Habla, con determinación, de una sorprendente superficie que aglutina Alma, Fervor, Resistencia, Ingenio, Coraje y Amor. Pilares de esa inmensa plataforma, de grandes abismos y un manantial incesante de vida. Allí, el impacto es directo y la naturaleza habla.

Un anhelo tangible, solo imaginado, le abre la puerta al sur del sur de España.

Manifiesta a sus amigos que algunas oportunidades para prosperar, empequeñecen cuando te invade una sensación, indescriptible, entre quietud y exaltación. Añadiendo que mente y corazón se nutren de palabras valientes, reforzando vínculos afectivos. Así lo expresa, quiere mantener la amistad y desea ser correspondido.

Ya ha elegido el rumbo. Detrás su estela y delante ese tesoro compartido... ÁFRICA.

Algo en su interior se mueve y le genera inquietud. Se siente atraído, especialmente, por los simios de ese continente. Es defensor de su hábitat, tienen su espacio y el respeto merecido, no son invasores. Ni su vida, ni sus derechos se deben cuestionar. Compartir su espacio temporalmente, es una experiencia incomparable.

Nada se detiene, continuar es el camino. Lleva la maleta repleta de ilusión. Transita aturdido por tantos mensajes mudos, en vaivén, reflejados en el rostro de otras personas. Entusiasmado, porque el color y las sensaciones potencian el encanto del territorio. Es optimista, está atrapado pero no cautivo... ¿Tal vez una ilusión?

La luz, cada vez más intensa, le envuelve y aligera el sueño. Se despierta, sonríe y le abraza. Una vez más el peluche, un gran gorila desgastado, estaba allí.

Mª del Carmen Marruecos Alonso – España

 

Gran Simio

‹‹Yo, Wovell››. Entra en la cama y recuerda las palabras del simio. La pintura en su cuerpo para comprobar si se reconoce al mirarse al espejo. Su reacción positiva ante la imagen.

No puede dormir y va a la nevera. Toma algo de leche y mira su móvil. Es la hora y abre el armario. Chaqueta y pantalones negros, una careta. En el zoo todos parecen dormir. Demasiados animales inquietos. Atrapados en la pesadilla del hombre. Puertas abiertas, el contacto esperando con el camión en una lateral.

Animales liberados. La ciudad de los chimpancés abierta a recibirlos con las secuelas de la cautividad. Una ciudad que se oculta en el bosque, clandestina, para evitar la catástrofe. Él regresando a casa, acostándose en la cama y pensando en cómo estimular a Wovell, provocar en él la lengua de signos que ya conoce. Es su familia. Sin barreras. La careta a sus pies.

Mañana los titulares encabezarán con la nueva liberación del “Gran Simio”. Algunos comprenderán el objetivo. ‹‹Yo, Wovell››, escucha. Se gira y de nuevo el reflejo en el espejo del armario. Se reconoce, como se reconoció Wovell. Los derechos de Wovell son sus derechos. El temblor precede a los barrotes. En el terreno intermedio entre el sueño y la vigilia, sucede.

Cada noche. De repente, él enjaulado en su cama. Como lo están ellos. Sin espacio para respirar, arrancándose los pelos del cuerpo, mordiéndose. Todo arde en rojo. El mundo se comprime en su pecho, que es un enorme socavón. Cuando el Gran Simio es derrotado por el sueño, Wovell despierta en su nido de hojas de la reserva. ‹‹Yo, Wovell››, dice.

Iván Humanes Bespín – España

 

170

 Juan acarició las manos diminutas de aquel simio solitario. Olfateó la senda en medio de los troncos caídos en la ruta de los madereros. Aquel pequeño de escaso pelaje era un compendio de ternura olvidada.

La madre había perdido el alma y ahora sería “la carne de monte” asada y salada que conservaría un hombre en su mochila. El pequeño de ojos grandes se adhirió intuitivamente a las manos del guardaparques que lo encontró luego del desastre. Salvarlo sería una odisea, aún necesitaba amamantarse de ese calor maternal. Salió de “Puerto Alegría”, comunidad de la selva amazónica peruana, vivió solo unos días, los suficientes para quedar grabado en mi memoria al observarlo en una fotografía donde se aferró a aquel dedo que hizo lo que pudo por salvarlo.

Ese es el destino de tantas crías luego de ser derrumbado un árbol gigante en la Amazonia.

Pierden y perdemos lo que hubiese podido ser una larga historia de vida que hoy queda solo retratada en 170 palabras, los días que vivió.

Katty Alexandra Camacho García – Colombia

 

Yo, simio

Aquella tarde estaba muy disgustado. Durante la hora del recreo había discutido con Togo, aquel grandullón me había robado de nuevo mis plátanos para el almuerzo. Siempre hacia lo mismo. Muy enfadado, había vuelto junto a mi madre que, ocupada, amamantaba a mi hermano pequeño, por lo que no logré que me hiciera demasiado caso. Eso sí, sus ojos, como siempre, me miraron con una ternura que me reconfortó.

Aburrido, decidí acercarme a aquel lugar desde donde unos destellos de luz llamaban de forma continuada mi atención. Así fue como me encontré a mí mismo mirando de reojo a esos seres ruidosos con poco pelo que siempre paseaban por allí.

Observé a través del cristal y más allá de mi propio reflejo, como si fuera un espejo, llamó mi atención aquella mirada infantil que me era devuelta con curiosidad desde el otro lado.

Ambos nos reconocimos como iguales y mientras intercambiamos aquella complicidad sincera e infantil, un niño se encargó de meter la mano en la mochila de mi nuevo compañero, llevándose su bocata, tal y como había hecho Togo antes conmigo. Un poco más allá, pude ver cómo una madre acunaba con cuidado a su bebé en el regazo, colmándolo de atenciones.

“Qué extraño mundo este, quizás no seamos tan diferentes como ellos creen”, me dije sonriendo mientras puse mi mano sobre el cristal que nos separaba.

“¿Yo, simio?”

Tú, mi amigo susurraron sus labios.

Carlota Alonso Rodríguez – España


Destino

Mi destino lo resumiré de esta manera.  Recorrí o me pareció recorrer varios kilómetros. Me di cuenta de que el clima no era el mismo. El brillo del sol había cambiado de una forma inexplicable. El viento traía aromas nuevos, incluso la sensación de su paso era tan diferente.  Entonces desperté de mi asombro y vi rostros felices y rostros tristes. Aquellos que reían no eran como yo. Yo era otro más de los que lloraban.

Así pasó el tiempo entre el aburrimiento y el recuerdo de mi tierra.  Creí nunca poder superar el dolor de sentirme separado, ajeno y olvidado.  Los años pasaron y volví a recorrer varios kilómetros, el clima ya no era el mismo, el brillo del sol me parecía conocido, el viento traía aromas muy viejos a su paso. Entonces desperté de mi asombro y vi rostros felices y rostros redimidos.  Los redimidos no eran como yo.  Yo era de los otros; Yo era el más feliz.

Astrid Zussett Urizar Fernández de Botto – Guatemala

 

Mi nueva familia

Estaba cursando mi último año de biología con una beca en un parque nacional de África, allí tuve la oportunidad de observar los animales que estudiaba mucho más cerca, pero mis favoritos, sin duda, eran los gorilas, unos seres fascinantes que acaparaban la mayor parte de mi tiempo.

Me interesaba todo lo relativo a aquellos maravillosos primates, su alimentación, sus costumbres, sus relaciones sociales y cuanto más aprendía más fabulosos me parecían, de hecho, se me brindó la oportunidad de estudiar alguno de sus clanes en su propio medio, y no lo dejé pasar. Una vez elegido el grupo, mi trabajo consistía en seguirles donde fueran y anotar escrupulosamente todo lo relacionado con su comportamiento. Pasado un tiempo me di cuenta de que si quería aprender realmente de aquellos grandes simios tenía que comportarme de la manera más parecida a ellos, y así, cada noche montaba mi tienda de campaña más cerca del grupo, lo que pareció no molestarles y poco a poco acabaron por acostumbrarse a mi. También quise saber más sobre las propiedades de las frutas de las que se alimentaban y como consecuencia empecé a consumirlas yo también.

Lo que más me sorprendió es que el líder de la manada, un impresionante macho de lomo plateado, parecía no tener ningún problema con mi presencia, seguramente porque no me veía como una amenaza, mi confianza llegó a tal punto que abandoné la tienda de campaña y empecé a dormir entre ellos a la intemperie, sin darme cuenta me había convertido en un miembro más, y la verdad es que no me importó, todo lo contrario, disfrutaba de cada momento que pasaba entre aquellas fantásticas criaturas, no sé cómo pero acabé viviendo como un auténtico animal salvaje en medio de la jungla, perdí la noción del tiempo y, francamente, tampoco me importaba mucho, solo sé que entre aquellos seres encontré valores que muchas veces había echado en falta viviendo entre humanos, la solidaridad, el cuidado de los pequeños y el respeto a los mayores por encima de todo.

No sé cuánto tiempo pasó, pero un buen día apareció una patrulla de guardas forestales del parque, " por fin te encontramos, llevamos semanas buscándote " me dijo el jefe de la expedición, " descubrimos parte del equipo abandonado y pensamos que te había ocurrido alguna desgracia”. Fue en ese momento cuando comprendí que mi aventura llegaba a su fin, como un despertar a la realidad, miré a mi nueva familia que me observaba a distancia y todos entendimos que la mayor experiencia de mi vida había terminado irremediablemente.

Francisco Pisonero – España


Diferencias

La bestia me mira del otro lado de la jaula, juzgando. Mirándome a mí y a mi familia, como hemos decidido pasar el rato. Quizás espera que alguien haga algo divertido, para entretener a sus hijos; quizás espera que haga algo bestial, para justificar en su mente que yo siga aquí.

No pasa ninguna de las dos. Bestia a bestia, intentan comunicarse, intentar llegarse el uno al otro a través de siglos y milenios de historia. A través de conceptos que ambos comprenden; como ancestros que tienen mucho más de lo que creen en común. Pero no lo logran. Pronto la bestia se distrae con algo que llama su atención

Su familia lo llama y voltea, perdiendo la atención. Se aburre del espectáculo natural enfrente de sí, y empieza a prestar atención a otra cosa. No le parece interesante la dicotomía, o no le presta la atención suficiente. Sigue de largo, la conexión rota, el conocimiento al alcance perdido. La esperanza del observador perdida. Pronto volverá a su jungla de cemento, a continuar su vida con otros animales.

Yo no me iré, no podré. Mañana estaré aquí en el mismo lugar. Pero a pesar de conocer plenamente cuáles son mis limitaciones… no soy el único animal enjaulado.

Matías Germán Rodríguez Romero – Argentina

 

Espécimen

Por fin tenía a uno delante. Había oído hablar sobre aquellos grandes simios durante años, pero siempre había deseado tener uno frente a sus propios ojos. Se decía que su tamaño físico era considerable, aunque todavía estaba en cuestión el intelectual. Se decía que su apariencia era fundamentalmente apacible, pero que no era bueno tomarse confianzas. Encontró en el aspecto de aquel macho todo aquello que había escuchado como si fuesen leyendas y lo encontró fascinante. Sin embargo, le resultó profundamente curioso que nadie le hubiese mencionado esos extraños ropajes con los que este espécimen cubría su cuerpo. Se preguntó durante unas décimas de segundo qué pensarían los demás orangutanes cuando compartiese con ellos esta nueva información. Sin embargo, nunca llegó a hacerlo.

Fernando Antolín Morales – España

 

Segunda oportunidad

Había pasado dos años en la jungla y a su vuelta lo primero que se le ocurrió fue discutir violentamente con su padre; para peor, movido por el encono se fue sin saludarle siquiera. Cuando la muerte se llevó a su progenitor súbita y sigilosamente, Malik creyó morir de dolor y vergüenza.

El desasosiego y la culpa no le dejaron pegar ojo durante días; esa noche se levantó en medio de la oscuridad y encaminó sus pasos hacia la cabaña del médico brujo del que se decía que jamás dormía y al que encontró atizando unas brasas.

En absoluto silencio, con un ademán lo hizo sentar a su lado, mientras sacaba de una faltriquera un polvo negrísimo y unas hierbas, que mezcló en un cuenco y echó al fuego. Malik sintió que flotaba y se elevaba y oyó al brujo aconsejándole: elige con prudencia.

De pronto se vio suspendido a gran altura y enfrentado a ser vaporoso, que mutaba de forma incesantemente: ora era un búfalo, luego un gorila, después fue su padre, una flor, su hijo mayor… Malik cerró los ojos para no marearse.

La pregunta resonó en su cabeza como un trueno: ¿Qué buscas? Completamente aterrado, solo atinó a decir: quiero que vuelvan a la vida todos aquellos seres a los que he hecho daño. ¿Estás seguro de lo que pides? Si vuelven, ya no podrás lastimarlos nunca más y si lo haces, será a costa de tu propia vida. Piensa en tu pasado antes de responder. Malik comprendió de inmediato a qué se refería el extraño ser, pero sin titubear dijo: hazlo.

La vaporosa criatura comenzó cambiar de forma y Malik revivió con espanto su primera incursión como furtivo. Jamás había disparado a un animal, por lo que su impericia y sus nervios desviaron la bala y acabó matando a la madre y la cría. Ambas surgieron indemnes desde dentro del ser y se pararon dóciles a su lado. Tras ellas se materializaron más de cien gorilas de espalda plateada, que habían sucumbido a sus disparos.

Pero también lo hicieron los que habían muerto camino a sus destinos finales y los que perecieron en manos inescrupulosas, por malos cuidados o de tristeza; esos que a Malik no le pesaban en la conciencia, porque estaba seguro que vivirían felices en sitios maravillosos, con sus familias ricas o sus cuidadores. Para él todo lo que no fuera ese infierno que lo rodeaba, debía ser fantástico.

El ultimo en aparecer fue su padre, Malik lo estrechó entre sus brazos y sollozando le pidió disculpas por haberle fallado rompiendo la tradición de no atentar jamás contra la vida de otro ser, que era una cuestión de honor para la familia y que él había quebrado a cambio de dinero.

No hay nada que disculpar, dijo su padre, porque esto solo sucedió en tu mente. Ahora sabes exactamente cuál sería tu futuro y porqué debes decirle a los furtivos, que nunca, jamás y por ningún precio, te unirás a ellos.

Sandra Monteverde Ghuisolfi – Uruguay

 

Un pigmeo enjaulado

A mi tía le preocupa tanto mi soltería que con disimulo vive acomodándome citas con cuanta mujer se le cruza por la vida. No me gusta contrariarla y acepto conversar con las señoritas que por casualidad llegan a casa con cualquier pretexto. En eso llevamos un año y siete encuentros. Sin embargo, el sábado fue diferente:

La tía se apareció con una chica de escasos un metro con treinta centímetros de estatura, veinticinco años y una inteligencia deslumbrante. Era la nueva del gimnasio y mi tía la invitó a almorzar, pero al servir se acordó que había dejado algo en el garaje y nos abandonó.

Para romper el hielo preguntó que a qué me dedicaba. Con mala fe le dije que trabajaba una tesis sobre los pigmeos, especialmente sobre los binga babinga, una raza de pequeñitos en el corazón de África (algo que aprendí viendo televisión).

Sin mostrarse ofendida me preguntó si conocía la historia de Ota Benga. Como dije que no, me contó que en 1906 fue exhibido en el parque zoológico de Nueva York, junto a los orangutanes, como un animal, y que en ese lugar vivió enjaulado por años. Allí le afilaron los dientes y lo publicitaban como un caníbal africano. Cuando por fin fue liberado, gracias a denuncias ciudadanas, salió en busca de una vida como residente americano, aunque le fue imposible adaptarse. Agobiado por los comentarios y burlas que le hacían por su color de piel negra, por su lugar de procedencia, por su estatura, por sus problemas dentales, porque no sabía el idioma, porque lo relacionaban con los simios donde había estado preso… una noche hizo una fogata, danzó alrededor de ella y luego se pegó un tiro. Tenía treinta y dos años.

No supe qué decir. Con mi comentario de falso historiador había querido burlarme de su estatura; no obstante, ella me respondió con una lección de cultura y civilización, haciéndome sentir como un enano miserable.

—¿Y tú, a qué te dedicas? —pregunté para escapar de la vergüenza.

—Desde mi pequeña estatura me dedico a mirar el cielo. Con un telescopio, cada noche, me dejo deslumbrar por las estrellas y la luna.

Pensé que estaba bromeando y que me devolvía el insulto con un sarcasmo inteligente.

Como guardé silencio, me habló de los nombres de la luna según la cultura de sus adoradores, de cómo ver las estrellas y la magia que esconden, de la pequeñez humana frente al infinito cosmos.

—Nuestro cerebro no puede ver más allá del cielo; nuestro conocimiento está nublado ante el brillo de las luces artificiales.

Cerré los ojos avergonzado por mi ignorancia y rogué a Dios para que todo fuera un sueño. “Pero si abro los ojos y todavía está allí —me dije— le propongo matrimonio ya mismo”.

Entonces abrí los ojos tan despacio que levantar las pestañas duró un siglo. Y a que no adivinan con lo que me encontré…

Marco Antonio Valencia Calle – Colombia

 

En el nombre del nombre

Cuando nuestros abuelos refulgían de orgullo trazando historias a la luz de una hoguera que sus ojos atizaban, los nombres eran nombres y no vacuas generalidades; es decir: un árbol no era un árbol, sino que respondía –los árboles responden merced al ulular con que el aire enloquece sus hojas- a un nombre concreto; no había, pues, árboles, sino hayas, pinos o chopos.

  Cuando nuestros padres creían recoger el testigo de los suyos, la fauna poblaba el imaginario de aquellos niños que fuimos: aún era papá un magnífico narrador de semblanzas en que cada alimaña dejaba de serlo para admitir alias, convirtiéndose el águila en perdicera o asumiendo el buitre su leonada condición.

  Tal vez mañana, con el ahorro de palabras que nos aflige, abriéndose paso un vacío que legaremos a generaciones privadas de curiosidad, quienes conserven el gusto por perderse, recorrerán los inventarios de animales extintos, donde se enseñoreen compadres simiescos carentes de nombre y que, inmóviles, ya sólo aguardarán el bautizo de primatólogos expertos.

Jorge Moreno – España

 

Gorila

 “Al pequeño Anthony Browne,

que con sus grandes libros sobre simios

nos invita a observarlos más allá del papel”

Casi todos los animales salvajes que las personas ven cuando son pequeños, o incluso grandes, son vistos en la televisión, ojeados en los libros, o duermen en la cama con los niños para cuidar sus sueños. Pero el primero que Anthony vio en su vida, era de papel.

-Lamento no haber traído ningún regalo para ti, Anthony-, se disculpó el señor Browne, luego de haber llegado de un largo viaje de trabajo.

De inmediato, tomó una hoja que había encima de la mesa de estar, y en un abrir y cerrar de ojos le fabricó a Anthony un magnífico gorila de papel.

- ¿Papá, y yo para que quiero un retrato tuyo? - Pregunto Anthony un poco confundido.

Sin pensarlo dos veces, el señor Browne, tomó entre sus brazos al pequeño Anthony, lo elevó por lo cielos y le dio vueltas riendo a carcajadas.

-No Anthony, que acaso no ves, es un gorila-, aclaró el señor Browne, mientras bajaba a Anthony.

-Yo sigo pensando que se parece mucho a ti papá- termino por decir Anthony, mientras comparaba al simio de papel con su padre.

En realidad, el señor Brown era inmenso, tanto de alto como de ancho. Tenía unas enormes manos y unos dedos de plátano que hacían difícil pensar su habilidad para doblar papel. Una barriga tan enorme, que parecía magia realmente, que los botones pudieran entrar en los ojales de su abrigo, chaleco y camisa con corbatín. Una cabeza tan grande que su sombrero corría el riesgo de explotar. Y unos ojos tan tiernos que era imposible, ahora que lo pensaba, que Anthony no lo hubiera confundido con el gorila de papel.

-Tal vez, los gorilas y los humanos no somos tan diferentes, Anthony. ¡Claro está!, por algo pertenecemos a la misma familia-. Reflexionó finalmente el señor Browne.

-Entonces-, dijo Anthony -quiero que le hagas un sombrero, un corbatín y un abrigo. No quiero que mi gorila se vaya a resfriar.

Ronald Armando Sichacá Rodríguez – Colombia

 

Mi aventura con los simios

Cierto día en un lugar como este aunque quizás un poco distinto a este se encontraba una pequeña niña atendiendo a clases como el resto de días pero este sería distinto, ese día su maestra estaba hablando de los simios, a ella le encantaba después de todo siempre le parecieron interesantes y aún más cuando se enteró de lo semejantes que eran los seres humanos con ellas, no supo como pero de un momento a otro en un abrir y cerrar de ojos la pequeña se encontraba en la jungla, y frente a ella habían ciertos simios desconocidos mirándola e invitándola a jugar, ella se extrañó aunque quizás lo que más raro le pareció fue que podía entenderles lo que decían, se miró sus manos, eran gigantes, se asustó bastante aunque bueno su fantasía siempre había sido poder estar con ellos así que dejando la rareza de lado se dirigió a ellos, comenzando a jugar con ellos, escalo un árbol o bueno le enseñaron a escalarlo de una forma segura, estaba feliz, pasaba de árbol en árbol, comía bananas y se llevaba bien con todo el mundo no sabe exactamente cuánto tiempo estuvo inmersa en esa pequeña fantasía que no notaba que la jalaban hasta que ya fue demasiado tarde, estaba en el piso, junto a sus amigos estaba asustada como todos, frente a ella habían humanos con grandes escopetas y gigantescas redes con las que los encerraron, no podían hacer nada, oyó como los hombres hablaban bien sobre como de caro venderían sus pieles o sencillamente venderlos enteros a un egocéntrico millonario que quisiera presumir de algún posesión animal, ella estaba segura que sus amigos no querían eso, así que intento hablar con ellos, decirles que era una humana cosa que no le funciono, solo salían raros sonidos de su boca, así que sin que se diera cuenta el vehículo en el que estaban empezó a moverse y ella a desesperar, así que pensando rápidamente tomo el control tranquilizo a sus amigos e ideo un plan el cual según sus ideas funcionaria, así que paso por paso, el plan ejecutaron y consiguieron la libertad, todos corrieron hacia su hogar menos ella, que cayó desmayada, cuando volvió a abrir los ojos su maestra estaba al frente suyo diciéndole que saliera a descansar, todo había sido un gran sueño, aunque aprendió que los simios son cazados por muchas personas y ella quería protegerlos, con el pasar del tiempo se volvió una profesional ayudando a los simios para que estos pudieran vivir más tranquilos.

Sara Manuela Osorio David – Colombia

 

Parientes

Desde siempre, me recuerdo rechazando ir a los circos y al zoo de mi ciudad. Cuanto circo había llegaba a ocupar un baldío de mi pueblo y el zoológico siempre fue el paseo preferido de la mayoría. Cuanto animalito conseguían para llevar a la cárcel- zoológico era promocionado en los programas radiales de la época o en los periódicos que había, como el gran trofeo.

Sólo recuerdo dos únicas visitas a un circo siendo muy niña y unas pocas al zoológico.

Mi mirada se dirigía más a árboles y plantas. Pena me daba ver los animales moverse en tan poco espacio. En épocas diferentes Cacho y Rita fueron los chimpancés estrellas del zoológico.

Siempre me gustó ver los programas que mostraban su vida libre y a sus defensores.

Admiraba a las mujeres y a los hombres que estudiaban su comportamiento.

Siempre los consideré parientes, con solo mirarlos sé que lo somos. Jamás olvidaré la cara triste o alegre de Cacho o de Rita. Cuando los engañaban envolviendo piedras en papel de caramelos, su cara de desaprobación y su respuesta mostraban su parte humana. Verlos apoyados sobre las rejas en aquellas minúsculas jaulas, con tristeza impregnada en sus ojos es una imagen imborrable.¿Qué placer podrían sentir en ese encierro donde tenían un tronco o árbol seco para trepar y nada más?

Observándolos mostrar sus dientes con una amplia sonrisa o enojarse con razón me los hacía más humanos.

Tanto Rita como Cacho buscaban una vara para arrimar a su jaula las golosinas o frutas que les tiraban y que no llegaban a sus manos.

Cada coquito a su alcance, de los que caían de las palmeras cercanas, eran ubicados en algún hueco del piso y con alguna piedra la golpeaban hasta partirlo y comer su contenido. En tiempos de pandemia, tiempo en que no puedo andar libremente como quisiera, me siento presa y pienso que así se sentirían Rita y Cacho.

Que pena da saber que tantos seres humanos eran y son deshumanizados y transforman vidas plenas en seudovidas.

Beatriz Lilián Devitta Lomes – Uruguay


 

Micro Cuentos Adultos

Categotía Especial


Primer Premio

La orangutana Mia

La orangutana Mía es muy grande y peluda, es simpática y tiene una cara grande, siempre está sonriendo.

Mía no puede salir de la jaula donde la tienen, yo solo puedo meter mi mano por las rejas para tocarla, ella también me acaricia con su mano grandota y me hace sentir feliz. A veces le digo a mi mamá que si podemos traerla a casa pero me dice que es imposible porque ella necesita estar en su hogar, pero que ese donde está no es, sino su casa es el bosque o la selva.

¿Yo me pregunto a veces por qué está encerrada ahí? ¿Por qué no puede correr a mi lado? ¿Por qué no podemos comernos un plátano juntas?

Son muchas preguntas, yo sé que no pueden hablar pero con las caricias de su mano me dice lo mucho que me quiere y yo a ella. Me gustaría que estuviera libre, quiero luchar por ella. Me gustaría ser de mayor veterinaria y dedicarme a cuidarla a ella y a sus hijos porque sé que será mamá, porque son parte de nosotros y cada vez que toco su mano ella me toca mi corazón.

Gema Sarelly Alemán Mateos – España


 

Micro Cuentos Juveniles


 Primer Premio

Nunca regresaron

Hola soy Thomas el simio velos y lo único que puedo decir es que la vida en la jungla es magnífica, siempre estamos rodeados de árboles enormes y de frutas deliciosas, amo saltar en las lianas con mis amigos y no es por ser presumido pero soy el mejor en esa actividad.

Nuestras madres están siempre muy preocupadas y cada vez que salimos a jugar nos advierten de no alejarnos mucho de la manda, obviamente eso nos molesta.

Sin duda debimos haber hecho caso a esa advertencia, ahora estamos presos y muy lejos de ellas, seres extraños similares a nosotros nos observan tras los barrotes, son los humanos, animales sin cabello en su piel que son horribles y malvados.

Nos alejamos mucho.

Comento uno de mis amigos.

Claro que no.

Comente. 

Que inocente o mejor dicho estúpido fui, por mi culpa yo mis amigos estamos aquí encerrados extrañando a nuestras mamás, sabemos que creceremos aquí, en pleno cautiverio, y es triste pensar que ellas estaban esperando por nosotros y nunca jamás regresamos.

Bárbara Patricia Escobar Martínez – Chile

 

Segundo Premio

La Rabia

Hace mucho tiempo un chimpancé se había contagiado con una rara enfermedad que fue el que propago el virus al principio pensaron que era una enfermedad conocida cualquiera, pero antes que ese chimpancé fuera internado infecto a 5 gorilas, 2 orangutanes, y 4 chimpancés mas poco a poco la enfermedad se propago más incluso cerraron el hospital donde fueron puestos en cuarentena estando todos los animales del hospital infectados.

Pero uno de los gorilas no fue encontrado para ponerlo en cuarentena, comenzó a comportarse extrañamente teniendo fiebre hasta el punto de morir por la fiebre. Fue encontrado y llevado al hospital, pero luego fue llevado a la morgue, el mono de busco la forma en la que el gorila se concentró en añadir los datos del gorila al rato el gorila que creyeron muerto despertó con sus ojos completamente rojos y se dio cuenta de que el mono estaba al lado suyo, parándose y de la nada mordiéndole el cuello pero nadie acudió a la ayuda del mono por más que grito y el gorila luego de haber matado al mono se dirigió a parte superior del hospital encontrándose con un doctor gorila.

El doctor gorila se dio cuenta que sus ojos eran rojo y lo que más resaltaba era la sangre en su cuerpo o unció que puedo hacer el gorila doctor fue correr siendo perseguido por el infectado encontrándose con más doctores, enfermeras y todos presenciaron la muerte del doctor gorila siendo devorado vivo frente a todos.

Todos los doctores, enfermeros y enfermeras se quedaron paralizados al ver la muerte de su compañero tras eso todos corrieron tratando de salir del hospital.

Pero todos al provocar tanto ruido despertaron los otros infectados y siendo asesinados todos los no infectados en el hospital, desde afuera del hospital solo se escucharon gritos. Luego de mucho rato sin noticias de una cura o mejora de los infectados fueron a abrir el hospital con mucha prensa, gente y familiares de los infectados tras abrir el hospital solo se vio la oscuridad y las puertas por dentro llenas de sangre luego escucharon unos gruñidos,

Y luego salieron todos los chimpancés, gorilas, monos etc. todos infectados matando a los animales.

 Luego de haber liberado y asesinado a la gente fuera del hospital los infectados se dirigieron a la cuidad provocando caos y destrucción con cientos de cuerpos brutalmente mutilados en la calle, las fuerzas militares y policías no pudieron contener la infección matando a los animales y haciendo nuevos infectados haciendo la horda de infectados más y más grande expandiéndose a otros países hasta infectar a todo el mundo dejando un rastro de muerte en su camino.

 Dejando muerte y destrucción dejando al mundo en devastación dejando solo a unos pocos sobrevivientes en el mundo.

 2Y los sobrevivientes al ver todo destruido e infectado en todos lados perdiendo toda la fe en el mundo.

Así todo el mundo llego a su fin lleno de muerte y desastre por el virus de la rabia.

Cristobal Montesinos Matamala - Chile

 

Tercer Premio

Los simios

Una vez, las personas humas maltrataban a los simios y hacían experimentos y alteraban el ADN.

Los simios se pusieron contra los humanos y armaron una guerra. El líder se llamaba César. Cuando se alteró el ADN los simios empezaron a pensar como humanos y usaron artículos que usan, como armas y caballos.

Los simios no querían hacer daño, pero los atacaban los humanos. Cuando se acabó la guerra los simios se fueron a un bosque lejos de la ciudad y cambiaron al líder, que le dejó el cargo a su hijo.

Melina Stiven – República Dominicana


 

Micro Cuentos Juveniles

Categoría Especial

Primer Premio

Mi gorila sonriente

Paula Pacheco Román – España


 Segundo Premio

Tú, mi gran amigo

Alejandro González Silva – España

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